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La granja esta vacía, al igual que todas las ciudades vecinas. Desde el primer ataque  hace tres días las ciudades evacuaron por lo acontecido, dejando deshabitado casi todo el país. O eso se creía.

Elías dice que algunas personas no se han ido, supone que es la oportunidad perfecta para un saqueo, tenía algo de sentido. La mayoría se fue sin llevarse nada, dejando todas su posesiones en sus antiguos hogares, sin embargo ¿Quién querría saquear este sitio? Se suponía que estaba lleno de “invasores” sí, así les decían, o más bien, nos decían.

Llevaba en este sitio 32 horas, las primeras 26 había estado atada a una silla y a penas estaba consciente de lo que pasaba, el resto pude ser testigo de algo más. Los helicópteros circulando.

—Van a las ciudades —dijo Elías—, lanzan bombas, en espera de que algún insecto enorme salga de su escondite.

Ese acto no tenía sentido, nada iba a salir, porque ellos no eran insectos —o eso creo— Ellos habían realizado ataques planeados, y no vinieron a esconderse, vinieron a buscarnos.

Viese por donde se viese, lanzar bombas a ciudades vacías era estúpido. Y autodestructivo.

¿Pero quién entiende los actos humanos? Ni ellos mismos lo hacen, y no iba a ocupar mi cerebro en intentar hacerlo.

Elías también ha dicho que las salidas están cerradas ¿Para qué? No tengo ni  idea, probablemente las fuerzas armadas estén a la espera de un ataque galáctico, apuntando por horas a unas direcciones vacías de alguna presencia. Sin saber que esta, no es su guerra.

Aún con la toalla cubriéndome, busco algo para vestirme en el armario,  toda la ropa es básicamente lo mismo; blusas a botones y pequeños shorts de lona, y rara vez unos pantalones.

La granja es grande y cómoda,  excepto por el extraño vapor que se siente. Tiene una cochera en la cuál hay dos autos. Elías había tomado el mejor, pero no reproche al respecto, me conforme con el pequeño auto verde ronrron, mientras él se quedaba con la camioneta negra.

 La ropa me queda un poco grande, en especial la ropa interior. Conseguí una camisa de cuadros rosa, que dejaba parte del vientre libre.

«Como pudo está mujer pasar todo el tiempo así».

No era cómodo pero la mujer de la casa parecía no pensar lo mismo, toda su ropa era igual. Lo acompañe con un pequeño shorts de lona el cuál ajuste con un cinturón para prevenir que se me cayera. Esto era detestable. En el espejo solo veía una imagen delgada cubierta por ropa que le bailaba entre sus músculos.

Afuera el sol  esta pleno y el cielo demasiado despejado, si no estuviera en estas circunstancias sería un día magnífico. Los autos están bajo la sombra de un árbol, y Elías está revisando el motor de uno de ellos.

El sonido de mis botas contra el suelo empedrado le avisa de mi llegada, haciendo qué él se vuelva hacia mí. Al ver mi aspecto enarca una ceja mientras me estudia.

—No te atrevas a hacer comentarios —amenazo, sabiendo que nada lindo puede salir de su boca.

—Esa sería una moda bastante atractiva —opina él señalando mi ropa interior que sobresale de mis pantaloncillos cortos—. Atractivamente ridícula.

Suelta una carcajada. Doy una patada al suelo y le golpeó con diminutos proyectiles de roca. Está vez no reclamo, no me enojo, y no me ofendo. Simplemente lo observo y me concentro en su risa, y siento que está mal, no él, sino el hecho de que lo haga.

—¿Cómo lo haces? —cuestiono.

—¿El qué? ¿El revisar el motor? —pregunta concentrado en lo que hace, niego con la cabeza a pesar de saber que no me mira. Eso tampoco sé cómo lo hace, pero no era de lo que estaba hablando.

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora