dieciséis

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Cuando llegó a casa esa noche, su padre ya estaba ahí, pero Taehyung ya había decidido que había tenido suficiente y no seguiría desperdiciando su aliento en peleas con un hombre al que ni siquiera la importaba hacer que lo detestara. Al pasar por la sala, el alfa lo vio y se levantó del sofá para encararlo, mas no se detuvo a escuchar lo que tuviera para decirle y continuó de largo hacia su habitación.

—¡Kim Taehyung!

Frenó a mitad del largo pasillo y le miró por encima del hombro, sus ojos gélidos se clavaron en el mayor con una intensidad que provocó que este casi pudiera sentirlo perforando su cuerpo.

—No quiero oírte —repitió sus mismas palabras, aparentando serenidad mientras por dentro la ira le burbujeaba—. Y no vuelvas a esperar una respuesta de mi parte. Lo decidí: si en serio estás dispuesto a aceptarlo, entonces vive con mi desprecio, porque yo no cederé a tu voluntad. No te molestes en entregarme mañana, ya me ocupé de eso.

Con esa sentencia, volvió la cabeza al frente y forzó la caminata hasta su habitación, porque una recóndita parte de sí no quería realmente hacerlo. Quería oír una disculpa, una con arrepentimiento sincero, y correría su orgullo a un lado para aceptarla, sin embargo nunca llegó, nada interrumpió el trayecto a su dormitorio, porque, ¿cómo podría Donghyun? Si lo dicho, dicho estaba, y él había aseverado que haría el sacrificio de soportar el odio de su propia sangre a costas de ayudarlo a enderezar su vida, no podía fallarle a su palabra ahora, incluso si dolía tanto como un puñal al corazón. Tenía que hacerlo para que Taehyung pudiera agradecérselo algún día, era su deber como padre.
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Taehyung había despertado temprano, no por entusiasmo, sino que para lograr estar listo con anticipación y no atrasar su entrega, mientras más rápido lo hicieran, más pronto Hyunjin y Yeji estarían juntos viviendo el sueño de los enamorados. No diría que estaba obsesionado con su físico, no es como si tuviera una rutina de belleza que siguiera religiosamente; solo tomaría un baño, arreglaría su cabello que se había ocupado de ondular mientras dormía, volvería a depilar los vellos crecientes, humectaría su piel y usaría algunos aceites.

La noche anterior se ocupó de ordenar sus cosas para mantener la mente ocupada, ya estaban guardadas en las maletas de cuero, no podía llevarse toda su ropa y pertenencias, demasiado peso, pero podía venir a buscar una que otra cosa más adelante si lo necesitaba. Para cuando escogió vestir un conjunto con la falda de un tono verde grisáceo y la prenda superior blanca, el ruido en el resto de la casa había empezado a escucharse. Salió de la alcoba y arrastró sus pies descalzos por el pasillo por última vez en lo que esperaba que fuera un buen tiempo, mirando vagamente las paredes y a través de las ventanas encajadas que le enseñaban los rayos de sol matutino iluminando el jardín en el exterior. Pronto sería la hora en que debía marcharse.

—Buenos días, Tae —saludó su madre una vez se abrió paso en la cocina.

Se veía alterada yendo de un lado a otro, preocupándose que nada en su preparación se estropeara. Su madre tenía esa pasión especial por cocinar, era una mujer en general bastante hogareña, razón por la que en su casa no había ningún empleado que les hiciera las meriendas y poco seguido venía alguien a limpiar los rincones, porque también prefería cuidar de su hogar con sus propias manos, no era algo que compartiera, aunque tampoco eran tareas que le disgustara realizar cuando era un hábito inculcado con paciencia y amor, no solo a él, sino que a todos sus cachorros. Por supuesto, en un día tan importante como ese, ella querría darles un desayuno de primera a sus hijos para despedirlos.

indómito | kooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora