Un clip de papel
Isabelle
Una semana después...
Me incorporo de golpe, jadeando, el corazón acelerado y un mareo que me arrastra al borde del desmayo. Una sensación abrasadora en el abdomen me atraviesa como un hierro candente. Intento retroceder, pero el dolor me consume, clavándose como agujas en mi piel.
No tengo fuerzas. Estoy exhausta, pero el miedo me mantiene alerta. No puedo permitirme volver a dormir. No puedo soportar la idea de regresar a ese lugar... El recuerdo del sueño me abruma, pero intento apartarlo. Mi mente está atrapada en un torbellino de confusión, y cada pensamiento se siente mas que distante, siento como si mi cerebro estuviera envuelto en niebla. Mi cuerpo pesa de una forma indescriptible, como si hubiera renacido del infierno mismo.
Parpadeo. Mis ojos todavía no logran enfocar del todo, pero soy consciente de algo mucho más que mi propia vista: el frío metal de las cadenas y el dolor de cada roce, apretadando mis muñecas y tobillos. Me muevo descontroladamente; no soporto estar inmovilizada de esta forma.
Respiro con dificultad, mis pulmones se llenan de aire en un ritmo errático. Me siento atrapada, claustrofóbica en mi propio cuerpo. Mi corazón late con fuerza, pero está sofocado por la opresión de las cadenas. Siento una urgencia, una desesperación que me consume. No puedo quedarme quieta. No puedo soportar este encierro. Mi mente está en pánico, y sin pensarlo, me muevo frenéticamente, sin rumbo, sin control.
Una alarma junto a la camilla aturde mis oídos con una violencia inhumana, mi cabeza parece a punto de estallar. Grito, aunque ni siquiera soy consciente de haberlo hecho. Tres figuras de blanco entran a la habitación, borrosas y distantes, pero su presencia me llena de impotencia. Intento luchar, pero estoy demasiado débil, aunque el dolor sigue ahí, latente. Dos hombres me sujetan con fuerza, inmovilizándome, mientras una mujer rubia se inclina hacia mí con una jeringa. El pánico es como un cuchillo en el pecho.
No quiero que me inyecten. No quiero perder el control. No quiero volver a soñar.
No grito porque se que sería imposible que me soltaran. Tampoco siento que sea capaz de hacerlo; mi lengua pesa como plomo.
— Si se quedara quieta tal vez dejaríamos de inyectarla. — espeta la mujer en alemán, y su voz hace eco en mi cabeza.
No paro de luchar intentando golpear en testículos o herir de alguna forma para que me soltaran. Me muevo hasta que noto que a uno de los hombres se le cae un clip de papel que tenía en un bolsillo de su camisa y termina junto a mi muslo. Improvisadamente lo tapo con la manta lo mejor que puedo aunque mi cuerpo solo se enfoca en que no me inyecten.
Detesto admitir que esto está siendo prácticamente imposible.
Hago un último intento pero ya es tarde.
— ¿Q...quienes...so...? — Pregunto pero el mareo y visión borrosa, vuelven, sumiéndome en la oscuridad.
De repente, alguien mas entra en la habitación, pero solo puedo guiarme a través de mi sentido auditivo y escucho las pisadas lentas que se acercan a la camilla.
— Soy tu krähen Isabelle. Tu ángel de la muerte.
De nuevo, silencio. Profundo, opresivo. Y luego, una presión sutil en mi mano, como si alguien la tomara con cuidado. Intento moverme, pero mi cuerpo no responde. Estoy atrapado en un limbo de sensaciones vagas y pensamientos confusos.
Siento el frío recorrer mi piel, como si algo estuviera absorbiendo la poca calidez que me queda. La realidad se desvanece, reemplazada por una quietud aterradora. Estoy cayendo, pero no hay fin. Solo la certeza de que algo inevitable se avecina.
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Cruel Ambición (Infierno 1)
AcakElla está condenada de por vida desde que decidió serle leal a su familia. Un juramento que es como una soga en el cuello y que ahorca cada vez más. Pero lo que Isabelle no sabe es que detrás del pacto sagrado que no puede romper, se esconde un osc...