Capitulo 17.- TÚ ERES A QUIEN PERSIGO

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El amor debería ser lo opuesto a la muerte.

Debería ser nuestro motivo principal de querer estar aquí; porque, ¿qué más tenemos? ¿La aburrida programación de un domingo por la tarde? ¿La banalidad del dinero?

El amor es complicado, se entremezcla con otras cosas, como la posesión, la angustia, la lujuria...

...y la muerte.

—Shisui Uchiha

Aunque la lluvia había dejado momentáneamente de caer en las calles de la ciudad, por todas las alcantarillas quedaban charcos grasientos como testimonio del diluvio. Se oía el chapoteo de unos raídos botines al pisar los charcos de agua apestosa, mezclado con el sonido de unas garras de hueso que arañaban la barda que lindaba el lado de la civilizada Amegakure.

Hubo un crujido y un chasquido de huesos que perturbó aún más a las alimañas que tenían su morada en las alcantarillas.

Todavía siseando como un reptil herido, Tayuya echó a andar por el húmedo y ruinoso pasillo. Sus ropas enlodadas estaban empapadas de sangre, gruesos surcos cruzaban su espalda producto de las zarpas de aquellas bestias y el muñón de brazo le provocaba una sacudida de agonía desgarradora a casa paso que daba.

¡Jodidos bastardos!, gritó al silencio y a la lluvia mientras hacía esfuerzos por cerrar la herida. Había perdido demasiada sangre ya y la regeneración hacía demasiado lento su trabajo.

Sus ojos humanos, acostumbrados perfectamente a la penumbra de la oscuridad pasaron de ésa tonalidad ónice a la contextura humana. Perdía más sangre.

Necesitaba reponerse. Necesitaba alimentarse... ya luego ajustaría cuentas con la roñosa pareja que se cargó al resto de la pandilla como si fuesen simples mortales. No... no con ellos dos... Tayuya sólo tenía una imagen fija en su contusa memoria.

¡Esa asquerosa perra! Sintió que lo que restaba de su propia sangre hervía de furia. Apretó el único puño y las uñas, aun con la consistencia de garras se clavaron en la palma, como si este contenido gesto pudiese ahogar siquiera un poco su resentida ira.

Se repondría... y la encontraría, tomaría a esa asquerosa bestia del cuello y le arrancaría el pellejo con su propia mano!

—Mira nada más –exhaló una voz detrás de ella. La mano fría de Anko se posó en su hombro. Soltó un largo suspiro—Les doy una sencilla tarea... ¿y así es como terminan? ¡Estúpidos!

Tayuya se giró hacia ella y sus labios, cubiertos de una densa capa seca de sangre se torcieron en una mueca de irritación y fiereza incontenida.

—Ellos... ellos... ¡Esos hijos de puta los mataron y tú... tú sólo piensas reprocharme... grandísima puta..!

Y la voz se cortó. Un hilo caliente y húmedo le dio de lleno en la boca y entonces se percató de que era sangre. Su propia sangre.

Un estertor abatió su pecho. Bajó la mano, temblando, jadeando, y sus dedos tocaron otros dedos, emergiendo desde el plexus. La mano de la mujer, fría como un carámbano y con uñas largas y afiladas como dagas, estrujaba los órganos de la joven de pelo magenta, la cual había dejado de gritar... y de respirar.

Cayó sobre un charco, como un maniquí desmadejado. Anko miró despectivamente hacia el cuerpo de Tayuya, y la suela de su bota dio contra el cráneo de esta. Hubo un crujido, puede que hasta una última sacudida involuntaria del cuerpo, antes de que la cabeza estallase como la cáscara de una nuez.

—Cria cuervos y te sacarán los ojos... creo que te equivocaste con ello, Kabuto-san —masculló Anko sin mucha ceremonia, y mirando hacia el cielo raso. –Por lo menos me fueron útiles...

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