SIETE

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Pocos días tengo descanso y he decido tomarme el Domingo como día libre. Son las nueve de la mañana y decido ir a correr. Me compré una casa más grande en las afueras con suficiente terreno para construir tres casas más si quería. Todo a mi alrededor es campo y puedo hacer lo que me plazca, como si quiero andar desnudo, nadie me vería. Me pongo ropa de deporte, cojo mis auriculares inalámbricos y no tardo en salir de la habitación.

Hacer ejercicio siempre me ayuda a desconectar, por eso hay un gimnasio en el sótano. Me pongo mi playlist para ir a correr y respiro el aire limpio antes de empezar. Eso también era una de las ventajas de vivir alejado de la ciudad, el aire limpio y nada de ruido de coches, solo los pájaros, que se paraban incluso a beber agua de la piscina de vez en cuando.

La empresa y todo lo que no me deja dormir, queda atrás y me centro en mi respiración cuando troto. Pero hay algo que no consigo alejar de mi cabeza a pesar de que la música retumba con fuerza en mis oídos para no poder pensar.

Chiara Bianco.

Me mudé porque había demasiados recuerdos en aquella casa que no me dejaban avanzar, y ahora la tengo en mi nueva casa creando nuevos recuerdos que también tendré que olvidar, o al menos intentarlo, porque tengo absolutamente todos los momentos que pasamos juntos en mi cabeza, como si fuera una película.

Sabía que no estábamos en nuestro mejor momento cuando íbamos a casarnos, pero pensé que todo estaba bien después del tiempo que nos dimos. Yo necesitaba ordenar mi vida y ella necesitaba a un prometido al lado. No podía ser ambas cuando la empresa estaba casi ardiendo en llamas. Chiara sabía que la presión a la que iba a estar sometido era mayor. Nuestro verano en Italia quedó atrás, no podía ser el mismo hombre que había sido allí, tenía miles de ojos observando todos mis movimientos.

Mis pensamientos se ven interrumpidos porque choco con algo y caigo al suelo. Mis manos paran mi caída y jadeo. Miro hacia atrás y veo un pequeño cuerpo intentando levantarse.

— ¿Estás bien? ¿Por qué demonios sales de la nada?

— Ay —se queja.

Me levanto y me acerco a ella, que está intentando levantarse. Pongo mi mano en su codo y la ayudo.

— ¿Estás bien? —Tiene arañazos en su mejilla porque ha dado contra el suelo.

— ¡¿Eres tonto o qué?!

— ¡No te he visto! ¿Por qué sales del árbol así?

— Cállate —se levanta la camiseta y pone la mano en su costado.

— No tienes nada —aparto su mano para observar su piel.

— Por ahora, creo que me he hecho daño en el tobillo.

Me agacho y observo su tobillo, no tiene nada. Me levanto de nuevo y la miro.

— Está bien, ¿qué haces aquí?

— Caminar, o intentarlo —hace una mueca cuando apoya el pie en el suelo— Casi me matas.

— Sí, casi te mato.

Chiara no me llega siquiera al hombro y soy dos veces ella, podría haberla matado perfectamente en el choque si hubiera ido más rápido.

— Sigue corriendo —hace un movimiento con su mano.

— ¿Estás segura de que estás bien?

— Estoy perfectamente.

— Ve a casa y cúrate eso —señalo su mejilla.

Vuelve a hacerme un movimiento con su mano para que me vaya y busco el auricular inalámbrico que se me ha caído en el choque. Lo encuentro, cojo mi teléfono del suelo y la miro. Está parada, esperando que me vaya y me voy. Empiezo a correr de nuevo, pero no duro mucho. Llego a casa y subo a mi habitación para darme una ducha. Una vez estoy vestido con ropa cómoda, bajo a desayunar algo y me preparo un café. Frunzo el ceño.

A LA CAZA DE CHIARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora