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Despierto igual que el día anterior, con un dolor de cuello y una enorme tensión en la espalda. Esta vez las luces están encendidas y lo veo como siempre; cocinando.

 «Debe comer demasiado» me digo a mi misma enderezándome y tratando de acomodarme mejor, todo mi trasero duele.

—¿Vas a volver a gritar? —cuestiona aún dándome la espalda.

 Echo la cabeza para atrás y cierro los ojos. No voy a gritar otra vez, ya me he percatado lo inútil que es hacerlo.

—No estoy de humor para hacerlo —respondo.

—Tú nunca estás de humor para nada —opina él.

Levanto la cabeza y lo miro con odio. Se acerca con un plato el cual coloca en mis piernas, el olor me hace agua la boca y tengo que apartar la cara para que no vea lo hambrienta que estoy.

 —¿Se supone que debo comerlo? —pregunto mirándolo de reojo.

 Sus ojos me miran a través del cristal de sus lentes.  No había notado cuál era la diferencia por la cual no lo había conocido a primera vista, sin embargo ahora que lo veía fijamente. O porque estaba más tranquila; lo noté.

Su cabello castaño ya no estaba aplastado con gel, y ayer no tenía los anteojos puestos, su ropa también era distinta. Ahora se miraba todo, menos inofensivo.

 Se lleva la mano a la cadera y yo me remuevo por inercia.

—Ey, cálmate —pide burlón.

 Lleva la navaja a mi espalda y siento su frío toque en mis muñecas, sus dedos están más fríos aún. Se me adormece el brazo por el choque de nuestra piel, por estar ‘ionizados’.

 —Llevas mucho tiempo sin comer, así que supones bien —dice tocando el borde del plato—. No hagas una tontería como tratar de huir, no llegarías ni a la puerta antes de que te atrape.

—Me subestimas demasiado —reprocho.

—No es que te subestime, es que he visto lo inútil que eres.

Su comentario me enfurece, y antes de que logre darme cuenta de lo que hago mi mano va en camino a su mejilla, pero no lo toca; su mano aprisiona mi muñeca y me envía una descarga eléctrica que me deja sin aliento. Todo mi brazo duele, y cuando veo mis dedos, tiemblan.

—Dije. Que. No. Hicieras. Tonterías —habla pausadamente, luego me libera.

—Eres un idiota —mascullo pesadamente.

—El idiota que salvo tú trasero —repone él—. Espera, no tienes.

Comienza a carcajearse por su ofensiva broma, me dan ganas de volverlo a golpear pero me contengo, por el bienestar de mi brazo.

 Cojo la cuchara y remuevo los alimentos en mi plato, antes de llevarme un poco a la boca, me sabe a gloria.

—¿Vas a quedarte ahí? —pregunto al ver qué él se queda sentado frente a mí.

—Hasta que te comas la última migaja —dice.

Y así lo hace.

—¿No pudiste comer un poco más rápido? —pregunta con ironía cuando termino.

—¿Puedes por un momento dejar de ser tan grosero?

Bufa en respuesta.

 —Seré claro contigo —dice inclinándose hacia delante disminuyendo la distancia entre nosotros—. Si te he retenido todo este tiempo es solo por un motivo.

 —Necesitas mi ayuda.

Alza una ceja incrédulo, y me doy cuenta que no he dado en clavo.

 —Eres tú la que necesita de mí. —suelta irritado—. Necesito una carnada, lo suficientemente fuerte para que resista bastante antes de morir —dice, y yo me quedo más fría de lo que ya soy.

 —¡¿Disculpa?! —cuestiono aterrada, pensado en la manera de quitar las sogas de mis piernas y torso y alejarme lo más posible de él.

 El chico frente a mí es un lunático que no me ha matado, pero que evidentemente tampoco le importa que muera.

—¡No soy una lombriz para que me uses de señuelo! —chillo en mi defensa, su neutro rostro no vacila.

 —Yo no he dicho que seas una lombriz, eso sería una ofensa para ellas.       —señala. Y yo no puedo sentirme más ofendida—. Tampoco es como si pretendiera matarte.

 —Tal vez no me matarás tú, pero sí vas a permitir que  me manten —le señalo acusatoriamente—.  ¡Eso no es diferente!

 —Estarías muerta en este momento, “si yo no” te hubiera sacado de ahí    —manifiesta—. Esa colaboración sería en muestra de tu agradecimiento.

 —Vaya manera —espeto.

 Se cruza de brazos, muestra de que tiene preparado su veredicto.

 —Si no ayudas, entonces tampoco te tendré de estorbo. Si quieres buscar a tu hermano, perfecto, hazlo; solo sé consiente de tus posibilidades de sobrevivir. Quizás seas un Bolar, pero no sabes nada de lucha, defensa, ni estrategias. Ni siquiera sabes usar tus poderes.

 Su señalación es evidentemente correcta, no sé hacer nada de eso. Él sin embargo, había podido escapar conmigo inconsciente, sabía lo que hacía, pero el fin que tenía era distinto al mío.

 —No puedo dejarlo.

 —Hay posibilidades de que él también te busque, así que en el transcurso de nuestra misión podría encontrarlos. Él es tan bueno como yo.

 —Y si es tan bueno como “tú” ¿Por qué no puedes ayudarme?

 —Porque eso es un atraso innecesario, yo no vine aquí para ser niñera —se queja.

 —Yo lo buscaré, sin importar si muero —digo al fin.

 Elías me lanza una mirada de reproche. Se deja caer en el respaldar de la silla y parece pensarlo un poco. Justo en el momento en que me hago a la idea de que me ayudara, vuelve a mover la navaja y la extiende hacia mí.

 —Lo necesitarás más que yo —dice—. Ahora vete.

 Lo miro incrédula y asustada. El termina de cortar las cuerdas bruscamente.

 —No puedes echarme —gimoteo. A él no parece importarle; me levanta y me empuja hacia la salida— . ¿Dónde estamos? —pregunto mientras comienzo a dar unos pequeños y débiles pasos hacia la puerta.

 —Dije que te fueras.

 —Al menos necesito saber dónde estoy.

 —Al este de nuestra antigua ubicación. Eso debería de bastarte, ahora largo.

 No tengo idea de dónde queda el este, pero no  parece estar de humor para soportar más preguntas y opto por salir.  El exterior no es lo que yo esperaba, estoy en medio de una granja.

En medio de la nada.

Me cubro los ojos del sol y giro en mi propio eje en busca de muestras de civilización, pero no hay más que árboles, y algunas vacas.

 Me siento en las gradas de la salida, tengo que buscar un modo de salir de aquí, y encontrar a 308. Elías ha mencionado que confía en sus capacidades para hacer que yo mejore, en ese momento me pareció demasiado vanidoso, pero realmente es util; más útil de lo que me gustaría aceptar. Si él me enseña como controlar mis poderes y mejorar mi rendimiento ante algunas situaciones; podría tener más posibilidades de encontrar a Anderson sin tener que morir al instante.

«Aunque eso significaría hacer equipo con alguien más que no fuese Anderson» pero es por mi supervivencia. Odio las cosas necesarias.

 Me levanto de golpe y sacudo mis polvorientas manos en el pantalón, abro la puerta con tanta fuerza que la pared vibra, Elías salta en su sitio por semejante brusquedad. Al verme parece extrañado, no pensó en que la posibilidad de que volviera.

 —Hecho, seré tu carnada —digo, mi declaración lo deja sorprendido—. Pero antes, debes de enseñarme lo necesario para no morir.

 El chico sonríe complacido, lo tomo como un sí. Y este es el inicio de nuestro acuerdo.

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora