Faltaba tan solo media hora para el atardecer, según los cálculos de Christian, cuando este se acercó al límite del campamento. Sabía lo que tenía que hacer. A lo lejos veía a los magos negros preparándose.
—No lo hagas —dijo una voz a su espalda. Era Robin.
—Solo voy a espiarlos —dijo Christian, en tono indiferente—. Volveré enseguida.
Robin lo evaluó. Sospechaba otra cosa, pero no podía hacer nada si Christian no le dejaba ayudarle. Sin embargo, desde el momento en que Christian había expuesto su plan, había sabido que había algo más, algo que no les estaba contando.
—Es muy arriesgado —insistió.
—Tengo que hacerlo. Como Líder, tengo que correr algún riesgo.
Sin decir una palabra más, se alejó del elfo y comenzó a caminar entre las escarpadas rocas. Al principio, iba sin demasiado cuidado, ya que los magos negros no podían verle desde donde estaban. Pero, según se iba aproximando, procuraba esconderse entre las rocas y los árboles.
Llevaba a Nieve con él, y la loba debió entender el peligro, porque procuraba hacer también el menor ruido posible. Cuando ya era capaz de oír el poco ruido que emitían los silenciosos magos negros, se empezó a preocupar de que sus pisadas lo delatasen, pero no quería hacer ningún hechizo silenciador que le quitase energías para lo que le esperaba por delante.
Así, siguió caminando y escalando la escarpada ladera hasta llegar a la frontera del campamento del enemigo. Vio todas las tiendas, absolutamente negras, destacando contra la nieve del suelo. Los magos negros parecían haberse reunido para la lucha que estaba a punto de comenzar, de manera que Christian se deslizó por las calles que formaban las tiendas sin ser visto.
O al menos, eso pensaba él, porque no vio la sombra silenciosa que le seguía.
Continuó zigzagueando, ahora le tocaba lo realmente difícil: encontrar a Kadirh y averiguar cuáles eran sus planes. Así, se dejó llevar por el murmullo de la gente, sin preocuparse demasiado por borrar las pisadas que sus pies dejaban en la nieve, seguro como estaba de que nadie iba detrás de él. Anduvo durante media hora más, escuchando el retumbar de sus propios pasos sobre la fría y dura roca y el lejano eco de las voces de los magos negros. Al final, le pareció distinguir la voz de Kadirh. Como se había vestido de negro, se atrevió a acercarse esperando que nadie lo descubriese. Dejó a Nieve en un rincón y observó.
Los magos negros miraban todos de cara hacia la cascada, donde se encontraba Kadirh, dando órdenes. El aura que rodeaba al líder era opresiva y Christian comprendió la verdadera fuerza que poseía. Su presencia parecía empañar el mismo aire. En el fondo de las filas de magos, se veían a los gigantes y trolls, que con rostro aburrido e impaciente, blandían brazos y armas de un lado a otro esperando que la acción no tardase en llegar. Eran realmente feos, pensó Christian. Vio también a los demonios, no sabía que iba a haber demonios. Eran parecidos a las personas, pero con el rostro rojo y el pelo negro como el carbón, los ojos parecían salirse de las cuencas y les faltaban varios dientes. La mayor parte llevaban grotescos y amenazantes tatuajes por todo el cuerpo.
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Hielo violeta
FantasyChristian es un joven islandés que ha creído en la magia desde que, siendo niño, presenció cómo un hombre desaparecía en la plaza de su pequeño pueblo. Durante un verano solitario, sus sospechas se confirman al ver a una extraña chica de ojos violet...