Capítulo 23.- El Noble Arte de Decir Adiós

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Conocemos a gente... y nos enamoramos.

Y cuando nos separamos, nos dejan marcas, para que les recordemos. Nuestros amantes, nos esculpen, nos moldean... nos definen. Para bien o para mal.

Cómo la bola de una máquina de pinball, chocamos contra ellos y rebotamos en otra dirección; impulsados por el contacto... y después de la separación, puede que nos queden cicatrices. Pero somos más fuertes, o más frágiles... o más necesitados.

Nuestros amantes permanecen en nuestro interior como fantasmas. Apareciéndose en pasillos y habitaciones desiertas. A veces susurrando, a veces gritando.

Invisibles, pero siempre allí. Esperando.

Sai.

Aquel grito había culminado en un chasquido estruendoso y alarmante producido por los cristales de las ventanas de la sala. Los vidrios de las ventanas se desplomaron, sucumbiendo como una lluvia de diminutos diamantes transparentes.

La voz de Rock Lee resolló con un gutural eco.

—¡Hinataaaaa!

La exhalación había surgido más como un grito de batalla que como una advertencia. Ahora no sólo la energía fluía como una llamarada iracunda en su intangible ser, sino una incandescente mezcla de resentimiento y disgusto tras haber escuchado semejante infamia brotar de las crueles palabras de Hanabi Hyuuga.

¡Una furibunda y justiciera llamarada de juventud!

...O un último sacrificio.

Hanabi dejó escapar el último puñado de sal purificada. Los sellos, dispuestos en aquel elaborado códice habían proyectado una sombra imprecisa, justo debajo de la ahora casi borrada silueta de Hinata. Un vórtice lóbrego que crecía conforme absorbía la energía de la Hyuuga.

Hinata apenas pudo escucharle. La visión se tornaba oscura pero pudo percatarse aun de su presencia.

—¡No! ... ¡No... Rock Lee...!—jadeó, sintiendo su voz como si estuviese en medio de un estrepitoso huracán.

Tarde. Muy, muy tarde.

Los últimos granos de sal cayeron y segundos antes de que el ritual completara su cometido, las manos del muchacho asieron los incorpóreos hombros de Hinata, empujando a la frágil joven hacia un lado. El imponente abismo exhaló su irrevocable bocanada y ésta arrebató el último suspiro del alma de Rock Lee.

El vórtice y el joven se esfumaron, al igual que la flama de una vela al apagarse por el viento. Sin tener un cuerpo sólido, y aun con la exigua energía que le quedaba, Hinata sintió caer bruscamente contra el linóleo, ante la atónita mirada de su hermana menor.

Hanabi exhaló y su rostro se contrajo en un rictus de furia.

—¡Maldita...!

La puerta se abrió bruscamente, derribada por la fuerza de una patada e irrumpiendo las palabras de Hanabi. Ésta miró de reojo, apenas percibiendo la despeinada cabellera rubia del contrariado policía que permanecía inmóvil en el umbral de la puerta. Naruto Uzumaki resolló, todavía aturdido por lo que acababa de presenciar. Desenfundó el arma y la empuñó hacia la Hyuuga.

—¡Policia de Amegakure! ¡Ambas manos en alto! ¡Esta detenida!

Una lacónica carcajada brotó de la garganta de Hanabi Hyuuga.

—¿Qué? —jadeó—¿Detenida? ¡¿Y por qué carajos...?!

—Homicidio en primer grado y allanamiento de morada. —terció una voz.

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