Prólogo

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Ciudad de Londres, 1780

El mercado del centro es la ciudad normalmente estaba completamente lleno de gente. Para ser día de semana sí que sorprendía la cantidad de personas que había en el lugar. Pues, era común que ése número alto de ciudadanos ronden por el mercado pero justamente los fines de semana.

Los comerciantes estaban más que agradecidos a decir verdad. Las ventas de un momento a otro habían subido sin diferencias en puestos, dándoles más trabajo, pero más dinero a su vez.
Deseaban que fuese así siempre y no quedarse exclusivamente con los Sábados y Domingos.

Siendo las doce del mediodía, la carroza de los Riley paseaba por el centro de la ciudad, coordinando compras para la mansión de la familia, y así podían organizar a la perfección las comidas de la semana.

Para el Señor Riley era algo muy importante hacer. Al ser futuro candidato a Gobernador de la Ciudad de Londres, mantenía su día totalmente ocupado, así que quería procurar el bien estar de su familia.

Para la Señora Riley era de suma importancia que el servicio de la casa esté al tanto de todos los planes para la semana y así ella podía estar tranquila. Además, no quería revuelos en su mansión justamente ahora que su esposo estaba en un momento tan importante respecto a la política. Nada tenía que salir mal ni quedar fuera de lugar.

Y en cuanto a Simon Riley, el hijo mayor del matrimonio... Éstas cosas le daban totalmente igual.
A sus 33 años, todo lo relacionado con compras, política y familia, le daban totalmente lo mismo. Además, él no se hacía cargo de nada. Estaba ahí más que nada para ayudar a sus padres, o mejor dicho, darle alguna que otra recomendación que no siempre tomaban en cuenta.
Y es que los viajes al mercado solían ser de lo más aburrido para él. Quería irse con sus amigos y así hablar de lo que tanto le gusta, pero claro, si quería evitarse escándalos de sus padres... Prefería simplemente observar, comentar y callar, nada más.

— ¿Qué te sucede, cielo?. Pareces muy aburrido de pasear con nosotros... — Comentó la señora Riley a su hijo, quien la miró, suspirando. Estaban dentro de aquella carroza, observando los diferentes puestos que habían en el mercado.

— ¿Lo parezco?. Porque realmente lo estoy.

— Pues, aunque te sea aburrido, haces bien en venir con nosotros. A futuro tú serás el gobernador de la ciudad, y debes conocer cada rincón de Londres. Cada almacén, cada puesto de verduras y frutas; y debes conocer a cada comerciante para ganarte el apoyo del pueblo. — Contestó el señor Riley, serio ante las palabras de su hijo.

¿Quién dijo que quiero dedicarme a la política, padre?. Sabes perfectamente qu-

— Cuándo te cases y por fin heredes la mansión cerca de los establos de caballos, serás libre de decidir qué hacer. Mientras tanto, acata las reglas, Simon.

No quiso refutar ni tampoco discutir. Menos en aquella carroza donde los ciudadanos podrían escucharlos.
Simplemente se dedicó a mirar hacia afuera, queriendo ya no pensar en el asunto.
Ser el hijo mayor de la familia jamás le había asegurado que él podría decidir por si mismo.

En la familia Riley existía la regla de que “Mientras un familiar de la mansión no se case, seguirá las reglas de sus padres” y lamentablemente él era ése alguien que seguía sin casarse.
Más pronto de lo esperado debía de encontrar a su futura esposa o pronto su vida actual tal cual la conocía quedaría arruinada por la maldita política.

Su sueño iba más allá de lo que sus padre querían.
Dedicarse al campo, a los caballos y agricultura era más lo suyo. Le ayudaba a estar en paz y tranquilidad... Cosa que en la mansión solía no sentir, pese a intentarlo.

— Por cierto. Los padres de Abby están dispuestos a tener una cena familiar y así ambos pueden conocerse, Simon. La mujer es muy linda y parece ser buena persona. ¿Qué opinas de ella?... ¿Simon?...

Quedar hipnotizado con una persona no era común en él. Sobre todo si se trata de un hombre.
Pero aquellos rasgos, aquellas facciones lo habían atrapado por completo.
La carroza justo se había detenido en un pequeño puesto de frutas, el cual estaba siendo atendido por aquel hermoso hombre de facciones hermosas...
Ver sus ojos apenas levantó su mirada a un cliente fue lo qué logró atraparlo por completo. Unos ojos azules tan hermosos como el cielo, o el mar. Unos dónde evidentemente era muy fácil perderse.
¿Quién era él?. ¿Siempre estaba en éste puesto?...

— ¡Simon, te estoy hablando!.

Un momento, madre...

Con cuidado, abrió la puerta de la carroza, bajando de la misma y así acercarse hacia aquel puesto.
Les sorprendió a sus padres tal acción. Pues, no era común que su hijo hiciera éso, pero quizás se tomaría la política en serio así que valoraron su acción en ése momento.

¿Disculpa?... — Habló, intentando hacerse notar pese a los clientes... Tomó cuatro manzanas, dos rojas y dos verdes. Y unas seis frutillas grandes y rojas. Fue paciente ante el cliente que había delante suyo... Hasta que fue su turno, quedando completamente enloquecido ante aquel hermoso hombre...

¡Buenos días, señor!. ¡Oh, manzanas y frutillas, buena elección!. ¿Lo usará para hacer té?. Porque si es así le aconsejo también llevar naranjas. ¿Qué opina?... ¿Señor?.

Intentó bajar de su nube de pensamientos, haciéndose algo imposible reaccionar... Hasta que sintió el chasquido de sus dedos, viendo asomarse una hermosa y enrome sonrisa en el rostro del contrario.

— ¿Se encuentra bien?...

— ¡Más que bien!. ¡Llevaré todo, gracias!.

— ¡Estupendo!. — Feliz, el hombre puso toda la compra en una pequeña bolsa de tela que solían regalar en ése puesto. La misma se la entregó al sujeto de cabellos claros, dedicándole una enorme sonrisa. — ¡Muchas gracias por su compra, señor-!

— Perdone el atrevimiento pero, ¿Sueles tener tú puesto aquí?.

— ¡Ujum!. ¡De lunes a lunes, hasta las cinco de la tarde estamos por aquí!. Menos en navidad, ésa fecha no la trabajamos. El resto del año puede encontrarnos aquí. ¡Si desea comprar más, no dude en visitarnos, por favor!.

Sin duda lo haré... ¡Gracias!.

Forzado a tener que volver, subió en aquella carroza, no sin antes dejar las compras atrás de la misma.
Mientras se alejaban del lugar para volver a la mansión, la mente de Simon se llenó de preguntas sin respuestas respecto al hombre hermoso...

— Te veías muy amistoso con ése comerciante. — Levantó su vista hacia su padre ante aquel comentario. — Evitate escándalos. Tus preferencias-

— Podrían darte un voto de confianza para ser gobernador, padre. — Por un pequeño momento hubo silencio, pensando seriamente en las palabras de su propio hijo. — Tú sabes cuál es la problemática que hay respecto a personas como yo... — Se sintió imbécil al referirse así sobre si mismo. No estaba enfermo. Simplemente le gustan los hombres, cosa que si bien sus padres aceptaban, aún les costaba asimilar.

Sería odiado fuera de Londres y éso-

— Te conviene. Serás odiado por otros gobernadores, en cuanto a tú pueblo, te seguirán apoyando más que nunca. ¡Podrías convertirte en el favorito!. Piénsalo, padre... Ése comerciante podría ser tú mina de oro.

Se sintió mal al pensar así del sujeto con el que había cruzado pocas palabras... Pero si quería irse de su mansión y olvidarse de la política, quizás un matrimonio arreglado con él no le vendría del todo mal...

"Blue Eyes" - (Ghost x Soap COD) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora