Capítulo Veintiuno

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Lo único que pensaba en ese momento era cómo escapar de ahí. Porque Enzo tenía esos ojos de cachorro que me volvían loca.

– Es lo que te tenía que decir el otro día – susurró –. Pero no sabía cómo decírtelo, y por mensaje no era lo mismo que si te lo decía a la cara.

Mi mente repetía la misma palabra: ¡ESCAPÁ!

No soy buena revelando mis emociones, aún sabiendo que lo tendría que hacer. Mi psicóloga me retaría si me viera.

– No sé qué decirte – le dije –. Me has dejado sorprendida.

– Fui muy precipitado ¿No?

– No, no, es que…

– ¡Romi! ¡Enzo! ¡En un rato comemos! – gritó Saulo.

– ¡Dale! – grité. Enzo suspiró y el momento se deshizo como las cenizas –. Voy a cambiarme.

– Yo voy a tomar una ducha.

Ambos fuimos por nuestro camino, dejando en el aire una cierta mezcla de incertidumbre y tensión. Puse mis manos en la cara y refunfuñé. Para alejar cualquier pensamiento que volara me puse a desempacar. Acomodé mi ropa en un pequeño mueble que estaba al lado de la puerta. Las demás cosas las dejé dentro del bolso, ya que el cuarto era muy pequeño y todavía faltaban las cosas de Enzo.

Me quedé mirando la habitación y sus paredes blancas de madera. El aroma a agua salada entraba por la ventana y se impregnaba en las cortinas. Se escuchaba las olas formarse a apenas unos metros de distancia, y el graznido de algunas aves. Las cortinas eran de una suave tela blanca que se transparentaba y se podía ver a través de ellas algunas partes del color azul del mar.

Me acosté en la cama sintiendo lo sedosas que eran las mantas violetas que cubrían el colchón. Me pregunté cómo haríamos Enzo y yo para dormir sin tocarnos en absoluto, sería algo imposible. Nuestros cuerpos se necesitaban, aunque sea como ese roce de manos que habíamos tenido.

Escuché que la puerta del baño se abrió y de pronto Enzo volvió a la habitación. Las gotas le caían de sus mechones lisos y recorrían sus clavículas y seguían su camino por sus hombros. Sus ojos se habían oscurecido, o eso me pareció a mí. Una toalla blanca cubría su cuerpo atada a la cintura y en la mano derecha tenía su ropa hecha una bola.

– Ya me voy – dije, levantándome de la cama.

– No hace falta que te vayás – dijo.

– Ya sé, voy a ver si necesitan ayuda con algo.

Enzo asintió con la cabeza y dejó la ropa encima de la cama.

– Está bien. 

Salí de la habitación y cerré la puerta para que él pudiera cambiarse en paz. Refunfuñé aún sosteniendo el picaporte. Salí del pasillo con la mente hecha un caos, empezaba a dudar si la palabra histérica realidad sí pegaba con mi personalidad. Cami y Saulo no estaban dentro de la casa como pensé, entonces me dirigí afuera y los encontré dando vuelta unas patas de pollo en la parrilla. Hablaban de algo que no alcancé a escuchar, pero debió ser cómico por la sonrisa de ambos.

– Buenas – dije. Ambos se voltearon a verme y parecieron un poco desorientados viéndome ahí –. ¿Quieren que les ayude algo?

– Oh no – dijo mi amiga –. Estamos bien, gracias igual. En un rato comemos, habría que poner los platos . ¿Vamos a comer adentro o afuera? – le preguntó a Saulo.

– Afuera – respondió él.

– Che, qué calor hace hoy. Más allá de estar al lado del fuego –. Cami cambió de tema, pero parecía estar hablando solo con Saulo.

Cuando sos el mal tercio ¡Andate! Ni por puta te quedés porque la vas a pasar mal. Por lo que me fui de nuevo adentro. Busqué los platos en la repisa y los puse en la pequeña mesita que había en el patio trasero. La puerta del cuarto seguía cerrada, no decidí entrar, más que nada para respetar la privacidad de Enzo.

Quizás la mejor idea fuera ir a tomarme una ducha y que el agua se llevara la tensión que había en mis hombros y eso hice: tomé una ducha de agua helada y me relajé mientras las gotas caían por mi espalda.

Me puse más acondicionador de lo recomendado para no tener frizz y me envolví en una toalla color manteca. Cuando salí del baño noté que la puerta del cuarto ya estaba abierta y sentí risas al final del pasillo provenientes de las voces de mis amigos.

Me puse un vestido floreado con cuello en V (sin sostén, odio los sostenes) y mangas sueltas. Apenas rozaba mis rodillas, pero me sentía bastante cómoda con él.

– ¡Ro! – gritó Enzo desde afuera

– ¿Qué le decís Ro? Yo soy la única que le dice Ro – dijo Cami en joda.

– Bueno ¡Romi! ¡Ya estamos! – repitió.

– ¡Voy! – dije, saliendo de la casa por la puerta trasera.

Camila servía la ensalada rusa en los platos mientras Saulo pinchaba la carne y la ponía en una fuente, y Enzo servía gaseosa en los vasos.

– Te apareciste, querida – dijo Cami cuando me vio salir.

Me senté al lado de Saulo, pero a nadie pareció importarle.

– Romi decime qué querés que te sirva – dijo el coje amigo rubio de Cami.

– Unas costillitas - le pedí.

– Perfecto – dijo y me las puso en el plato –. Para Cami…

– Una pata de pollo – le pidió.

– Y para Enzo nada, porque…
– No como carne.

– ¿Hace cuánto sos vegetariano Enzo? – preguntó Camila.

– Uff – pensó él –. Harán unos cuatro, cinco años. Lo que más me dolió fue dejar de comer pescado, pero ya me acostumbré

– Mirá vos – dijo ella –. No, yo no podría. Me gusta demasiado el cerdo.

Enzo río por el comentario y sus ojitos se achinaron.

– Esa es la parte más importante del desafío, dejar algo que te gusta por una causa más grande.

Cami se quedó viéndolo mientras se servía ensalada de tomate.

– Como se nota que sos actor – dijo y él volvió a sonreír.

– Bueno, quiero brindar por tenerlos de invitados – comenzó a decir Saulo –. Por el viaje de Cami y Romi, por Enzo y su película. Y por mi futuro viaje a Buenos Aires. En resumen por nosotros.

– Por nosotros – dijimos al unísono.

Brindamos, reímos y comimos. Nos llenamos de alegrías y sorpresas en ese almuerzo. Parecíamos personas que se conocían de toda la vida, pero la realidad era que apenas sabíamos nuestros nombres. Fuimos felices en esas dos horas, y no se notó que éramos casi desconocidos.
           
                                        *

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VISTA AL MAR | Enzo VogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora