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Detengo la motocicleta y respiro profundo. Mis manos tiemblan en el timón y no puedo hacer otra cosa que hiperventilar. Elías afloja el agarre soltando un leve quejido.

—¿Estás bien? —pregunto mientras hecho mi cabeza hacia atrás para verlo, Elías alza la vista y su rostro queda demasiado cerca, tanto que el vaho de su respiración me choca en las pestañas.

Niega con la cabeza mientras se lleva la mano al hombro lastimado, el cual está bañado en su sangre.

Elías opta por bajar de la motocicleta, yo lo imito descendiendo. Elías se deja caer y se apoya contra la pared, se ve pálido y débil. Desesperada me paso la mano por el pelo.

—No te muevas —le pido—. Buscaré una farmacia.

—Ni siquiera sabes dónde estás parada —me reprocha apretando los dientes, debe estar muriendo de rabia por estar en esta situación.

—Cállate —espeto dándole una mala mirada, se limita a cerrar los ojos.

Doy unos pasos hacia atrás con la vista en él, antes de salir corriendo en busca de algo que pueda ayudarme. Está es la primera vez que me muevo sin su compañía.

La sensación de ser tomada por sorpresa por  unas viscosas manos se apodera de mi mente, con tanta ímpetu que me llevo la mano a la pistola en mi cintura.

Mi principal temor es olvidar la ubicación donde he dejado a Elías, y no volverlo a encontrar, y quedarme sola, y, y, y…

Todas mis preocupaciones se esfuman al ver al otro lado de la calle un local con toda la pinta de farmacia. Corro hacia ahí olvidándome de cualquier ataque sorpresa.

La farmacia está abandonada, pero para mí suerte tiene muchas cosas en su interior. Guardo el arma a su anterior sitio, para buscar algo en el cuál guardar el nuevo botiquín. Comienzo a vaciar los estantes y meter los medicamentos en el interior de bolsas de plástico, entre vendas, pomadas y pastillas.

 Al otro extremo veo la montaña de cajas, a las cuales me aproximo para ver su interior, encontrándome con diversos bisturí.

Tras un largo análisis saco la navaja más grande, para luego guardarlo dentro de mí ropa. No estoy segura de cuál pueda ser su uso, pero uno de mis instintos me lleva a conservar el objeto filoso conmigo.

Al salir al exterior, siento la sensación de que alguien me observa, pero todo mi entorno parece tan silencio como un cementerio. Nunca he estado en este sitio, y no tengo la menor idea de qué sitio era este antes de su llegada.

Solo se escucha el ruido de las botas chocando contra el asfalto, también el viento soplando los pocos árboles que se encuentran alrededor.

De pronto llega a mis oídos un silbido suave, casi silencioso, un movimiento a mis espaldas, y luego… el sonido de un disparo, resonando en cada una de las paredes.

El cuerpo me da un brinco antes de comenzar a correr. El pánico se apodera de mi cuerpo, haciéndome sentir la sensación de que el estómago se me saldrá por la boca.

Los pasos se escuchan a mis espaldas, pero no tengo el valor de darme la vuelta y ver a mis inesperados e inusuales atacantes. El peso en una de mis manos desaparece, es entonces cuando me percato que una de las balas ha impactado contra la bolsa haciendo que todo en su interior se desplome contra el suelo.

Me detengo en seco, no puedo irme sin esos medicamentos.  

Recojo lo más importante y lo que cabe dentro de mis manos, antes de  comenzar nuevamente mi huida echo un vistazo y veo a un chico muy mucho mayor que yo, pero evidentemente él no tiene la intención de detenerse e indagar al respecto.

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora