Fuego venenoso

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Después de años en busca del asesino, antagonista de pesadillas, único culpable de su miseria, ante él se descubre el paisaje más lúgubre visto en la historia de la humanidad, solo una criatura con habilidades mortíferas puede ser capaz de tal masacre, por fin Harlin está cerca de encontrarlo.

Cadáveres carbonizados, desgarrados y a medio mordisco. Vive y respira para matar a esas bestias desde la muerte de su familia y amigos. El camino según el rastro de árboles caídos y quemados es hacia el este, hogar de los protectores de las criaturas.

Se dispone a continuar, pero una voz quejumbrosa llama su atención, el cazador mira al cielo y se gira con ambas manos en la cintura. Veles frota en círculos el abdomen, cansado y hambriento por el largo viaje. Con actitud impasible, el hombre camina hacia él y le ordena callar, el adolescente en un arrebato de rebeldía se sienta en el suelo con los brazos enlazados, reacio a seguirlo, harto del mal humor de Harlin y asqueado por los cuerpos sin vida. El guerrero estudia el sendero, seguro de lo que hará luego, se acerca, toca el espeso pelo castaño, este mira hacia arriba disgustado y el otro lo invita a seguir con la promesa de construir el campamento y saciar ese gran abismo en su estómago, entonces se levanta y alza los brazos al cielo.

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Todas las mañanas su madre lo despertaba con un beso, se sentía avergonzado, aunque agradecido de los dioses por tenerla. El día de trabajo comenzaba con el llamado del padre y ambos emprendían la caminata a través de la aldea. Todos los saludaban, el jefe era uno de los hombres más fuertes y respetados, cada aldeano se sentía dichoso al estrechar su mano.
—¿Cómo te sientes, hijo?
—Bien.
El progenitor sonreía —pronto cumplirás la mayoría de edad y te probarás como guerrero.

A esto, el hijo se sintió apagado, no temía al combate, pero sí estaba inquieto, no quería decepcionar a su padre y convertirse en el hazme reír.
—No te preocupes, todo saldrá bien, te has preparado para ese día. Harlin...— lo llamó— ¿quieres que te cuente un secreto? La primera vez que combatí estaba tan nervioso que temblaba, pero tu abuelo me dio unas palmadas en el hombro, me dijo que confiaba en mí y me recordó por qué luchamos.
—Pues dime.

Llegaron al refugio de los dragones, el cual era un acantilado. Desde arriba, se podían ver a los pequeños que jugueteaban con sus padres y a los jóvenes adultos que escupían fuego para atraer a las hembras. Los protectores se encargaban de la curación y alimentación. Las bestias eran de distintos colores y formas, y no todos volaban o expulsaban llamas. Cada año los muchachos en su mayoría de edad descendían para escoger a uno de ellos y participar en el torneo, así se probaban como guerreros y protectores de sus eternos compañeros de batalla.
—Luchamos por y para ellos.
—No veas el tamaño y mucho menos lo que puedan hacer— uno de los curadores se dirigió a él —. Básate en la conexión que sientas con uno de ellos, recuerda que ese al que escojas debe ser capaz de dar la vida por ti y viceversa.
—No es fácil.
—Por eso tienes hasta el día de la contienda— le dio la espalda y se marchó.