Cruel Ambición (Infierno 1)

| Crueldad 39 |

Si eres sensible a temas relacionados con la autoeliminación, por favor no leas este capítulo.

Sola

Isabelle

Un eco en mi cabeza me taladra la mente acompañado de la misma pesadilla desagradable que vengo soñando últimamente.

Sus manos al rededor de mi cuello. Su rostro totalmente desencajado por el momento. Su cuerpo sobre el mío para inmovilizarme y así poder drogarme.

— Te amo, te he amado todos estos años...¿por qué no lo ves?  — reconocer esa frase y de quien provenía, bastó para salir de la pesadilla.

Lágrimas arden en mis ojos, y no sé si son de desesperación o de una confusión tan espesa que me nubla la mente. La náusea me invade, en oleadas cada vez más intensas. Apenas puedo respirar mientras tapo mi boca con ambas manos, temblando, mientras busco un baño en en esta habitación. No sé donde estoy aunque por lo que recuerdo supongo que es propiedad de Alder. Me siento tan exhausta de todo esto que parece no importarme el hecho de estar en propiedad del hombre que me secuestró.

Mis piernas no me sostienen; cada paso es un tambaleo, como si mi cuerpo mismo se negara a avanzar. Me sorprende no sentir aquel dolor insoportable en el abdomen, ni rastros de sangre en mi piel. Pero esa calma aparente es peor. Es como si algo me hubiera arrebatado hasta el derecho de sentir el dolor, como si fuera un reflejo ajeno al que no puedo acceder. Me siento pesada, anestesiada; mi cuerpo ya no me pertenece.

Me agacho frente al retrete, sujetándome al borde y expulso entre arcadas secas todo lo que queda en mí. 

De mis ojos no deja de salir agua. Todo esto...todo es una verdadera mierda.

Me siento confundida, mareada, ajena a mi cuerpo como si ya no me perteneciera después de todo lo que éste ha  sufrido. Me muevo despacio, como si fuera una extraña dentro de mí misma, y vaya que es horrible sentirse así.

Con los ojos fijos en el suelo, cierro la puerta del baño, intentando crear una burbuja de silencio. No importa si esta es mi casa o no; ya nada parece mío, ni siquiera este cuerpo que antes creía propio.

Miro de reojo el espejo y aparto la mirada, temerosa de lo que pueda encontrar en su reflejo. Últimamente ya no sé quien soy ni cual es mi objetivo ni por el cuál sigo luchando.

Me abrazo a mi misma como si con eso pudiera borrar las huellas que me marcaron esa noche que fue borrada de mi mente como si él tuviera derecho a hacerlo. Estoy tan indignada conmigo misma que siento que ya no tengo derecho sobre mi. No me siento Isabelle. Ya no soy Isabelle, y sinceramente no sé quien soy.

Todo este tiempo en el que planeé mis movimientos dentro y fuera del clan Guidacci, ¿para qué, si no puedo ni poner un límite entre mi cuerpo y el tacto de otros? ¿Para qué seguir adelante si, con cada paso, siento que mi cuerpo pierde su valor y dignidad? ¿Para qué, si mi voluntad se desvanece frente a miradas y manos que no he invitado?

Luché por proteger mi libertad, por llevar a cabo un plan, solo para acabar bajo el poder de un hombre al que no amo, que me ha reducido a su posesión, tomando de mí lo que nunca le ofrecí.

Mi mirada y mi reflejo se encuentran como dos desconocidos. Eso es exactamente lo que siento. No veo a nadie, no me encuentro en ninguna parte. Tal vez siempre fui así: débil, ingenua, y demasiado frágil para enfrentar lo que la vida me prepara. Viviendo con una máscara de fortaleza y resiliencia que solo yo quería ver. Una versión de mi que ahora mismo parece nunca haber existido.

Las lágrimas ya no tienen sentido. Aunque digan que llorar es para los débiles, por primera vez me siento con derecho a llorar. Estoy sola, encerrada en una habitación que no me pertenece y jamás le daré el derecho a pertenecerle. Estoy sola y tengo trozos de vidrios rotos y afilados bajo mis pies ya que acabo de destrozar el espejo con las pocas fuerzas que me quedaban. Estoy sola y el agua fría empapa un camisón blanco de seda que alguien me puso. En fin. Estoy sola y supongo que debo morir sola también.