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—¿Qué crees que estás haciendo? —reprocha Anderson apoyado en la puerta.

Le sonrío a través del espejo y me acomodo el cabello que cae sobre mis hombros.

—¿Tú qué crees que hago? —inquiero desdeñosa—. Debo ir a ponerme al día con mis deberes estudiantiles.

Voltea los ojos y se cruza de brazos.

—Vas a irte de la ciudad en menos de lo que canta un gallo —espeta, hago un mohín—. No deberías molestarte en ir, más bien deberías empacar.

—Ya claro —siseo. Tomo el brillo de labios y lo paso sobre mí boca, sonrío al ver que Anderson me achina los ojos—. Eso podrías hacerlo luego, yo no me pienso mover de este lugar.

—Ya hablamos de esto Anyeli.

«Y me llama Anyeli».

Niego con la cabeza y voy por mis cosas sobre la cama.

—Y ya sabes cuál es mi decisión —le susurró al oído antes de salir de la habitación.

Esta es la primera situación en la que le llevo la contraria, y lo detesto demasiado, sin embargo tampoco puedo dar mi brazo a torcer e irme con Andrea y Carlos fingiendo que solo soy una chica indefensa y asustada —aunque lo último puede que lo sea—. Ni siquiera me atrevería a verlos a los ojos mientras el exterior es devastado, todo por, en algún sentido, mi culpa. 

Yo no soy una chica indefensa, sino un ser cobarde. Un asqueroso y patéticamente ridículo Bolar.

«¿En donde estaré cuando el primer Anvibio salga a la luz?»

«¿Qué haré cuando  uno de ellos me encuentre hecha un ovillo en algún refugio impuesto por el gobierno, con pantaloncillos de algodón y olor a medicina?»

«¡¿Qué clase de muerte sería esa?!».

El autobús se acerca con una terrible peste, tan fuerte que tengo que llevarme la mano a la boca. Siento a Anderson a mis espaldas y, aunque no me toque puedo sentir lo tenso que está.

Sujeto el metal para subir los primeros escalones, prosigo a andar por el estrecho pasillo entre los sillones en busca de un asiento vacío.

En un inesperado movimiento, mis piernas se ven entorpecidas y me voy de cara. Sujeto lo primero a mi alcance antes de caer de rodillas, a través de la piel qué cubre mis manos, siento como la persona se tensa bajo mi tacto.

«Demasiado fría» me recuerdo.

Cuando dejó el agarre ya es demasiado tarde, la señora a la cual le he cogido el brazo me mira con espanto y se sacude.  Me vuelvo al sentir una mano sobre mí cintura.

—¿Estas bien? —pregunta Anderson mientras me ayuda a equilibrarme. Él quiere parecer desinteresado, pero sus ojos le fallan en su intento.

Asiento en respuesta a su pregunta. Esta vez nos sentamos en sillones diferentes, algo que me provoca un amargo en la garganta. Siempre hemos sido dos, siempre juntos; y ya no más.

Al bajar hago lo posible por tomar ventaja en mi avance, lo cual queda en un intento. Anderson me toma de la muñeca y me arrastra, para luego estrellarme contra una pared —de una manera un tanto suave— y encararme.

—Deja tú actitud de mierda Anyi —reprocha con el entrecejo fruncido.

«Al menos me ha llamado Anyi» me aliento.

—Y tú deja de tomar decisiones sin siquiera tener la descendencia de preguntarme al respecto.

—¡Estoy pensando en como salvarte la vida carajo! —exclama poniendo ambas manos en la pared, dejándome en medio.

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora