Se habían detenido. El motor del sedán negro se apagó con un ronroneo disipado. Las paredes de un mustio edificio de carcomidas paredes y ventanas cubiertas con vidrios polarizados, se cernía al final de un oscuro y silencioso callejón, en aquel alejado límite de Ame.
Ino Yamanaka espetó un gruñido en cuanto reconoció la fachada.
—¿Qué diablos...? –se giró al instante hacia el asiento del conductor—¡Anko-san!
Ésta se había bajado en cuanto detuvo el auto y caminaba resueltamente hacia uno de los portones laminados que daban al frente del inmueble.
—¡Anko!
Corrió hasta la puerta entreabierta. La penumbra absoluta le envolvió como un manto ominoso y un fresco viento ocasionado por una de las ventilas del techo le dio de lleno. Sus pasos se frenaron al percibir un sonido estremecedor.
Gemidos y sollozos ahogados escapaban de las bocas amordazadas de los dos cautivos humanos. Maniatados como pedazos de carne, los hombres colgaban de una barra de metal que discurría a todo lo largo del techo de la abandonada fábrica. Les habían tapado la boca con mordazas de nylon y su carne mortal estaba llena de golpes y moratones. Una capa de sangre y mugre cubría los celestes uniformes de policía. El bordado de la jurisdicción de Konohagakure era apenas visible.
La joven rubia se llevó una mano a la boca, ahogando un grito. Unos dedos helados le asieron el hombro.
—Siento haberte mentido... en parte —Anko arrastraba las palabras con un siseo lento, como el de una serpiente—. Sabes, esto nos podría acarrear problemas, si les dejamos ir.
La mujer de oscuros cabellos no prestaba la menor atención a los incoherentes gemidos de los hombres. El aroma metálico de la sangre emergía entre el húmedo aire, con una vehemencia seductora.
Igual... igual que aquellas veces...
—No... —Ino eludió la mirada de los cuerpos—...no puedo hacerlo. ¡No voy a hacerlo!
Anko pareció imitar un gesto de decepción, pero su rostro, el semblante de una mujer que no pasaba de los treinta, pálido y de rasgos mordaces, no proyectaba más que una expresión casi retadora.
—¿No puedes o no quieres? –increpó—... Oh, vamos, un mes... casi dos, sin siquiera probar una gota que no fuese esa asquerosa sangre envasada, ¿vas a decirme que eso ha bastado para... civilizarte?
Caminaba alrededor de los cuerpos, cómo un buitre que rodea a su presa. Una mano, develando unas uñas lisas y largas como cuchillas se posó en el cuello de uno de los policías. Los ojos del humano se abrieron de alarma al sentir las afiladas uñas hacer un surco en la yugular y sus apagados gritos cobraron un tono más agudo. Forcejeó en vano contra sus ataduras, incapaz de liberarse. Anko se colocó detrás del aterrado espécimen y esperó en silencio a que el humano cejara en sus fútiles esfuerzos.
Un hilo carmesí, tibio y espeso emergía del cuello. El aroma metálico, caliente y vital se filtró en las fosas nasales de Ino como el vapor arrebatador de un festín recién servido. El borde de sus uñas se acrecentaba adquiriendo un filo liviano y letal, su boca entreabierta dejaba entrever el blanquecino resplandor de sus colmillos.
—N...no...
—¿Vas a negarte?, ya, ¿en serio? –con un aire malicioso y artero, Anko le contemplaba, paseando las uñas índice y anular por la tersa línea trazada en el cuello.—No has probado bocado en todo el día... —siseó—...lo veo en tus ojos. —Al cabo de unos momentos, el exhausto mortal dejó de debatirse y se dejó caer contra sus ataduras, resignado aparentemente a lo inevitable—...No puedes domesticar lo que es libre... Ino-chan — Los castaños ojos de Anko resplandecieron con diabólica malicia. —...No es natural.
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Being Human
ParanormalADAPTACIÓN/ Ino Yamanaka y Sakura Haruno son dos jóvenes aparentemente normales que comparten casa y trabajan en el mismo hospital. Lo único anormal es que Ino es una vampiresa y Sakura una mujer-lobo. Además hay otra inquilina: Hinata, una jóven fa...