Capítulo 2.

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• 𝓝𝓸𝓪𝓱 •

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• 𝓝𝓸𝓪𝓱 •

Lo primero que veo al despertar, es el techo ahora gris de mi habitación, solitaria, aburrida y vacía. Giro la cabeza hacia la derecha encontrándome con el portaretrato que no tengo el valor para quitar de ahí. Uno que siempre admiro apenas despierto y que siempre debo ver antes de dormir. Es una selfie de Nea y mía, estoy abrazándola por la cintura, su mejilla se pega a la mía ya que me había agachado lo suficiente para que la foto saliera bien.

Los tirantes azules de su traje de baño se miraban rodeando su cuello, yo tenía el torso desnudo, fue en el último día de playa que tuvimos antes de mudarnos a Boston. Aún recuerdo a detalle todo lo que hicimos ese día, sus carcajadas resuenan en mi cabeza, lo brillante de su sonrisa y ojos. Lo linda que se veía con las mejillas sonrojadas y el rostro empapado por el agua salada del océano. La manera en que me miraba, en la que siempre me ha mirado, como si yo fuera todo para ella.

A pesar de ser un imbécil, un mujeriego, egoísta y estúpido, ella siempre me miró así. Caí en cuenta de eso cuando aceptó ser mi novia, sabiendo que era mía, pude permitirme notar y apreciar ese tipo de detalles, esos que me obligaba a creer eran sólo por la confianza y cariño de amigos que habíamos forjado desde que nacimos. Jamás me había sentido tan idiota, tan cobarde, pude haber disfrutado de ella como siempre había querido mucho antes.

Pude haber hecho mucho y ahora ya no tengo más tiempo. Se ha ido, y con ella, mi corazón. No me importa que me llamen ridículo, débil o un maldito gusano por arrastrarme detrás de ella, por suplicar su perdón y misericordia, por suplicar que no me abandone. Por extrañarla cada maldito día, por necesitarla y casi perder la cabeza por tenerla lejos.

Siempre supe que ella era demasiado para mí, aún siendo mi amiga, jamás la merecí. Quise aferrarme a la idea de que a pesar de eso, podría estar con ella por mucho tiempo, de preferencia, hasta volverme senil y amargado, desafortunadamente y porque soy un idiota por naturaleza, eso no pasaría, no a menos que pudiera tener una oportunidad para recuperarla, a ella, a su corazón y a nuestro futuro.

Toleraré la distancia, el hecho de no hablar con ella, de dejarla a merced de un sin fin de imbéciles que con certeza sé, intentarán ocupar de alguna u otra manera, el puesto que yo dejé. Toleraré la ansiedad y las obsesivas ganas por ir a buscarla, por tomarla y hacerla mía hasta hacerla ver, que no importa donde esté, con quien o si no lo quiere, ella pertenece a mi lado, ella fue hecha para mí y yo para ella.

Estaremos juntos, no ahora o mañana, pero lo haremos.

Mi teléfono vibra junto al portaretrato, aquello me hace salir del hilo de pensamientos que cruzan al menos una vez por mi cabeza, a diario. Sabiendo de sobra de quien se trata, tomo el móvil abriendo el nuevo texto que Lucy me ha enviado.

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