Nada de lo que he visto hasta ahora es similar a lo que tengo frente a mis ojos, y no es porque anteriormente no haya visto lugares destruidos y desolados.
O quizá es solo porque esto es mi [hogar], mi [rutina], son todos mis días reducidos al olvido y destrucción.
—Los bomberos no se daban a basto con el fuego —dice Elías mientras pierde la mirada en el horizonte—. Los lugares incendiados eran demasiados. Además de eso las llamas no paraban de surgir. Las destrucciones fueron obra de nosotros, los Bolares —Ante lo último no puedo evitar mi asombro y confusión. ¿Nosotros?—. No imaginé que hubieran tantos tan cerca pero no los conocía. Me parece que algunos cuantos salieron para dar caza, ellos desesperados comenzaron a cerrar los caminos para poder huir.
Y la manera más fácil de cerrar los caminos de los Anvibios era destruir cientos de construcciones y aplastar un montón de humanos como cucarachas ¿No? Vaya Bolares tan magníficos que han sido.
Trago seco cuando accidentalmente piso una mano, Anderson puede estar bajo todos esos escombros, cabe la posibilidad de que lo hubiesen matado.
Evidentemente mi cerebro no está dispuesto a aceptar tal hecho. Las posibilidades de que esté con vida jamás habían estado tan bajas.
«Pero él dijo que volvería a tu lado, y él no miente».
Camino hacia atrás para volver al auto, donde Elías ya está más qué listo para seguir la marcha.
Me siento débil y un poco desorientada en estas calles atascadas de autos, muestras de un caos pasado. Me resultan ajenas a lo que un día conocí, es diferente, y me siento responsable de no haber cuidado a todas estas personas, y solo ser un bicho patéticamente ridículo.
—¿Ahora hacia dónde iremos? —pregunto, dispuesta a que me lleve al fin del mundo si es posible.
—Iremos a la universidad —dice Elías poniendo en marcha el vehículo, su confesión me hace que lo vea. No abro la boca, pero hago todo lo posible para que mi gesto diga: ¡¿A QUÉ MIERDA IREMOS?!
Él sorprendentemente me entiende a la perfección y chasquea la lengua.
—Ese fue el inicio de uno de los ataques, quizá encuentre algo que nos ayude —dice.
Por primera vez algo en él me resulta familiar a 308, siempre buscando las pistas en los lugares indebidos y peligrosos. La única que parece estar dotada por sentido común soy yo, y claramente soy la última en la que alguno de los dos acudiría por opiniones.
—Quiero ir antes a casa —pido, al menos si voy a morir, quiero tener algo de casa.
Elías me echa una mirada un tanto cansada, y es que yo también estoy cansada, hemos viajado por días sin descansar, para evitar que unos tíos locos nos bombardeen como país en guerra.
A pesar de ese montón de capas de cansancio, quiero ir a ese huequito pequeño atascado de cosas que probablemente hasta sean chatarra.
—Por favor.
Está vez no dice nada, pero su mirada me responde. Sonrío agradecida y me paso las manos por el pantalón de manera nerviosa y asustada.
La idea de encontrarme unos pedazos de techo y trapo no es la más alentadora, para mí desgracia es lo único que mi cerebro puede imaginar.
Casa ya no era casa, el olor a hogar ya no estaba.
Me quedo inmóvil en el porche, temerosa. No por lo que puedo encontrar, sino por lo que no encontraré. Anderson no estará ahí.
—¿Vienes? —pregunto a Elías. Me mira a través del cristal de sus lentes, pero no logro descifrar su mirada.
—Ve tú, necesitas un tiempo a solas.
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LA LLEGADA
Science FictionLlegaron siendo niños, con dos pensamientos en su cabeza: sobrevivir y pelear. No recuerdan sus antiguas vidas, ni como eran. O lo que hacían. Solo recuerdan sus códigos de identificación: 308 y 303. Dos hermanos en un mundo que no es suyo, preparán...