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El fuerte golpe en la cabeza me despierta. Abro los ojos alarmada pero lo único que veo es una sombra plantada frente a mí en medio de una penumbra. Me quejo adormilada mientras me remuevo para un estiramiento.

—Levántate, iremos por provisiones —informa la sombra con voz pesada.

Hoy es uno de esos días en los que no estaba para soportar ni el ruido de una mosca, aunque él siempre parecía estar así. Su buen humor solo eran unos instantes tan minúsculos que por poco se convertían en inexistentes.

Yo me caracterizaba por tener un antipático carácter, pero Elías me superaba. Me volvió a golpear la cabeza con el objeto desconocido y di un chillido de dolor y amargura.

—No es para mañana—dice molesto saliendo de la habitación, a pesar de la oscuridad que me rodea veo como su pierna sufre complicaciones en cada paso. Ahora ya no solo sería un amargado, sino un amargado cojo con resentimiento.

Pero no era mi culpa, no del todo; también era suya. O más bien culpa de ambos.

Me siento en la cama y salgo de las sábanas, no es que necesite abrigarme para dormir, pero resulta más cómodo sentir la tela cubrir mi cuerpo. Yo podría estar bien en un lugar frío y sin abrigo alguno, y podría estar bien en un lugar caluroso con muchos abrigos.

 Es mi anormalidad, estar en temperatura neutra en cualquier sitio, para eso estaba mi regularizador, aunque realmente, eso en mi espalda ya no era mío.

Me tiembla el cuerpo con el recuerdo, con el pensar que el dueño de mi sistema fue asesinado para yo estar viva, robe su vida, su oportunidad.  

Atravieso el pasillo a oscuras, no necesito encender las luces, la casa no es exactamente grande ni llena de muebles, lo cuál me permite un desplazamiento fácil.

 No deben ser más de las cuatro de la mañana, el sol aún no se asoma por el horizonte, toda la granja y senderos cercanos están bañados de una tenue oscuridad.

Me acomodo la chaqueta mientras resoplo, más allá se encuentra la camioneta negra con música de rock a alto volumen, es una obsesión que tiene él, una obsesión que me tiene con ganas de romper la radio, el equipo y cualquier cosa que reproduzca música.

Doy un último paso empujando unas cuántas piedras que chocan en las llantas del vehículo, abro la puerta y lo observo con mi neutro rostro.

Él sonríe altaneramente mientras mueve un poco la cabeza —y esa música ni siquiera le encuentro un tipo de baile— estiro la mano hacia la radio para bajar el volumen, pero antes de que logre tocarlo soy empujada por una oleada de viento que me hace dar tres pasos hacia atrás.

—Menudo imbécil —le suelto en reproche, aunque con admiración internamente, no es que lleve un listado de todas sus habilidades, pero realmente, son demasiadas.

—Insúltame lo que quieras palito chino, pero a mí radio no la tocas.

A veces se suele comportar como un chiquillo malcriado y consentido, acabando con cualquier pizca de mi paciencia; como en este momento. Me dejo caer con fuerza en el asiento para luego apartar los cabellos de la cara.

—Es demasiado temprano —me quejo entre bostezos, no solía dormir hasta tarde, pero tampoco me levantaba tan de mañana. Él chasquea la lengua.

El día a penas está comenzando, y por como pinta nuestro estado de ánimo, será un día pesado e insoportable. Como todos los días desde que estoy con él.

—Holgazana —replica tras encender el auto.

—Todo mi cuerpo duele por el entrenamiento de ayer —me defiendo indignada destapando mis brazos para que vea los moretones, ni se toma la molestia de voltear la vista—. ¡Ni siquiera he desayunado!

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora