Capítulo Veintisiete +18

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Fuimos a comer a la calle principal del pueblo, saliendo del casco histórico. Nos pedimos unas pastas al pesto con crema que estaba exquisito. Mis papilas pedían más de aquel plato que había acabado.

– ¿Cuándo vuelven a Palermo? – preguntó Enzo.

– Salimos el viernes a la mañana – dije mientras comía un grisín –. Vamos a estar llegando a la tarde.

– Sí, la alegría se acaba y hay que volver a agarrar la pala – dijo mi amiga y yo asentí.

– Yo voy a inscribirme al último año de la carrera.

– ¿Hace cuánto estás estudiando? – me preguntó Saulo.

– Hace tres años – dije –. Antes estudiaba Diseño gráfico en la UNCUYO, pero la dejé y me mudé a CABA.

– Estuvimos viviendo un tiempo juntas, pero nos dimos cuenta que no funcionábamos así – dijo Cami.

– No, por Dios – dije –. Las veces que nos habremos peleado en esos tiempos.

– Así que Romi se mudó a quince minutos de mi casa.

– Y ahora vivimos en paz – dije, molestando a mi amiga.

Seguimos hablando de boludeces y algunas otras cosas. Caminamos a la orilla del río y nos metimos a nadar. Jugamos un partido de fútbol en la playa, nos ganaron los chicos. Tomamos mate con surtidas en un banquito y hablamos, nos conocimos un poquito más y nos enamoramos. Más tarde el sol pintó destellos dorados en el agua y nos quedamos viendo esa escena de película. Al caer la noche fuimos a un restaurante y comimos sushi, Enzo lo pidió vegetariano.

Volvimos cansados a la casa de Saulo. Él día pasó como pequeños flashes en el tiempo, se sintió apenas como un pestañeo. Y sentí algo de nostalgia, porque al día siguiente nos iríamos de esa casa que se había llenado de risas e historias.

Enzo y yo entramos en la habitación y abrimos las cortinas. Me quedé mirando el mar por la ventana y él me abrazó por la cintura. Sentí sus labios rozando mi hombro descubierto. Su respiración lenta contra mi espalda me calmaba más de lo que ya estaba. A su lado sentía que nada malo podría pasarme.

Me di vuelta y lo besé, como lo habíamos hecho la noche anterior, solo que con un poco más de pasión. Acaricié los pelos largos de su nuca con cuidado.

– Quiero hacerlo – le susurré –. Te necesito.

– ¿Estás segura? – dijo contra mi frente y asentí con la cabeza.

– Completamente, quiero ver cómo te cambia la personalidad.

Él río, entendiendo mi chiste.

– Quiero ser más suave esta vez – confesó.

– Bueno – dije –. Pero no tanto.

Volvimos a reír mientras caminábamos a la cama. Caí encima de las sábanas desordenadas. Me besó en todos lados y deshizo mi vestido. Lo tiró al piso y me miró, pero vez su rostro expresaba otras cosas, quizás era la dulzura mezclada con el placer.

Se quitó la remera, tirándola en alguna parte y volvió a mis labios. Sus manos jugaban con el borde de mi ropa interior y me tocó ahí. Grité un poco al sentir sus dedos contra esa parte, moviéndose en pequeños círculos irregulares.

– ¿Querés que me cambie la personalidad? – susurró y sus dedos empezaron a moverse más rápido.

Asentí mientras sonreía al notar que sus ojos se oscurecían.

– Te voy a hacer mía toda la noche – dijo y se metió entre mis piernas.

Mis caderas se movían sin mi permiso y mis manos apretaban las sábanas con fuerza. Sentía su lengua en todas partes, inquieta y testaruda. Sus labios besaban donde más me gustaba y mi espalda se arqueaba por eso.

Clavé mis uñas en sus hombros y él gruñó como respuesta. Sus grandes manos apretaban mis muslos y de vez en cuando apretaban mis pechos.

Sentía algo acelerarse dentro mío cuando sus dedos me penetraron. Era tan bueno haciéndolo que dudé si encontraría a alguien que lo asemejara.

Volvió a mis labios cuando llegué al orgasmo. El sudor recorría mi espalda y mis manos tiritaban del deseo.

– Quiero hacerte mía – volvió a decirme, corriendo un mechón de mi rostro –. Quiero hacerte el amor.

La forma en la que lo dijo provocó que mi corazón saltara dentro mi pecho. Nunca me había dicho algo así y me sentía feliz.

Asentí como pude y él me besó de nuevo. Siguió besándome cuando entró en mí. Empezó a mover sus caderas suavemente y más tarde aumentó el ritmo.

Gemí en su oído y él en el mío. Sus embestidas hacían a la cama chocar contra la pared, generando más ruido del que nos hubiera gustado.

Hicimos en amor vista al mar, hicimos el amor como dos amantes de toda la vida. Formamos uno solo aquella noche, nos sentimos por completo y rebozamos de alegría al terminar.

Y por fin entendí la manera en que el amor y el deseo se entrelazan. Porque aunque conocí a Enzo en una semana, fue capaz de remover cosas en mi interior que siempre habían estado quietas. Porque todo él me hacía bien, y lo amé.

*

Les tengo que confesar algo... Esta historia está cerca del final. CHAN CHAN CHANNN. Saquen sus propias teorías! Nos vemos pronto!

VISTA AL MAR | Enzo VogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora