El resto de la tarde la pasé en la cama.
Anderson recibió el dinero que había pedido, de inmediato comenzó a contactar una agencia de electrodomésticos, comprando así, el refrigerador más caro.
La idea me ponía la piel de gallina, la imagen de un cuerpo electrocutado no abandonaba mi mente.
«Esto es una locura».
Eran medidas desesperadas, demasiado desesperadas, mi hermano lo sabía. Aún así estaba dispuesto a correr el riesgo para obtener un acierto.
Preparó la cena y lo llevo a mi habitación, donde yo me encontraba como camarón al sartén, lo único positivo que veía de mi estado, era el dulce y tierno color en mis mejillas, me inundaba el pensamiento de que por primera vez, me veía humana; aunque estaba muy lejos de serlo.
Estaba demasiado débil y los ojos me ardían demasiado, así que solo abría la boca para recibir los bocados de comida que mi hermano me daba con la cuchara, hasta que el plato quedó vacío.
—Algo no está bien —dijo él.
—Estas alimentado una moribunda, creo que es normal —me burle, aunque sabía perfectamente a lo que se refería, yo también lo sentía.
—No Anyi, algo me dice que estamos haciendo algo mal, y no solo por lo que pienso hacer contigo, sino por todo.
—Empezando por nuestros deseos —concluí. Desde su llegada algo había cambiado en mi, lo sentía. Los Anvibios antes solo eran un susurro, sin embargo ahora estaban en el mismo suelo, rodeados por la misma gravedad. Cada instante resonaba en mis pensamientos.
Progresar y matar.
Nuestra orden, nuestra misión. No era solo eso, era más bien instrucciones que sentía la necesidad de cumplir, pero no lo hacía, y eso estaba mal.
Anderson asintió con la cabeza de acuerdo a mi argumento, nos quedamos callados, y por el resto de la noche ninguno de los dos volvió a abrir la boca.
***Gimoteo al despertar. Esta vez me siento peor que ayer, mis horas están contadas.
Aprieto los dientes sobre mi labio, causando romper la piel del interior, duele, pero no tanto como mi espalda. Dejo escapar un chillido al sentir que la prenda me acaricia la piel, es demasiado brutal para poder soportarlo. Me quedo sentada en la orilla del colchón, suspiro antes de llevar las manos hacia atrás y desabrochar el sujetador sin quitarme la blusa.Cuando lo retiro por completo tengo las mejillas bañadas de lágrimas. Lo peor viene cuando bajo la vista a la tela en mis manos, en donde hay piel incrustada en las fibras.
—¡Anderson! —llamo con voz temblorosa. Este acude segundos después y me observa atento.
—Maldición —espeta metiendo los dedos en su cabello.
—Esto duele.
Asiente en respuesta.
—Te mostraré ¿Crees poder caminar?
Arrugo los labios y asiento. Me ayuda a ponerme de pie sin tener contacto con mi espalda, caminamos hacia la sala y me deja sentada en un sofá. Sobre el piso hay un montón de objetos dispersados, y más allá está el refrigerador, al menos lo que queda de él; restos de chatarra.—¿Tendré conectado todo eso? —pregunto señalando el montón de cosas sobre la alfombra.
Anderson suspira fuerte. —Me gustaría decir que no, pero mentiría.
Me pellizco los brazos para apartar la atención de los objetos.—¿Encontraste algo en tu búsqueda? —cuestiono luego de un rato. 308 ladea los labios y frunce el ceño mientras mira su cuaderno de anotes, tal parece tener una guía de cómo armar mi nuevo “sistema de congelación”.

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LA LLEGADA
Science FictionLlegaron siendo niños, con dos pensamientos en su cabeza: sobrevivir y pelear. No recuerdan sus antiguas vidas, ni como eran. O lo que hacían. Solo recuerdan sus códigos de identificación: 308 y 303. Dos hermanos en un mundo que no es suyo, preparán...