TREINTA Y OCHO

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Le devuelvo el beso a Chiara con ganas, abriendo mi boca para dejar entrar a su lengua. Me pierdo en sus besos y en sus dedos recorriendo mi nuca. Cuando digo que podría llevarme toda mi vida besándola, no miento. Ella es todo lo que está bien, sé que a su lado es donde debo estar. Aprieto mis dedos en su cintura y ella arquea su espalda para estar más cerca de mí. Llevo una de mis manos por toda su espalda hasta llegar a su nuca y me echo hacia atrás en la cama, trayéndola conmigo. Lo quiero todo de ella, y no me refiero a su cuerpo. Quiero estar con ella porque siento que es lo que necesito. Sus caderas se mueven y yo jadeo en sus labios. Nunca he necesitado a alguien como la necesito a ella y, me doy cuenta, que jamás nadie va a poder reemplazarla. Quiero a esta chica y estoy dispuesto a hacer todo lo que tenga que hacer por ella.

Ella se separa bruscamente y mis manos la dejan ir. La observo confuso, bajándose de la cama y yendo hasta el baño. Me levanto y la sigo para ver que está apagando el grifo.

— ¿Qué pasa? —Le pregunto.

— No quiero llegar a más.

— No tenemos por qué llegar a más.

Me mira, tensa y suspira pesadamente. Sé por todo lo que ha pasado y espero que entienda que yo tampoco lo he pasado muy bien.

— Ni siquiera tienes por qué abrazarme todas las noches.

— Quiero hacerlo —admito—. Cuando te dije que quería abrazarte todas las noches de mi vida, no mentía. Sé que nos hemos hecho daño, pero todo lo que estoy diciendo y todo lo que siento —me acerco a ella— es real —pongo una mano en mi pecho.

Su mirada de dolor me rompe el alma y sé que tengo que aliviar su dolor de alguna manera, pero realmente, no sé cómo.

— ¿Qué necesitas? —Le pregunto— Dime lo que quieres y te lo daré.

— No quiero nada, Mark.

— ¿Entonces? ¿Quieres irte? ¿Es eso, Chiara?

Suspira pesadamente de nuevo. Ella está ahora mismo más cuerda que yo porque estoy cansado y desesperado.

— Quiero que averigüemos donde está Gina, por favor —susurra acercándose a mí.

— Lo haremos, intentaremos averiguar dónde está.

— Lo siento —se aleja de mí cuando mis manos van a tocarla— No creo estar en condiciones de hablar ahora, date una ducha.

Me esquiva para salir del baño y cierra la puerta. Quiero golpearme contra la pared, pero no lo hago. Lo único que puedo hacer ahora es darme una ducha, por lo que me desnudo y me pongo debajo del chorro de agua cuando abro el grifo. Salgo en toalla del cuarto de baño porque no he cogido absolutamente nada y ella está con su libro de nuevo en sus manos. Me mira, como si fuera su comida favorita, o una obra de arte que quiere romper hasta que no quede nada, solo que ya estoy roto desde hace mucho tiempo. Mucho antes de que ella me conociera.

Ella fue un golpe de suerte, una noche fugaz en mis noches oscuras.

— ¿Seguro que no quieres cenar? —Pregunta de nuevo.

— Deberías dejar de preocuparte por mi —saco un bóxer del cajón y dejo caer la toalla al suelo bajo su atenta mirada.

— No puedo hacer eso.

— ¿Por qué?

— Porque me importas, al igual que yo te importo a ti.

A LA CAZA DE CHIARADonde viven las historias. Descúbrelo ahora