Me despierto al escucharlo a la distancia. Es a penas un murmullo, pero es suficiente para que sienta arcadas. Me levanto de la cama y salgo de la habitación, abro la puerta suavemente como si alguien me fuese a escuchar y venir por mí.
Elías duerme en la cama, con los brazos extendidos y la luz de la lámpara iluminándole la cara. Se ve frágil y hermoso, pero desgraciadamente lo muevo para que despierte. Se remueve sorprendido y alerta, al verme arruga las cejas y sé que me va a soltar algún insulto por estarlo despertando a las dos de la mañana, así que le pongo la mano sobre sus labios.
Me llevo el dedo índice a los míos y le digo que guarde silencio, para luego tocarme la oreja. Él se pone atento al ruido del exterior, luego se sienta lentamente en la cama y se inclina hacia mí rostro.
Nos miramos fijamente los ojos del otro, yo perdiéndome en el café de su mirada, y él en el interminable negro de los míos.
El murmullo se hace más fuerte y me entran ganas de llorar. Elías roza mi mejilla y deposita un beso en mi frente, algo que me reconforta al extremo y tengo el valor de decir:
—Tenemos que irnos.
No reprocha, no cuestiona, no habla, no abre la boca. Sabe que tenemos que hacerlo. Salgo y voy por zapatos a la habitación, me calzo con unas botas, busco pantalones y blusas cómodas pero no me cambio, no hay tiempo para eso.
Cuando salgo del cuarto me encuentro con Elías en mi espera, bajamos al primer nivel y salimos como un cohete.
Aún está oscuro, demasiado oscuro, todo alrededor no es más que una sombra. Elías pone las llaves en mi mano y corro hacia la minivan, lanzo lo que tengo en las manos al asiento del copiloto, enciendo las luces y el sendero se ilumina por un destello amarillento y opaco.
El primero en ponerse en marcha es la camioneta negra, y luego acelero.
El cielo está surcado por helicópteros, los oídos se me inundan con el ronroneo y el pecho sé me llena del más crudo pánico. Tres minutos más tarde cae la primera bomba, el suelo se tambalea y pierdo el control por tres segundos y me salgo de la calle.
Retrocedo y me alineo nuevamente para seguir con mi avance, no sin antes echar un vistazo por el retrovisor y ver las llamaradas consumir lo que encuentre.
La camioneta se ha detenido logrando que le dé alcance.
—¡Concéntrate An! —me grita Elías que conduce en el otro carril justo a mi lado—. No pierdas el control o…
No termina la frase porque otra bomba estalla frente a nosotros y tenemos que virar a lados contrarios separándonos, hago lo posible por mantener el auto bajo control, pero el pánico me ciega y serpenteo por el área arrollando arbustos.
Y luego llega a mis oídos un nuevo sonido, brusco y desesperado, el retrovisor se encarga de mostrarme el torrente de vacas, corriendo a la máxima velocidad que pueden para salvar sus vidas del fuego.
Acelero más, más, y más, acelero todo lo que me es posible manejar. Solo veo una interminable carretera, solo siento el sabor del miedo, solo espero ponerme a salvo.
***
Había llegado siendo una niña vacía, con recuerdos que se han desvanecido. Había visto el cielo por horas, esperando que alguien viniera por nosotros, 308 lo sabía e intentaba entretenerme lo suficiente para que dejara de pensar en [casa].
No lo entendí hasta tiempo después, si estábamos aquí era porque el hogar que conocía, o que creía conocer; ya no existía. Se había destruido. Algo en mi mente decía que era por culpa de [ellos], los Anvibios, mi mente los tenía clasificados como los malos, los opresores.
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LA LLEGADA
Science FictionLlegaron siendo niños, con dos pensamientos en su cabeza: sobrevivir y pelear. No recuerdan sus antiguas vidas, ni como eran. O lo que hacían. Solo recuerdan sus códigos de identificación: 308 y 303. Dos hermanos en un mundo que no es suyo, preparán...