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Todas las mañanas Aixa baja al acantilado para visitar a su chica, grande y voluptuosa. No pudo escoger mejor. Los recuerdos de aquel día los atesora en un espacio de su corazón y ningún otro puede rivalizar con estos.

Las mujeres no descendían al acantilado, los únicos que tenían permitido tal proeza eran los guerreros o los jóvenes a punto de cumplir la edad indicada. Se escabulló de la mirada vigilante de su madre y logró encontrar el camino, gracias a la guía de dos hombres que ni sabían que la muchacha los seguía. Desde pequeña envidiaba la suerte de sus hermanos, admiraba a sus dragones en las pocas ocasiones que sobrevolaban la aldea. La conexión que existía entre jinete y protegido casi podía tocarla con las manos. Ella quería sentir algo, su corazón palpitaba por un compañero fiel, que no la juzgara.

En subúsqueda la divisó, como si una soga invisible tomara su muñeca y le guiarahacia ella. Los sanadores y guerreros que andaban cerca veían la escena sinpoder creerlo. Las ansias de parar ese sacrilegio se incrementaban con cadapaso, sin embargo la más absoluta ley decía: "nunca interrumpir la sagradaconexión entre el humano y el dragón". La joven continuó hasta quedar una frentea la otra, la bestia bajó el rostro a la altura de ella. Se vio a sí misma en sus ojos dorados. Vislumbraba el cielo estrellado y sus pupilas brillaron como dos rayos de sol, sin pensarlo montó e hicieron lo que más esperaba, volar.

Un sanador la saca de su ensoñación —con su permiso, debo ocuparme de los signos vitales de su protegida.

Asiente —ya nos veremos— acaricia el hocico.

Ya casi en lo alto se tropieza con un muchacho —lo siento.

—No te preocupes.

Este la observa, ella se da cuenta del ojo morado y la deja sin emitir otra palabra. Más arriba, por fin, reconoce su identidad. Uno de los burlones en el torneo y la causa de ese moretón no puede haber sido otra que sus consanguíneos.

Los días han pasado y los rumores de una trampa se extienden como humo, sobre todo entre las mujeres. Según estas, Aixa infringió las reglas proclamadas por los ancianos desde los inicios de la competición. Algunas pedían un castigo ejemplar, otras que se retirara el título de campeona. Nadie era capaz de hablar en su presencia o familia, pero al menor descuido empezaba el ciclo de chismorreos. El jefe no procuraba menguar a los habitantes de la aldea, incluso la guerrera intentó hablar con su madre para recibir apoyo, pero no surtió ni el más mínimo efecto.

La hermana menor reprende la conducta de sus hermanos mayores, una vez en la choza, estos casi no le prestan atención y se justifican con que su misión es mantenerla a salvo hasta que se case. El padre tampoco muestra mucho énfasis en la cuestión, pero sí en el hecho de los rumores. Cada día aumenta el número de personas que se hacen eco de una posible confabulación. Teme por la seguridad, sobre todo, de su hija, en consecuencia le adjudica a Kroll el cometido de mantenerla vigilada. Esto para Aixa fue más perjudicial que beneficioso, ya que entre los pobladores se comienza a cocinar otro guiso de chismes, esta vez con su futuro marido como cabecilla.

Krollla acompaña al bosque en busca de plantas medicinales, se mantiene a unoscentímetros de ella, Aixa siente cada respiración o movimiento, su sola presencia es suficiente para molestarla, está harta de ser escoltada por ese charlatán y decide enfrentarlo.

—Vete, puedes volver a tus labores.

—Esta es mi labor— responde tajante.

—No quiero que me sigas, ni te conviertas en mi guardián, no te necesito.

—No me importa.

Abre los ojos, pero calla y continúan la caminata hasta llegar a lo más profundo de la arboleda. La espada del guerrero se encuentra en su posesión y por lo que sabe el herrero no ha terminado una nueva para él, por tanto ahora está desarmado, no es lo más correcto, pero debe hacer algo, cualquier cosa, para deshacerse de él, así sea por unas horas. Desenvaina la espada y el contrincante revela un puñal, la pelea es rápida, sin pensar, grave error. La atrapa entre sus musculosos brazos, se retuerce, pero no funciona, cerca de su rendición la dragona aparece escupiendo fuego. Kroll la suelta y cae al suelo, intenta evitar las llamas, la jinete monta y se desvanecen en lo alto del cielo.

Vuelan sin rumbo, se pregunta el porqué la vida no puede ser más fácil. Piensa en la batalla, en las reacciones de los aldeanos y en cómo muchos creen lo que les es más conveniente. De repente se desploman hacia abajo, salta lo más rápido que puede y aun así sufre algunas heridas parciales. Se queja del dolor en la pierna, siente un líquido en su mejilla, sangre, se acerca y extrae la flecha incrustada en una de las alas de su chica. Alguien se aproxima, por sus vestiduras es un cazadragones, se prepara para atacar. Camina hacia delante, se paraliza, el rival toca su frente y todo se oscurece, la cabeza arde y el desmayo es inminente.






Fuego venenosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora