Han pasado cuatro días desde la instalación de mi circuito de congelación, tal como había dicho Anderson, mi aspecto mejoró notablemente.
Ya no me veía tan demacrada ni tan cansada, y sobre todo, ya no sentía el insoportable calor que me estaba calcinando.
Sin embargo, él me hace comer grandes cantidades de comida, tanto que en más de una ocasión termine devolviendo parte de mi comida.
Pero todo estaba bien, excepto por mi falta de manejo en los poderes, había mejorado un 0.01 % y era detestable, temía que Anderson me dijera que me enviaría con nuestros [padres]. Y lo haría, si no tuviese un montón de tubos conectados, solo por eso los apreciaba.
—¿En qué piensas? —pregunto.
Estamos en mi habitación iluminada por la luz de la mañana. Se ha quedado aquí todas estas noches, a mi cuidado, me parece muy exagerado pero no hay manera de hacer que cambie de opinión.
—En nada —responde luego de dar un respingo. No le creo, ha estado extraño últimamente.
—Estas actuando diferente —le digo, llevándome una cucharada de cereal a la boca—. ¿Qué me ocultas? —cuestiono entrecerrando los ojos.
Anderson pareció irritado.
—No todo es asunto tuyo —reprocha echando la espalda hacia atrás. Dejo caer la cuchara al plato y hace un sonido seco, eso llama la atención de mi hermano que suaviza la mirada, con culpa—. Perdón, yo no quise…
Niego con la cabeza e intento parecer despreocupada o desinteresada, eso no ha sido difícil con otras personas, pero ese chico es mi hermano, el ser más importante de mi vida.
—Da igual —mascullo volviendo a comer. Para mí desgracia siento que se me atora en la garganta y me cuesta trabajo tragármelo.
—Anyo, disculpa, no quise ser grosero contigo —Se ha levantado del sillón para aproximarse a la cama, me alejo antes de que me toque.
—Para Anderson.
—Anyi…
—Largo —le interrumpo, no parece muy dispuesto a hacerlo pero luego de unos minutos incómodos se va.
Esa noche me quedo hasta tarde en espera de que regrese a casa, pero las horas pasan y el sueño me vence.
***Al abrir los ojos veo sobre la mesa de noche el despertador, marca las 3:45 de la tarde. Frunzo el entrecejo al ver la hora, es demasiado tarde para que aún estuviese dormida.
Estiro el brazo para tomar el celular con funda verde pastel, al encender la pantalla veo a Gufield, el gato que me regaló Matías cuándo cumplí trece, el cuál fue arrollado por una moto —quedo demasiado horrible para describirlo— y, en medio de la pantalla, justo rozando sus bigotes, está la hora.
3:46
«Algo anda mal»
Aturdida por lo extraño de mi despertar, me levanto de la cama quedando sentada. El cuello y gran parte de mi cuerpo se siente encogido.
Estiro los brazos hacia arriba y a los lados, contorsionando mi espalda en un ángulo que provoca que mis huesos truenen. Chillo cuando me punza la espina dorsal, me llevo la mano a la espalda tratando de apaciguar el dolor, es cuando me encuentro con una gruesa capa de vendas.
Más despierta llevo la otra mano para seguir inspeccionando, y solo encuentro más y más vendas rodeando mi torso e inclusive, parte de mi cuello. Mis vibraciones hacen temblar las chamarras que cubren mis piernas, estoy demasiado alterada. O más bien aterrada.
El sistema de congelación que tenía puesto hace unas horas yace en una esquina de mi cuarto, bajo los rayos ámbar de la tarde.
Me tiro al piso y corro hacia el espejo, no hay ni un solo hilo u tubo conectado en mi cuerpo. Rompo el vendaje con mis uñas de manera precipitada, capa tras capa desenrollo el vendaje, cuando éste cae al suelo cubro mis pechos con ambos brazos, lentamente me doy la vuelta.El reflejo en el espejo me hace ver un sistema resplandeciente, recorriendo mi espalda con sus cuatro patas conectando mis piernas y brazos.
Todo me da vueltas y hago lo posible para no caerme, extiendo el brazo hacia el primer mueble en mi camino; cae al igual que yo.
Los pasos comienzan a hacer eco en el pasillo, hasta que el chico aparece en la puerta. Me mira entre molesto, aterrado y avergonzado.
—Anyi —dice en apenas un murmullo, que sí no fuera por el completo silencio no lo hubiese escuchado. Me arrastro por el piso hacia atrás, poniendo más distancia entre nosotros. En sus ojos se refleja pena y dolor—. Anyi escucha, puedo explicarlo.
Niego con la cabeza y comienzo a dar patadas al aire de manera frenética. 308 se acerca a la cama y toma una sábana, la cual me lanza para cubrir mi torso desnudo, que protejo con los brazos cruzados.
Débilmente saco la cabeza de la tela y me cobijo en la misma. Me doy cuenta que lloro cuando se me escapa un sollozo.
—¡¿Qué hiciste?! —balbuceo entre quejidos.
—Cálmate —pide—, mira tú entorno.
Hago lo que él me pide y miro a mi alrededor, pequeños objetos vuelan por la estancia, el bombillo se enciende y apaga continuamente, pero eso no me importa y me alteró más.
«Un regularizador, tengo un regularizador en mi espalda»
La imagen del objeto conectado entre mi rojiza y quemada piel me choca en el cráneo, y solo sé una cosa: ese regularizador no es mío.
—¿Lo mataste? —pregunto. Levanto la cara para verle el rostro a través de una cortina oscura sobre mis ojos; lo que tengo por cabello.
—No An, él ya… él ya estaba muerto —Su declaración no me tranquiliza, él lo sabe y abre la boca para decir—: yo no había pensado siquiera en esa posibilidad pero, luego recibí una nota que me citaba en un almacén, decía que encontraría lo que quería.
Mantengo mis ojos estudiando su rostro para saber si me miente o no.
—Cuando llegue el chico estaba muerto y… Y sobre su frente estaba el mensaje que decía: sálvale la vida.
—No te creo —sentencio con voz seca, trata de reprochar pero le interrumpo—. Solo otro Bolar podría hacer algo así, y, aunque hubiese alguien más aquí no haría eso por mí, lo sabes. Si se tratase de ti quizá, pero no de mí.
—Eres muy importante para mí.
—Eso no tiene nada que ver —protesto.
—¿Alguna vez te he mentido? —cuestiona arrodillándose y mirándome suplicante.
—No me dijiste sobre la llegada de [ellos] tampoco me hablaste sobre las notas que recibiste y mucho menos te atreviste a preguntarme si lo quería o no.
Muerde el labio y aparta la mirada. Dice algo entre labios, aunque no le escucho sé que es una maldición.
—Esas no son mentiras —se defiende—, fueron secretos que son algo diferente. Y sobre qué no te pregunté, es porque sabía tú respuesta y preferí pedir perdón que permiso.
—Pues no te lo perdono —espeto desviando la mirada.
—Para lo que me vale tú perdón —masculla—. Los trámites para tu viaje están hechos, te vas con nuestros padres.
Me giro violentamente hacia él, a pesar de ver mi estado de desconcierto se levanta del piso y retrocede hacia la puerta.
—Yo no me quiero ir —gimoteo caminando por el piso como bebé.
—No hay tiempo, toda esta calma se irá a la mierda —dice serio—. Y no dejaré que te vayas consigo.
—Pero…
—Cállate Anyi, te irás lo quieras o no.
Entonces entiendo al fin el gran nivel que ha alcanzado su aprecio, y lo dispuesto que está en cumplir su palabra.
Ponerte a salvo.
Dijo, y no estará tranquilo hasta lograrlo. Pero ahora que no estoy conectada a ningún aparato, no le será tan fácil deshacerse de mí.
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LA LLEGADA
Science FictionLlegaron siendo niños, con dos pensamientos en su cabeza: sobrevivir y pelear. No recuerdan sus antiguas vidas, ni como eran. O lo que hacían. Solo recuerdan sus códigos de identificación: 308 y 303. Dos hermanos en un mundo que no es suyo, preparán...