Capítulo Diecisiete

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La playa realmente estaba muy lejos. Camila me hizo conducir cuatro horas hacia un pueblito llamado Cabo Polonio.

– De verdad pensé que estaba más cerca – dijo ella preocupada.

– No pasa nada – dije –. Después me devolvés la plata de la NAFTA.

Cami se asustó, pero después le dije que me debía solo la mitad.

El lugar era precioso, parecía un pueblo perdido de Noruega. Había casitas dispersas por el césped y un poco más allá estaba el faro. Por una parte del acantilado el agua del mar pegaba con toda su furia, levantándose por los aires, para luego volver al océano. Había lobos y leones marinos descansando a la orilla, entre las piedras y otros rugían.

– Es hermoso – le dije, mirando todo lo que me rodeaba.

– Por eso te dije que teníamos que venir – me dijo –. Lo único es que no vamos a tener wifi ni nada de eso.

– No importa – contesté – Quiero ir al Faro.

– Vamos – dijo – Está abierto.

Caminamos por un sendero que se encontraba entre las piedras. Se escuchaba el ruido del agua olearse abajo. Saltamos de roca en roca como si volviéramos a ser niñas.

Llegamos a la entrada del faro entre risas y saltos. Me sentí viva una vez más al lado de mi mejor amiga.

En la entrada había varias personas esperando al tour turístico. Nos unimos a ellas hasta que un chico de unos veinti y pico abrió la puerta para que entráramos al lugar.

– Bienvenidos al Faro de Cabo Polonio – comenzó –. Pasen.

Todos entramos al lugar. Era como una gran recepción en dónde había pósters históricos con fotos antiguas en blanco y negro.

– Gracias por venir a Cabo Polonio de visita. La exposición comienza acá, donde podemos ver una foto del Faro en 1910. Fue construído en 1881 debido a varios naufragios y fue iluminado en mayo del mismo año. El primer farero fue Pedro Grupillo, que vivió su vida cuidando el faro en soledad – contó el muchacho.

La visita fue muy atrayente, sobre todo la manera de narrar de aquel chico, más joven que yo. Nos contó que la torre tiene una altura de veintiséis metros y varias leyendas del lugar. También que en 1942 la zona fue declarada reserva marina.

Subimos los 132 escalones a duras penas. Para cuando llegamos a la cima el sudor nos corría por la frente, pero valió la pena. La vista al mar era hermosa, la expansión del agua traspasando el horizonte me dejó impactada. El sol ocultándose detrás del océano para iluminar a los demás continentes.

– Es la vista más hermosa que he visto – le dije a Cami.

– Sí – dijo ella.

El viento despeinaba nuestros cabellos y nos invitaba a bailar con él, trayendo consigo algunas gotas del mar saladas. Pude sentirlas en la comisura del labio.

– ¿Extrañás Mendoza? – me preguntó ella.

Solo pude suspirar como respuesta a su pregunta, sabía que ella no lo hacía.

– Sí, obvio que la extraño. Toda mi familia está allá.

– No extraño a mi familia – dijo –. Pero extraño los lugares, extraño ir de campamento con Julia y Angie. Las cuatro boludas con las carpas arriba del micro.

– O cuando filmamos un vídeo para Historia. Me acuerdo que nos reímos tanto que Angie escupió la Coca por la nariz. Y la filmaron encima, lo pasaron para sus quince.

Ambas reímos al recordar a nuestras amigas de secundaria que se habían quedado en la provincia.

– Por ahí vuelvo a hablar con ellas, pero no es lo mismo.

– Lo sé – dije –. Extraño nuestra ciudad, pero creo que fue la mejor decisión. Quiero actuar, quiero ser grande, y hacerlo en Mendoza… No iba a funcionar.

– ¿Qué te hace pensar eso?

– Todo – le dije, sin dejar de mirar al horizonte. Y pensé que ya era momento de contarle la gran noticia que me dejaba despierta por las noches – Tengo que contarte algo… Me llamaron para audicionar para una película.

– ¿Qué? – dijo ella con la boca abierta.

Chilló un poco y me abrazó como si mi logro muera el suyo. Sus brazos eran mucho más fuertes que los míos y sus sonrisa podía iluminar toda una ciudad.

– ¡Romi! ¡Qué buena noticia! ¿Cuándo te enteraste?

– Hace una semana y media – dije –. No quería decirte hasta no estar del todo segura. Tengo la entrevista apenas volvamos a Palermo.

– Ay amiga, qué contenta me podés – dijo.

Me volvió a abrazar y nos quedamos en silencio, mirando el mar.

                                       *

Espero que le guste esta parte! Gracias por leer y dar apoyo! Nos vemos!

VISTA AL MAR | Enzo VogrincicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora