Capítulo Catorce +18

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Unos labios gruesos se unieron a los míos y unas manos me recorrieron todo el cuerpo sin nada de pudor.

– ¿Cómo se te ocurre ponerte ese vestido? – dijo la voz de Enzo –. Encima ni siquiera sabías que iba a ser yo. ¿Te lo pusiste para que otro te viera con él?

Su voz celosa sonaba el doble de sexy que siempre. Y  me mojé con tan solo escucharlo.

– Tan apretadito, tan cortito – dijo, poniendo sus manos en el borde del vestido –. Encima tenés la descendencia de caminar así.

Amaba cuando decía diminutivos con la voz ronca. Su aliento tan cerca de mi boca, pero no me dejaba besarlo de vuelta.

– No me vas a besar – dijo –. Va a ser tu castigo por torturarme toda la noche.

– ¿Yo te torturé? Me has estado mirando las tetas toda la noche. No puedo más, te quiero acá.

– ¿Qué querés? – dijo –. Quiero que me digás todo lo que querés.

Una mano de él se coló en mi vestido, y sentí su roce en mi parte más frágil. Movía su dedo pulgar al compás de sus ronroneos. Me estaba matando, la manera en la que me susurraba al oído para después morderme el lóbulo. Se me escapó un gemido fuerte y él me tapó la boca.

– Shh, sin gritar – dijo mientras el cabrón aumentaba los movimientos –. Decime lo que querés. Decime Romi. ¿Qué querés de mí?

– Quiero que me cojás – dije en un medio susurro, medio gemido.

– ¿Acá en el baño?

– S-sí.

– No – dijo –. Decilo.

– Quiero que me cojás… acá en el baño.

– No tengo condón – dijo.

– Yo sí.

Saqué un preservativo de mi bolso y se lo dí. Él se bajó el cierre de sus jeans y abrió la bolsita con los dientes. Se lo puso y me pidió que me sentara en el lavamanos. Lo hice y abrí las piernas para él, solo para él. Como había hecho la otra noche, se quedó mirándome, con sus ojos negros y lamiéndose el labio.

– ¿Ibas a coger con alguien más? – preguntó mientras se acomodaba el condón.

– Puede ser – dije.

Entonces él se acercó a mí y sentí la punta de su miembro rozarme. Gemí su nombre mientra él entraba en mí. Ambos teníamos la boca abierta y nos mirábamos a los ojos. Nuestro reflejo se filtraba por los espejos, nos veíamos tan desquiciados.

– ¿Te gusta, que entre despacito? – ronroneó y entró aún más profundo.

Hice la cabeza para atrás y cerré los ojos, solo podía sentirlo a él.

– Mirame, te quiero ver la cara.

Hice lo que me pidió, sus pupilas se habían dilatado hasta que casi no quedó rastro de su iris café.

Sus embestidas se hicieron más fuertes y profundas. Nuestros cuerpos empezaron a transpirar y había manos por todos lados. Trataba de no gemir muy fuerte para que nadie nos escuchara, pero era casi imposible sabiendo que él estaba dentro mío.

– Sos tan preciosa – dijo –. Tan preciosa cuando sucumbís así.

Nos emborrachamos del otro en ese instante, sentimos todo del otro. Los besos iban y venían, nuestros dedos rozaban nuestra partes más sensibles. Nos tragamos nuestros gritos y nos sentíamos como si estuviéramos a punto de subir al paraíso.

El cuerpo de Enzo se apegaba tan bien al mío. Sus toques, mis caricias. Nos olvidamos por completo del lugar en el que estábamos. Solo éramos él y yo.

Enterré mis uñas en su camisa azul, y él tiraba levemente de mi pelo.

Sus movimientos se hacían violentos y rápidos y yo me movía al mismo ritmo que él. Mis caderas se apoderaron de mi conciencia y se movían para encontrar el punto de mi placer.

No aguantaba más. El placer se hacía cada vez más fuerte. Las manos de Enzo se apegaban a mi cintura y recorrían mis senos. Mi vestido estaba totalmente corrido y los breteles se habían caído hacía un buen tiempo.

Enzo suspiró de tal forma que fue suficiente para que me corriese justo ahí. Él siguió hasta que también su placer llegó al punto más alto.

Estábamos agitados, respiramos en la boca del otro y nos besamos una última vez.

– Tenemos que volver – le dije.

– Sí – fue lo único que pudo decir.

Me acomodé el vestido y bajé del lavatorio. Estiré la falta y quité todo rastro de arrugas.

– Va a ser mejor que vos salgás primero – dijo y asentí –. Voy en un rato.

Antes de irme noté cómo había dejado su cara.

– Pará – dije –. Te llené de labial.

Él sonrió y se miró al espejo.

– Lo compré en un chino, es malísimo.

– Voy también estás toda manchada – dijo entre risas.

Traté de limpiar su cara con un pedacito de algodón. Sus ojos ahora eran dulces y todo rastro de lujuria se había ido. Luego él me limpió a mí, fue muy delicado con el tacto. Apenas sentí sus dedos en mi piel. La concentración que había en su rostro mientras trataba de sacar la mancha de mi mejilla me llenó de ternura. No pude ocultar mi sonrisa.

– Ya estás – dijo.

– Retoco el labial y me voy.

– Okay.

Salí del baño un segundo después de ponerme de nuevo el producto. Lo dejé ahí solo y me encaminé de nuevo a nuestra mesa.

                                         *

Espero que les guste esta parte! Muchos cariños y gracias!!!!

VISTA AL MAR | Enzo VogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora