𝐂𝐀𝐓𝐎𝐑𝐂𝐄

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⊜ ˢᵗᵃʳᵗ





Estaba claro que había una cosa que todas las mujeres del mundo compartían y le tenían un amor-odio.

La regla.

Odiada por tener que sangrar ahí abajo durante varios días, la constante sensibilidad tanto física cómo mental, antojos  y los repentinos cambios de humor.

Amada al tenerla por tener un porcentaje alto de no quedar embarazada.

Pero tampoco era del todo seguro.

Y Emma en ese preciso momento la odiaba.

Con un dolor fatal en sus lumbares, piernas cansadas, pechos altamente sensibles, cólicos e incluso dolor en los labios vaginales.

Emma quería morirse en ese momento.

Estirada en la cama, con la mano izquierda dentro del su pantalón de pijama tocando su abdomen bajo, y con la otra tapando sus ojos con el brazo.

Resoplando de mala gana y removiéndose por la cama, ignoró las llamadas a la puerta de su habitación.

Con algo de irritabilidad, se levantó de la cama de golpe, arrepintiéndose porqué notó cómo la sangre le bajaba de golpe.

Abrió la puerta con algo de brusquedad, y vió a Esteban y a Agustín Pardella.

───¿Qué? ───preguntó con cansancio.

───¿Qué haces en pijama todavía Emma? ───habló primero Agustín frunciendo el ceño al verla en pijama aún. ───Te estamos esperando.

Emma quiso llorar.

───Decidle  a Jota que bajaré lo más rápido que pueda. ───murmuró punzándose el puente de la nariz.

Esteban mostró una mueca de preocupación. ───Emma, ¿Te encontrás bien?

Emma apoyó la cabeza en la puerta y bufó. ───Solo necesito un Paracetamol y ya.

Agustín le acarició el brazo. ───¿Pero que tenés? ¿Tenés fiebre o algo...?

───La regla.

Esteban y Agustín asintieron comprendiendo la situación.

───Se lo decimos a Jota. ───respondió Esteban. ───¿Querés que te traigamos algo?

Emma sonrió. ───No, pero gracias igualmente. ───suspiró. ───Ahora bajo, decidle a Jota que lo siento.

Ambos chicos bajaron y dejaron a Emma sola para que pudiera cambiarse con algo de tranquilidad.

Jota y los demás se preocuparon por ella. Pues los meses anteriores, Emma ya había estado con la regla, obviamente, pero no le había dado tantos males como la de ese mes.

Con algo de apatía, ya vestida con ropa cómoda y sin nada de maquillaje, para que los estilistas y maquilladores tuvieran el trabajo más fácil, bajó.

Pero estaba más pálida de lo normal y tenía las mejillas sonrosadas.

Parecía un alma en pena.

───La concha de su madre, Emm, estás fatal. ───habló Juan ganándose una mala mirada por parte de los demás.

𝐈𝐍𝐓𝐄𝐑𝐂𝐎𝐍𝐓𝐈𝐍𝐄𝐍𝐓𝐀𝐋 // 𝙢𝙖𝙩𝙞𝙖𝙨 𝙧𝙚𝙘𝙖𝙡𝙩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora