Una voz resonó por todo el lugar de la guerra:
—Ya estamos aquí. Buen trabajo.
Christian y Verónica aún seguían cogidos de la mano, realizando el hechizo, cuando la voz habló. Al principio, se sintieron desconcertados y siguieron tal como estaban. Entonces, poco a poco, volvieron a la realidad, aunque a una realidad muy diferente a como la habían dejado unos segundos atrás.
Cuando abrieron los ojos, el panorama que los rodeaba había cambiado completamente. En primer lugar, no había rastro alguno de batallas: todos los guerreros de los dos bandos se habían quedado inmóviles y miraban hacia donde estaban ellos, en lo alto de una cascada que, ante el panorama actual, había perdido su majestuosidad. Además, la noche cerrada había sido sustituida por una luz intensa de diversos colores. Tan intensa que, al principio, Christian creyó que se había quedado ciego y se tapó los ojos con las manos debido al dolor.
Pero, cuando pasaron unos segundos y se fue acostumbrando a la luz, pudo distinguir mejor la fuente de la misma: el hechizo había sido efectivo, lo habían conseguido.
Los Dioses habían regresado a la tierra.
Lo había sabido desde que Kadirh lo apresó: su deber era traerlos de vuelta. Su deber y el de Verónica, ese era su destino, para lo que habían nacido. Ellos habían sido marcados con el lobo y el gato para ser los elegidos para hacer de intermediarios con los Dioses. Solo ellos dos tenían la fuerza juntos de traerlos de vuelta. Solo la unión del bien y del mal por el amor podría llevar a cabo ese milagro.
Y solo los Dioses podrían encargarse de Kadirh.
Christian los observó. No eran seres materiales, tan solo entes transparentes que emitían muchísima luz. Tampoco se habían manifestado de manera completa, tan solo aparecían sus rostros sobrevolando el suelo, como unos hologramas proyectados en el cielo. En general, tenían rostros benévolos, aunque se podía distinguir en ellos qué Orden de magia habían fundado, además de que la luz que emitían era acorde a ello.
En el centro, y más brillante, había un rostro de hombre viejo con una larga barba blanca acabada en punta. Sus ojos eran de color azul y estaban rodeados por arrugas que le daban aspecto de buena persona. Era el Dios de la Magia Blanca. A su derecha había un elfo joven, de orejas puntiagudas y pelo castaño, debía ser el Dios de la Magia Verde. A su izquierda había una mujer que tenía aspecto de sirena y que emitía luz azul.
A cada lado se extendía la hilera de los Dioses de todos los colores. Estaban todos presentes, excepto el Dios de la Magia Negra. Sus colores se entremezclaban y costaba distinguirlos a menos que se mirase directamente al Dios.
Christian sabía que tenía que decir algo, pero no sabía exactamente qué.
—Joven mago, joven maga —era la misma voz de antes y Christian comprobó que era la voz de su Dios, el de la magia blanca—. Habéis interpretado a la perfección vuestro papel.
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Hielo violeta
FantasiChristian es un joven islandés que ha creído en la magia desde que, siendo niño, presenció cómo un hombre desaparecía en la plaza de su pequeño pueblo. Durante un verano solitario, sus sospechas se confirman al ver a una extraña chica de ojos violet...