TREINTA Y TRES

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Me despierto sobresaltada y sudando de nuevo. Tengo algo en mi frente y noto como Mark le da la vuelta. Llevo mi mano a mi frente y él aparta sus dedos para que yo toque el paño húmedo que me ha puesto.

— ¿Qué hora es? —Le pregunto con voz ronca.

— Son las tres de la mañana —responde.

La noche más larga de mi vida. Quiero que llegue mañana y levantarme con energía, pero sé que eso no va a suceder porque estoy perdiendo la voz poco a poco, cada vez puedo respirar menos y la garganta me duele como el infierno. He estado tosiendo días anteriores sí, y no me he sentido con muchas ganas de nada, pero no pensé que llegaría a esto.

Me quedé dormida mientras él me leía un libro que yo le había recomendado hacía unos meses. Ni siquiera sabía que lo estaba leyendo. ¿Es que acaso le quedaba tiempo para hacerlo?

Me incorporo y me apoyo en el respaldar de la cama, acomodando los cojines antes. La cabeza me va a explotar y no puedo respirar. Sostengo el paño que Mark me puso en la frente entre mis manos y cierro los ojos.

— He ido a comprar los antibióticos —dice acercándose a la cama con una bolsa pequeña—. También te he comprado Vicks VapoRub.

Se sienta en el borde de la cama y empieza a sacar las pastillas que tengo que tomarme. No tardo en hacerlo mientras él abre el bote azul con tapón verde y me mira. Dejo la botella de agua en la mesita de noche y lo miro de vuelta.

— ¿Qué?

— Levántate la camiseta.

— Eres un pervertido.

— Te he visto desnuda miles de veces.

— No creo que hayan sido miles. No ha dado tiempo a que lleguemos a tanto, ¿no? La primera vez fue en mi casa, después en tu hotel y...—

— ¿Lo vas a contar en serio? —Pregunta.

Levanto mi camiseta, quedándome expuesta ante él y siento el frío de la crema junto a mi pecho. Con suavidad, lo extiende y el olor a menta se hace presente. Bajo mi camiseta cuando él termina y lo observo cerrar el bote y guardarlo de nuevo.

— Ayer fui a casa de Nikolay.

— Lo sé.

— Supuse que te lo contaría —echo mi cabeza hacia atrás y él se levanta de la cama— Me dijo que tú no pensabas que había sido yo y me pregunto por qué no te disculpas.

Mark se acerca y me quita el paño de mis manos, después, coge el termómetro y me lo pongo. Parece que hace una eternidad que volvimos de Bali. No entiendo cómo él ha cambiado tanto y por qué. Sale del baño y me mira. No veo nada en su mirada, ni una pizca de sentimientos, nada que pueda decirme que está arrepentido. ¿No lo está? Si no lo está, ¿por qué demonios se preocupa por mí ahora?

— Perdí los papeles —habla, por fin—. Lo siento, no quise asustarte.

Y tanto que me asustó. Jamás lo había visto perder los papeles, como él dice y eso fue realmente aterrador.

— No te perdono, te estrangularía.

— Y yo te dejaría hacerlo —lo observo moverse hasta la cama y me quita el termómetro cuando suena—. Está más baja que antes.

Toso de nuevo y me quejo por el dolor en la garganta y en mi pecho. No lo estoy dejando dormir y él debería irse a otra cama para poder descansar.

— No queda nada del chico que conocí en Italia.

— El chico que conociste en Italia no estaba tan jodido como ahora —responde acostándose de nuevo y apoyando también la espalda en el respaldar.

Su mano se pone sobre la mía y la aprieta. Lo miro, sintiéndome cansada, derrotada y hundida.

A LA CAZA DE CHIARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora