Lo primero que siento es el terrible e insoportable dolor de cabeza. Lo segundo es lo limitada que estoy para moverme. Lo tercero, una tención en mi espalda y cuello. Y por último, hambre. Todas sumamente desagradables.
Alzo la cabeza y suelto un gemido de dolor, los párpados están un poco pesados, pero logro mantener los ojos abiertos. Trato de mover el cuerpo pero no puedo hacerlo, bajo la vista hacia mis manos, las cuales están atadas con cuerdas, al igual que mis pies y cintura.
La silla en la que estoy sentada está en medio de la sala, las luces están apagadas y todo se ve muy opaco para verlo con claridad y exactitud. Lo único que ilumina son los rayos que se filtran por las persianas en las ventanas, debe ser de mañana.
Nada de todo lo que me rodea se me hace familiar, todo está ordenado y muy bien amueblado. Además de solitario. En una pequeña repisa de madera veo una fotografía, una familia de tres; padre, madre y su pequeño hijo. Frunzo las cejas al ver la ropa de ambos hombres; camisa a cuadros y sombrero. Eso no era común en este sitio… a menos que…
Antes de que pueda pensar en algo más lo veo, un bulto oscuro sobre el sofá en una esquina, a unos cuatro u cinco metros de distancia. Entrecierro los ojos para tratar de reconocer lo que es, la distancia y oscuridad no me da muchas opciones, pero no parece un animal.
Luego de varios minutos de análisis logro reconocer dos pies, calzados por unas botas tipo militar —o eso me parece—, sigo mi inspección por dos piernas, hasta llegar a su pecho donde yacen sus brazos, y llego al rostro, que no es más que una sombra.
Quién sea que se encuentre ahí, está durmiendo, no hace ruido ni se mueve.
Y entre todo eso, veo sobre la mesa algo brillante; expuesto y encantador. Una hoja plateada. Un arma filosa. Un cuchillo. Un cuchillo justo al lado del desconocido. No es que necesite ese utensilio para usarlo como arma, sino que, es lo único útil que he encontrado para liberarme de mis ataduras.
Me concentro en atraer el cuchillo hacia mí, pidiendo tanto éxito para no despertar a mi acompañante. Se levanta cuatro o cinco centímetros y la hoja se arrastra un poco, contengo la respiración al ver como la persona se remueve, pero luego se queda tan inmóvil como antes. Suelto el aire y trato de hacerlo más deprisa.Esta vez se tambalea menos y coge más altura, se acerca, se acerca, se acerca un poco más y me parece que lo tengo demasiado cerca, ya es mío.
Estiro los dedos para alcanzarlo y lo toco… y de repente se me escapa de las manos. Y su risa inunda mis oídos.
El individuo esta de pie al lado del sofá en el que anteriormente dormía y su cuerpo es bañado por la sombra del interior. Me tenso de inmediato y contengo la respiración, a la espera de que la hoja se entierre en mi pecho y acabe con mi existencia. Su mano comienza a jugar con el objeto, girándolo entre sus manos que no son más que algo opaco.
—¿En verdad pensaste qué tú estabas haciendo eso? —dice burlón.
Sé que habla del hecho de que pensé que estaba atrayendo el cuchillo, y estaba segura de qué era así, ahora no tanto. Su voz no es ronca, pero tampoco es fina, parte de mi cerebro piensa que la ha escuchado pero no logro encontrar algo sensato, todo está en blanco.
—¿Dónde estoy? —pregunto con tono fuerte, fingiendo más valor del que realmente tengo.
—En una casa —responde de manera obvia—, específicamente en la sala de la casa.
Aún no lo veo, pero ya tengo ganas de ahorcarlo.
—¡¿DÓNDE ESTOY?!
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LA LLEGADA
Science FictionLlegaron siendo niños, con dos pensamientos en su cabeza: sobrevivir y pelear. No recuerdan sus antiguas vidas, ni como eran. O lo que hacían. Solo recuerdan sus códigos de identificación: 308 y 303. Dos hermanos en un mundo que no es suyo, preparán...