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En la historia de los protectores de dragones, nunca oyó que alguno hubiera fallado en su elección. ¿Si no podía ser un guerrero, quizás un sanador?, sin embargo, estos también poseían sus propias bestias. Un pensamiento aún peor se introducía en su mente, ¿al no ser un protector, entonces lo tomarían como un cazador? Ante la idea un escalofrío recorrió su espalda, la posibilidad lo aterraba.

Su amigo intentaba sacarle de sus desanimados pensamientos de la mejor manera que conocía, el trabajo. Desde muy pequeño laboraba en la herrería como ayudante. Su padre consideró oportuno que supiera de dónde procedían las armaduras y la forma en que se confeccionaban.

Ruco, al ser unos años mayor que él e hijo del herrero, obtuvo el puesto de aprendiz. Cuando su padre alcanzará una edad avanzada y estimará descansar, el muchacho conseguiría el puesto. Con esto se ganó una buena reputación entre su gente y en aldeas vecinas, tanto así, que algunos viajaban días e incluso semanas para encargar sus trajes de batalla. Harlin era afortunado, no solo aprendía de primera mano, del jefe, sino de uno de los más respetados guerreros de la región.

Algunas adolescentes pasaban en frente del local solo para verlo, esto provocaba que el muchacho golpeara más fuerte el bronce. En ocasiones Ruco le lanzaba una mirada severa y este dirigía su concentración a la tarea y no a distracciones innecesarias, aunque esto no evitaba que el herrero negara sonriendo.

Un grito de felicidad les detuvo. La esposa de su amigo se acercaba y traía al pequeño Veles en brazos. Ambos detuvieron la jornada y comieron algunos bocadillos, conversaron a gusto y el bebé enredaba sus dedos en las largas trenzas de Harlin, hasta que el niño, de la mano de su madre, vio alejarse a su padre e inició el berrinche. Ruco alzaba la mano para despedirse, continuaba lloriqueando, pero sabía que cuando llegara a casa y viera sus juguetes se olvidara de él. Sus ojos se entristecieron y tomó un pedazo de madera para esculpir un caballo.

—Cada vez se parece más a ti— decía Harlin, mientras observaba los ojos vidriosos de su hermano.

—Lo sé.

—¿Qué pasa?

—A veces pienso en el día que yo o mi esposa no estemos.

—No digas tonterías.

—Todo es posible, la vida de un guerrero es corta, muy pocos llegan a la vejez.

—Estoy seguro que tú lo harás.

—Y si no, qué pasara con mi hijo— continuaba con la figura.

—Pues todos nos encargaremos de él.

—No es lo mismo, no quiero que sea una carga.

—No te preocupes, algo se le ocurrirá a mi padre— la voz se quebró.

—¿Tú lo cuidarías?— el joven no supo qué responder.

****

El cazador despierta en medio de la noche, empapado en sudor, pasa la mano por su largo pelo y se sienta. La fogata ya se apagó y Veles se ánima casi sin ganas. No solo el recuerdo lo aquejaba día tras día, sino que las pesadillas, con el paso del tiempo se hacían más recurrentes, siempre las mismas imágenes, en ocasiones más violentas que otras, sin cambiar el rotundo final, su hogar envuelto en las llamas de un dragón.

Sus miradas coinciden, esos ojos grises, aun en la oscuridad, lo intimidan. Para Veles siempre será un misterio el gran dolor que alberga su mentor, si solo confiara en él para aligerar la carga. El guerrero vuelve a dormir y le ordena hacer lo propio. Con el tiempo, se parecía más a su padre, no solo en el físico. Su amigo murió y ahora viviría viendo su rostro, esa era la peor condena.

Cerca de un lago, a días de Drakorus, ambos desayunan sentados en el suelo, uno al lado del otro, a escasos centímetros del campamento. Harlin inmerso en sus pensamientos y el alumno traga, siquiera mastica lo digerido e incluso de forma deliberada ensucia la ropa. Lanza un rápido vistazo hacia abajo, mueve los hombros con despreocupación y continúa.

—¿Cómo puedes comer tanto y no engordar? Deberías aprender a pelear mejor, no siempre estaré cerca para protegerte— lo examina con frialdad.

—Sí, ya sé. ¿Cuándo me hablaras de las pesadillas? ¿Cómo murieron mis padres? Entonces aprenderé a luchar cuando confíes en mí— silencio.

El adolescente se mantiene callado, quiere ayudarlo, pero no sabe cómo. Desde que tiene uso de razón lo ve y ama como si fuera su progenitor, es el único por el que diera su vida, pero si no confía en él, no puede hacer mucho. El cazador pretende estudiar el horizonte, una vez que el chico cumpla la mayoría de edad y aprenda lo suficiente, lo dejará en una aldea, donde este seguro que lo criarán como se debe, para volverse un guerrero.

Su misión ya llega a su fin, luego de matar al culpable de todas las muertes que se impone, volverá en paz a lo que queda de la aldea y morirá bajo la mirada acusadora de las almas de su gente.





Fuego venenosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora