4

23 18 0
                                    

En su recorrido hacia el hogar de los dragones se topa con el jefe, ambos se abrazan y se dan la mano.

En su estancia pudo vender casi todo y como pago adquirió armas, comida, ropas, objetos de artesanía y demás elementos de importancia, para él eso valía más que las joyas o el oro. En el día de su partida intentan convencerlo de que se quede más tiempo, pero es tan cabezota que no funciona, así que con las primeras luces del día da inicio a su viaje de regreso.

—¿Cuándo volveremos a verte? — le habla el líder.

—Un día de estos.

—A ver si vuelves cuando ya esté bajo tierra.

—Siempre con tus cosas— saluda el eludido y se va en su yegua.

En las noches, el viajante duerme bajo los árboles y en las mañanas despierta con el canto de los pájaros y el toque de la sueva brisa. Por intervalos su compañera descansa, mientras él recoge algunas plantas. Al quinto día, cerca de un roble, Kroll descubre un huevo de dragón: color celeste, casi transparente, grande y fuerte como una roca. Lo carga dispuesto a criar y proteger a una de las criaturas más poderosas en todo el mundo.

Agotado y hambriento, una vez en su hogar, coloca el huevo en la chimenea ardiente y lo observa sonriendo. Por detrás, lo amenaza una precipitada sombra con un cuchillo en el cuello, siente una presión más fuerte y camina hacia atrás.

—No te muevas o te mataré— pronuncia una voz de mujer.

El hombre frunce las cejas —¿quién eres y qué deseas?

—Solo estamos de pasada, nos iremos con el caballo y no volverás a vernos nunca más.

El sanador se gira para percatarse de una joven, hermosa como la mismísima luna, esto le distrae y un arma le hiere en el brazo. Percibe la figura de un niño asustado, no obstante con la suficiente determinación para salvarla. Una imagen borrosa se apodera de su mente; un hombre y su mujer, golpes y arañazos en el bosque. Algo consigue perturbarlo, con ese rápido descuido los atacantes escapan. Divisan a la yegua e intentan montarla sin éxito y los intrusos caen al suelo desmayados.

Kroll se recupera dentro de lo que cabe, presta atención a la escena y tranquiliza al animal. La pena por esos dos lo invade y decide acostarlos en su cama para que descansen. Toma en sus brazos al niño y por último a la muchacha, la mira por largo rato, descubre unas pecas en el puente de su nariz, su piel blanca y tersa como el fruto del muérdago le da un aspecto fresco. Con cuidado desata su suave y liso pelo recogido en una coleta baja, estudia una marca parecida a la suya, aunque los remolinos forman un patrón hacia afuera, localizada en el lado izquierdo del cuello. Con el semblante serio se pregunta el significado del símbolo.

Unta hierbas y algunos brebajes en sus heridas. Los coloca de lado, en frente del otro para que fueran sus caras familiares lo primero que vieran al despertar. Inspecciona la espalda de la muchacha, ve una lesión roja como la sangre. Comienza en una mancha, ubicada en la zona inferior, se ramifica hacia arriba en delgadas líneas y parece un árbol distorsionado. Prefiere no entrometerse en asuntos ajenos y decide prestarles su ayuda desinteresada para no volverlos a ver jamás.

Al día siguiente Morgana distingue el olor de la miel, pan y frutas frescas, se mueve en el colchón, abre los ojos y busca a Bram. Duerme tranquilamente sin un solo rastro de haber sufrido pesadillas la noche anterior. Desde lo ocurrido no encontraba sosiego en el sueño, lloraba y gritaba como si así pudiera evitar la muerte de sus padres. Ella no puede darle el consuelo que necesita, tanto como él, no supera lo que sus ojos vieron y sus labios han de callar.

Se incorpora, busca su arma y sale de la habitación hacia otra de apariencia modesta, sin muchos muebles y con un huevo de dragón en la mesa.

—Espero que tengas hambre.

—¿Quién eres?— interroga la chica. Lo observa trabajando en la cría.

—Mi nombre es Kroll.

—¿Eres un protector o cazador?

—Ninguno de los dos— toma asiento —soy un sanador, lo encontré en el sendero de vuelta a casa y no quise dejarlo expuesto a los peligros del bosque, hace mucho tiempo que no me encargo de uno.

—Entonces no debes saber la especie de este.

—Es posible— señala una silla —siéntate y desayuna.

—¿Por qué nos ayudas?

—Todos merecemos una segunda oportunidad.

—No te creo, qué buscas.

—A ver, quien debería estar molesto y desconfiado soy yo— se levanta —ustedes entraron a mi casa, me amenazaron y trataron de robarme, así que deja esa actitud y agradece que no los mate.

—Por eso es que pienso que hay algo mal.

—Muy bien, son dos jóvenes que deambulan en el bosque, lo único que necesitaban era mi yegua, o sea para trasladarse, no pensaron en la comida o algún objeto de valor, lo que me lleva a pensar que están huyendo de algo— toma un pedazo de pan —no me importa de qué, pero algo sé y es el miedo constante a ser descubierto, por tanto coman, tomen algunas provisiones y váyanse.

Ella se sienta y señala a la cría en proceso de desarrollo —es un dragón de viento.

—Gracias.

Luego de unos minutos —¿cómo te llamas?— pregunta el sanador.

—Morgana.

—Es un nombre muy bonito ¿y el pequeño?.

—Es mi hermano Bram.

—Desayuna, no hay nada envenenado— le sugiere Kroll.

Las pupilas de la fémina obtienen un verde oscuro —no te atreverías. Evoca sus poderes de empatía, pero no encuentra sentimientos negativos, sino el deseo de brindarles toda la ayuda posible.

La chica busca un acto, palabra, mirada, capaces de incriminarle. Gradualmente come fruta, luego el pan y la miel. Examina los alimentos, pero solo distingue su aroma y sabor exquisitos. El hombre mantiene el diálogo en temas triviales para no presionarla y acostumbrarse a su presencia. La sensación de ayuda se hace más fuerte a cada paso de la plática y siente la necesidad de confiar en él, por desgracia aún no domina muy bien sus dones y prefiere no arriesgarse. Se le cae el pan y ambos se inclinan para recogerlo, aquella piel suave roza las toscas manos. Un puñal vuela ante ellos y se incrusta en el piso —saca tus sucias manos de mi hermana— la voz de Bram lo saca de su ensoñación, se levanta y la hermosa criatura, con esfuerzo, lo devuelve a la silla. En ese instante Kroll se da cuenta de sus poderes. El recuerdo se proyecta ante sus ojos; un movimiento de muñeca y el cuchillo desaparece seguido de un borrón que lo hace desfallecer, cae al suelo sumido en la oscuridad.

Pasadasunas horas, despierta en su cuarto, no reconoce el lugar a primera vista. Eldolor de cabeza lo azota, no se mueve de posición y espera un poco de alivio.Investiga la estancia hasta notar, que no lleva puesta su túnica. Observa elpecho desnudo y los ojos negros brillan nerviosos. Intenta salir de lahabitación sin mucho éxito, llama a gritos a Morgana o Bram, nadie responde.Piensa en su yegua, en el huevo, quizás los robaron y viajaron a la aldea máscercana. Se siente frustrado, tonto por haber depositado su confianza en ellos.La humanidad es y siempre será egoísta, incapaz de darle una segundaoportunidad para redimirse. Respira con dificultad, solo de pensar que podríanllevar la noticia a la aldea su corazón se agita, frota las muñecas condesesperación, su vida cambiará y no precisamente para bien. Encontrará la muerteallí a donde vaya. Busca una daga o cualquier objeto punzante, prefiere morir por su mano antes de ver el despreciode aquellos que una vez fueron sus amigos y la tristeza de Nala.


Ella abre la puerta, él intenta salir, un cuchillo vuela hasta sus pies y se queda quieto, una mano se posa en su marca —¿qué es?— Kroll respira profundo —y no mientas, gracias a mis poderes puedo saber cuándo lo haces— se coloca al lado del niño.

—¿Me dirás qué es la tuya?

—¿Cómo sabes...?

—Si no me dices tú, no tengo porque hacerlo yo, tomen lo que necesiten y váyanse de una buena vez.






Fuego venenosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora