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El avance continúa hacia nuestro destino, siendo las ruedas del vehículo lo único que hace ruido. Internamente quiero que Elías encienda la radio, e incluso no me importa si pusiera su escandalosa música.

Extrañamente él no lo hace, y prefiero no preguntar el porqué. Cualquier repuesta que pueda darme no sería muy grata para mí.

Porque estoy tan nerviosa que me tiemblan las piernas por la ansiedad.

Siento una sensación extraña, parece que las calles se hacen  cada vez más estrechas y las paredes más inclinadas hacia nosotros a tal grado de casi dejarnos sepultados.

Claramente eso solo pasa en mi imaginación, pero lo aterrada que me encuentro es simplemente, demasiado.

Estas calles que en su mayoría conozco de memoria, me parecen ajenas. Las construcciones parecen pertenecer a un mundo distinto al que había conocido. La causa es el vacío. 

Elías no parece tan tranquilo como de costumbre, pero al menos sabe cómo controlarse un poco.

En este momento estamos casi llegando a la universidad, la sensación intranquila aumenta más y no puedo imaginar lo que sentiré al llegar al sitio.

—Mantén la vista dentro del auto —me advierte Elías mientras estira un brazo y hace que baje la mirada.

A esas alturas debería de haber pensado mejor en las palabras para decirme algo así, tengo la mala costumbre de hacer justo, lo que no quieren que haga.

Me arrepiento en el momento en el que mis ojos vieron el exterior.

—¡Te dije que no lo hicieras! —grita él molesto. No tengo ni aliento para defenderme o reprochar, estoy atónita.

Estamos en medio de un mar de cadáveres. A estas alturas he visto ya suficientes como para manejar la situación, pero esto no es lo mismo, estás personas las he conocido. E inclusive hablado. ¿Cómo puedo solo pasar sobre ellos como si fuesen basura? Claramente no soy capaz de hacerlo.

Hago lo que Elías me pide, mantengo la cabeza con la vista hacia algo que no sea el entorno. De esa manera llegamos al fin a la universidad, que en tan solo unas semanas antes, era en su totalidad esplendorosa. Radicalmente toda esa aura pintoresca se ha convertido en escombros.

Al bajar del auto las botas se me llenan de ceniza y las fosas nasales del fétido olor a muerte. Siento arcadas. Elías arruga la nariz y hace una mueca de asco.

Frente a nosotros yace la entrada, llena de penumbra y silencio.

—No estoy segura de querer entrar ahí —digo viendo la oscuridad en las ventanas del lugar. Elías ladea la cabeza y se rasca la barbilla.

—De hecho nunca estás segura de nada —repone él.

Pude haber gritado alguna ofensa por ello, pero la sensación de peligro no me lo permite.

Elías se lleva la mano a la cadera y saca de ahí el arma. Por inercia retrocedo, sintiendo que ese objeto es demasiado para siquiera tenerlo cerca.

—Toma —dice él agresivamente, pero bajito, como si él también sintiese la sensación de algo peculiar—. La necesitarás más que yo.

Miro fijamente el arma en su mano, extendida hacia mí para que la coja. Sé perfectamente en qué tipo de situación tendría que usarla, y con quién.

Simplemente no me creo capaz de hacer tal cosa; y por eso niego. El chico frente a mí parece entre incrédulo y decepcionado, o quizá molesto.

—Tendré presente que depende de mí salvar tu pellejo —espeta antes de caminar hacia la entrada y desaparecer en el interior.

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora