| Crueldad 2 |

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Isabelle

Los Kaufmann

Volviendo al presente...
2023

El agotamiento se apoderó de mi cuerpo luego de estar entrenando dos horas seguidas en el gimnasio (lo que sea para distraerme un poco).
La música dejó de sonar en mi cabeza cuando me saqué los auriculares.

- Hola amigo. - sonrío al ver como el canino se acerca a mi para que lo acaricie.

Max es un Doberman de 4 años, todos los días lo entrenamos.
En realidad lo entreno yo, es una de mis especialidades y lo que más me gusta con este tipo de perros.

Tomo mi celular y salgo del gimnasio con Max a mi lado.

Atravieso el enorme jardín y entro a casa.

- Buenos días señorita - saluda uno de los hombres de confianza de mi padre.

También lo saludo. Hay uno o dos hombres armados, en cada puerta de la mansión, por máxima seguridad y para evitar algún tipo de inconveniente.

Paso por la sala y como siempre veo el gigantesco cuadro con el rostro de mi madre, Amelia Guidacci, que en paz descanse.

Todos la extrañamos profundamente, especialmente yo. Compartíamos las mismas ideologías y tenía una conexión muy fuerte con ella, a pesar de no ser de su sangre. Cuando partió, sentí que perdí a mi confidente. Era alguien que no me presionaba ni intentaba cambiarme; me quería tal como era, como una verdadera hija.

Subí a mi habitación y me metí en la ducha.

Tuve que tomar una postura más madura luego de cumplir once años y así fueron moldeándome los Guidacci hasta ahora con veintitrés años.

Todos los días con entrenamientos altamente estrictos de lucha cuerpo a cuerpo, uso de todo tipo de armas, explosivos, defensa personal, espionaje y manipulación. Si, parece un ejército militar pero en realidad es todo lo contrario y mucho peor.

Nunca pude negarme, no puedo retrucar las deciciones de mi padre, toda mi vida fué así. Desde niña con educación privada y los pocos amigos que lograba hacer no duraban ni dos días porque me obligaban a alejarme.

La única amiga que tengo es la hija de un socio de mi padre. Clara Smirnov. No está metida en la mafia por motus propia. Su familia aceptó que ella lo decidiera así. No como la mía...

Mis palabras o desiciones nunca tuvieron valor; en esto solo hay que agachar la cabeza y obedecer.
Me guste o no, lo tuve que aceptar.

Al salir me puse un albornoz. Mi atuendo estaba tendido en la cama.
Me coloqué el vestido strapless blanco y unas pocas alajas.
La única que llevo permanentemente es la cadenita de mi madre Amelia.

Mis tacones resonaron en el piso de mármol de las escaleras mientras bajaba al comedor.
No me sorprende el eco que hace esta casa.

- Buenos días señorita Isabelle, ya preparé su desayuno.

- Muchas gracias Martha - digo con una leve sonrisa.

Martha es una mujer de unos sesenta y cuatro años, siempre estuvo con nosotros y es como de la familia. O yo la trato como si lo fuera.

Estoy sola en la mesa como de costumbre en cada desayuno y Martha en la mesa de la servidumbre.

Decidí romper las reglas y la llamé para que desayunara conmigo.

- Pero señorita Isabelle, la servidumbre no puede compartir mesa con los dueños de casa.

- Rompamos las reglas por hoy. Vamos, es aburrido desayunar sola.

Cruel Ambición (Infierno 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora