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Arropado entre las sábanas un rayo de luz penetraba en su habitación. No quería levantarse, bajaba al acantilado todos los días y nada. El corazón se afligía al no encontrar a su protegido y el torneo se acercaba. ¿Lo expulsarán de su casa o aún peor de la aldea?, estos pensamientos solo aumentaban sus ganas de quedarse en cama y decirle a su madre que estaba enfermo, pero el jefe entró y logró que se alistara. A pesar del desanimo sabía que no debía rendirse.

Los estudiaba a todos y al tiempo no lograba verlos, algo lo distraía. Las miradas de los hombres se posaban en él por pocos minutos y luego volvían a sus labores. Los sanadores no se inmutaban con su presencia, ya que estaban acostumbrados a la concurrencia de personas. Sin embargo, Harlin llamó la atención de uno de ellos —¿todo está bien?

—No— suspiraba.

—¿Quieres una sugerencia? Ve hacia lo más recóndito del acantilado, donde pocos sanadores se atreven a ir. Ahí se encuentran los dragones más rebeldes y difíciles de domar— señalaba hacia una cueva.

—Gracias— se despidieron.

Subir no fue difícil. En lo profundo se escuchaban ruidos de pasos, golpes, gritos, por lo que el corazón del joven palpitaba deprisa. Recordó las palabras de su progenitor —los dragones y los humanos no somos tan diferentes, la confianza se gana mientras seamos capaces de mostrar nuestras almas, sin miedo a ser juzgados.

—¿Cómo les enseño mi alma, padre?— pensó.

Se adentró en lo que parecía un recinto aparte. El fuego se esparcía como humo y las peleas comenzaban como si fueran la rutina de cada mañana. Las piedras se rompían de un golpe. Todos eran gloriosos, las especies que veía estaban casi extintas, lo que les confería un valor.

Alguien lo llamó —hola, ¿vienes a escoger? Suerte.

Los examinaba, uno por uno, sin excitación alguna. El temor se apoderó de su corazón y listo para rendirse, algo lo elevó unos centímetros del suelo. Se giró y entonces lo vio: negro como la noche y del tamaño de una montaña. El dragón inhaló un poco de aire y exhaló llamas sobre él, el cuerpo seguía intacto y la criatura se inclinó ante su protector.

—Esta especie puede controlar el nivel de daño que produce su fuego— escuchaba al sanador de antes, a sus espaldas —al desafiarte y ver que no te moviste ni un milímetro te has ganado su respeto.

—Eres increíble— no apartó la mirada de aquellos ojos.

En su mente, casi pudo jurar que escuchaba una voz o más específicamente un susurro —tú— mejor se lo guardaba para sí mismo.

Ese día, el líder sonreía más que nunca, por fin, después de unos días tan estresantes su hijo era feliz.

****

Aixa despierta cubierta por una manta y el cuerpo descansado. Recuerda el ataque, busca a su chica y la ubica, dormida cerca de un árbol. Mira a su alrededor, parece un claro en alguna parte del bosque. Se levanta para escapar con su protegida.

—Si yo fuera tú, no haría eso.

—Pero no eres yo— responde tajante —¿Quién eres y de dónde saliste?

—Mi nombre es Veles, discípulo de Harlin, venimos de tierras muy lejanas ¿Satisfecha?— da una mordida a la carne y traga.

—No recuerdo casi nada de nuestro encuentro— se toca la cabeza.

—Eso es normal. Tu bestia cayó por mi tiro de gracia o como diría mi maestro, tiro de tonto, pero eso sería darle la razón, cosa que no hago— lame un dedo.

—¿Cómo me desmayé, si ni siquiera peleamos?

—Buena pregunta y la respuesta es sencilla, es un hechicero.

—¿Qué?

La muchacha se torna pensativa, había escuchado historias sobre ese tipo de personas y ninguna terminaba con un final feliz. Los llamados hechiceros podían ser mujeres u hombres, la mayoría no sabían controlar sus poderes y si coexisten más de un don, desataba el caos. Las leyendas siempre coinciden en una cosa, aldeas masacradas.

—No te preocupes se ha dedicado a dominarlos desde que se manifestaron en su mayoría de edad— el adolescente la tranquiliza.

—¿Son más de uno?— lo interroga.

—Pues sí.

—¿Dónde está?

—Por ahí, a veces me deja solo.

—Si se dedica a matar dragones, por qué deja vivir a mi chica.

—Solo los sentencia cuando la criatura ataca primero y es peligrosa para cualquier ser humano.

Veles continuó parloteando sin parar, tanto como para que el deseo de esfumarse aumentara. Aparece el tal Harlin, su sola presencia le da un escalofrío en la espalda, pero lo que más la intimida es la cicatriz en su cara (desde el ojo izquierdo hasta el final de los labios, en el lado derecho del rostro).

El cazador le pregunta —¿cómo te sientes?

—Bien, me duele un poco la cabeza.

—Es normal, después de un tiempo de oírlo hablar y comer te acostumbras— apila algunos troncos sin mirarla.

—¡Hey!, ¿estás diciendo que es mi culpa? Soy incapaz de hacerle daño a alguien y menos a una mujer tan linda— le guiña.

—Mejor te callas, está comprometida y no solo eres pésima compañía sino mal tirador, cada día eres peor.

—Su mascota se metió en mi campo visual, no tengo la culpa.

Ante esta discusión tan extraña Aixa interviene para hallar respuestas —¿cómo sabes de mi compromiso?

—¿Recuerdas que te dije que era un hechicero? — asiente —. Si te toca puede leer tus pensamientos.

—Es algo intrusivo.

—A veces no puedo ejecutar dos poderes a la vez, lo que provoca que el otro se desate. Contigo utilicé la parálisis, entonces me distraje y pude ver tus pensamientos. Me disculpo, no volverá a pasar.

—¿Qué hacen aquí?

—Buscamos a un dragón— la mirada de la joven se ensombrece —. No estamos interesados en los de tu aldea, tranquila.

—Con ustedes no se puede bajar la guardia.

—Vamos tras la pista de un dragón asesino, masacró a nuestra gente.

—¿Sabes la causa?

—¿Acaso eso es excusa? — silencio —eso pensé.

Revisan a la dragona, ya se encuentra mejor. Ella no quiere dejarles solos, debería decirles a su padre y a los ancianos que un cazador acampa cerca del territorio. Por la seguridad de las criaturas y de los habitantes de la aldea, pero este hombre y su alumno no le inspiran desconfianza. Casi lista para marchar, en el último minuto se dirige hacia ellos y es interrumpida.

—No saldremos de este claro— se aleja.

—Si te interesa, el dragón fugitivo es color negro, con motas magentas, solo vistas a la luz de la luna y sus ojos son rojos como la mismísima sangre— le dice el muchacho a la guerrera y marcha con rapidez tras el maestro.









Fuego venenosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora