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Al abrir los ojos lo primero que siento es un estómago revuelto y arcadas, a parte de eso escucho el eco de los motores allá afuera, de múltiples vehículos de cientos de personas.

Me acostumbro a la claridad y termino de abrir los ojos, es de mañana y el sol aún comienza a salir, no demasiado oscuro, pero no lo suficientemente claro. Deben de ser las cinco de la mañana. Estoy en mi habitación, raramente me siento confundida y fuera de lugar, me siento extraña y más enferma.

La sed que siento me hace querer levantarme, pero solo se queda en un intento, ya que de mi boca sale un gritó de completo dolor, siento que me explotara la cabeza. Caigo con fuerza en colchón, toda la espina dorsal me arde y quema a la vez.

A mi gritó acude Anderson, que hace que la puerta choque con fuerza en la pared. Al verlo de ese modo mi instinto me dice:

«Algo anda mal».

Pero no logro saber porqué.  Mi hermano se acerca a la cama y sujeta algo del suelo, al estar acostada no logro ver lo que hace.

—¿Qué sucedió?  —pregunto aún aturdida, Anderson guarda silencio concentrado en lo que hace—. ¿Der? —inquiero, usando un diminutivo de su nombre, el cual me he dado cuenta que es su punto débil si de mí se trata. Él chasquea la lengua y me atrevo a sonreír.

—Eso debería de preguntarlo yo. —dice, mis ganas de sonreír desaparecen al escuchar el tono de su voz, una mezcla de enojo y preocupación.

«Algo anda mal».

Antes de que pueda decir algo, 308 acerca una toalla húmeda, la cual al contacto de mi piel me muestra que está fría. Es entonces cuando me percato del calor que siento, y del sudor sobre mí piel, y solo puedo pensar en una cosa:

«Él lo sabe»

—¿Cuándo pensabas decírmelo?                         —reprocha sin mirarme.

Pienso por un momento en qué decirle, a estas alturas mentir queda descartado, y optó por decir la verdad.

—No pensaba decirte nada.

Se ríe amargamente y siento que algo dentro de mí da pinchazos.

—Que tonta eres —dice amargamente, lo único que puedo hacer es morderme el labio—. Claramente me percataría, tarde o temprano. Ese problema te convertirá en una pasa disecada. 

—No quería preocuparte —digo.

Se vuelve a reír. Me parece tan anormal que lo haga de esa manera que por un momento pienso si ríe para no llorar, y luego recuerdo que nosotros no lloramos.

Detengo todos mis pensamientos para concentrarme en eso “nosotros no lloramos” algo en mí está segura de eso, pero 308 y yo sí lo hemos hecho.

—No pues, gracias por su consideración. —dice Anderson sacándome de mis cavilaciones.

El sarcasmo le sienta tan mal que me causa una sensación de asfixia.

—Anderson por favor —gimoteo, odio parecer frágil ante las cosas, pero no puedo mantener esta situación bajo control.

—No te victimices ahora —reprocha—. Debiste habérmelo dicho, soy tu hermano ¿Sabes?

—Por eso mismo, de nada servía preocuparte si no hay nada que se pueda hacer, mi destino está claro. Voy a morir 308.

Mi hermano aprieta los labios. La idea no le agrada —a mi tampoco— pero sabe que es verdad.

Ahora me encuentro mucho más despierta, mi cerebro se está despejando y las ideas comienzan a fluir. El dolor en mi espalda lo siento mucho más fuerte que al principio, pero sobre todo, soy consciente del sitio donde estoy.

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora