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Abro los ojos y todo está oscuro.

Afuera suena el sonido de las ramas de los árboles siendo agitadas por el viento, además de eso, solo se percibe una ciudad dormida.

Muevo la cabeza hacia un lado, para ver sobre la mesita de noche el despertador. Son la una de la mañana, demasiado temprano para estar despierta. Paso saliva por la garganta tratando de ignorar el malestar que me acoge, pero me resulta imposible hacerlo, el calor me está ahogando.

Yo no he sentido calor, de hecho, nunca debía de sentir calor, para eso está mi regularizador. Y sin embargo, lo siento, recorriendo cada fibra de mi cuerpo.  Me siento en la cama y aparto la sábana, la piel está húmeda de sudor.
Paso mis dedos por mis brazos, sintiendo lo diferente que luce mi piel al estar bañada de sudor. Sonrío, en verdad estoy sudada, es una sensación extraña pero agradable.

Pero sobre todo, está mal.

Deslizo  la mano por debajo de la blusa, mis dedos tocan el regulizador en la espalda el cuál  está frío, como debería de estarlo siempre; a pesar de eso no me tranquilizo, algo anda mal, muy mal. Debo saber qué es lo que está pasando conmigo pero… ¿Cómo?
Mi cuerpo está extraño, mi cuerpo se está dañando.

***

Salgo de la ducha, después de un largo baño con agua fría. Me paro frente al espejo y veo detenidamente mi reflejo. No hay nada diferente, tengo la misma cara y el mismo cuerpo, pero ya no soy la misma.

Ayer solo era 303… no, no era 303, ayer era Anyeli, ahora no soy ninguna de las dos, ahora solo soy una moribunda, lo sé.

Quito la toalla de mi cuerpo y le doy la espalda al espejo. Dónde mi regularizador tiene contacto con mi piel se ve rojizo.

Además de eso duele. 

Suspiro sacando más que aire de los pulmones, debí suponer que esto pasaría en el momento más inoportuno. Nada podía estar tan perfecto, adaptar nuestros cuerpos no basta con colocar algo en tu sistema para mantener tu temperatura baja, o más bien sí basta; sin embargo, ¿Qué pasa si eso no funciona y presenta un fallo? Por un momento pienso en las posibles consecuencias que eso causaría, y solo me imagino como un pedazo de carne cocida al vapor

—¡Anyeli! —Anderson me llama, tengo que apartarme de mi sitio y vestirme, con una ropa que a pesar de ser delgada y fresca, me resulta asfixiante.

Me giro hacia el espejo, poniendo ambas manos sobre mi acalorado rostro, al menos no moriré por manos de ellos, sí es que tienen manos. Me agacho para ajustar los cordones de los zapatos y salgo de la habitación, bajo las escaleras en pequeños brinquitos, como si estuviese emocionada.

Llego a la sala, que es pequeña y está atascada de aparatos y revoltijo de todo tipo. Anderson se encuentra en el escritorio vistiendo solamente pantalanes, dejando a la vista su pálida espalda en dónde yace su glorioso regularizador.

Me aproximo y pongo una mano sobre su hombro, para luego depositar un beso sobre su mejilla.

—Hola —le saludo por primera vez después de tantos años en la Tierra. Voy a la cocina en busca de un cuenco para servirme cereal.

—Holaaa… —El alargamiento de la palabra capta mi atención, lo miro por sobre la puerta del refri, ya que la cocina se ve perfectamente desde la sala. Él me observa curioso.

—¿Qué? —cuestiono guardando la leche.

—Debería de preguntarlo yo —dice—. ¿Qué buena noticia me tienes?

Me quedo con la cadera apoyada en el mueble donde guardamos los platos, sin entender muy bien el porqué de su extraña pregunta.

—Ninguna… —murmuro arrugando los labios, me enarca una ceja—. ¿Por?

 LA LLEGADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora