TREINTA Y NUEVE

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Me tomo un café mirando cómo amanece y escucho unos tacones acercarse a mí. Chiara se pone a mi lado y me abraza. La miro y sonríe. Está preciosa. Bajo mis labios para besar los suyos y le doy un tierno beso.

— ¿Quieres ir a trabajar hoy? —Le pregunto— Podemos fingir que estamos enfermos.

— Yo tendría que fingir, tú eres el jefe, no tienes que dar explicaciones.

— No podría pedirte explicaciones tampoco a ti si te estoy secuestrando para que pases todo el día aquí conmigo.

— Es una oferta más que tentadora —pasa sus finos dedos por mi cuello y vuelve a mis labios, pero no me besa— Se supone que nadie tiene que saber que estamos juntos de nuevo, si faltamos, sospecharán.

Eso es cierto. Nadie tiene que saber que hemos vuelto porque lo complicaría todo. Tenemos que jugar bien nuestras cartas.

— ¿Estamos juntos de nuevo? —Frunzo el ceño y ella me mira confundida— No recuerdo que me hayas pedido salir.

— Eres idiota —me quita el café y le da un sorbo.

La observo mover sus caderas en ese vestido azul marino apretado y muerdo todo mi labio inferior.

— Hay más café en la cafetera, no tenías por qué haberme quitado el mío.

El timbre suena y ella me mira. Doy largas zancadas hasta la puerta y Fiodor está allí.

— Es un paquete para Chiara. No es ningún artefacto explosivo.

— ¿Has pedido algo? —La miro y ella deja la taza en la encimera de la cocina para ir hacia la puerta.

— No... —Mira el paquete— ¿Pone mi nombre?

— Sí —dice Fiodor— ¿Lo abro?

— No, yo lo haré.

Chiara coge el paquete pequeño y lo lleva a la encimera de la cocina. Le hago una seña a Fiodor para que pase y ambos nos ponemos a su lado, observando como corta la cinta con un cuchillo y abre la caja. Hay una caja pequeña. Ella nos mira y la abre.

— ¿Qué es? —Le pregunto cuando ella mira el contenido.

Un grito ahogado sale de su garganta y tira la caja. Retrocede hasta chocar con la encimera de la cocina y le da una arcada. Me acerco a ella para ver si está bien, pero miro el sobre en el suelo. Hay un dedo mutilado en el suelo de mi cocina.

— Qué cojones —murmuro separándome de Chiara y ella se dirige al fregadero para vomitar— Mierda, llama a la policía, Fiodor.

— Es Gina —solloza— Es de Gina.

Chiara no quería meter a la policía de por medio, pero tuvimos que hacerlo. Ella le había contado el problema de Gina con la Mafia Italiana y también comentó que mi ex socio la ayudó a sacarla de Italia pero que no tiene ni idea de dónde está. Le habían preguntado que cómo sabía que al final Andrey la había sacado de Italia. Solo dijo que su hermana le había enviado una carta cuando sucedió, pero que no sabía nada más de ella. Andrey jamás le dio el paradero de su hermana y que sabía que era mejor no conocerlo por si acaso. ¿Cómo sabía Chiara que el dedo era de su hermana? Tenía tatuado un corazón. Podría ser el dedo de cualquier persona. Había mucha gente con tatuajes de corazones en los dedos, por eso iban a ponerse en contacto con la policía de Italia para poder identificar la huella dactilar.

Ella les había advertido de lo que le había pasado a Gina cuando había ido a hablar sobre todo lo que sabía sobre la organización criminal. No se podían fiar de nadie. El inspector me había mirado como si esto fuera un cuento chino y yo me había encogido de hombros. Podía creerse o no la historia de Chiara, pero el dedo era real, así que, por muy descabellada y surrealista que fuese la historia, tenía que creérsela.

A LA CAZA DE CHIARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora