Capítulo 3.

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• 𝓝𝓮𝓪 •

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• 𝓝𝓮𝓪 •

Cuando la última clase del día termina, me permito volver a respirar tranquila. Todos comienzan a guardar sus pertenencias para salir del aula con el profesor detrás. Esta materia se vuelve más pesada y complicada cada día que pasa, necesitas una buena memoria y prestar mucha atención, calcular la resistencia de materiales y estructuras no es sencillo. Si te pierdes un sólo paso o confundes un mísero punto, todo se derrumba, literalmente.

Por ello es que apenas me permito pestañear durante esa clase, especialmente por la actitud impaciente y hosca del profesor. Es un hombre de 60 y pico, delgado hasta los huesos, de cabello canoso y muchísima experiencia en construcción. No negaré que es muy inteligente, astuto y hábil, pero definitivamente la edad lo ha hecho amargarse y hasta resentirse, después de todo, a él le truenan las rodillas con sólo sentarse mientras que nosotros aún tenemos mucho por recorrer.

Al menos se vuelve un tanto agradable con quienes sabe que se esmeran en poner atención, asistir a clases y cumplir con los deberes. Por ello es que me recibió con gusto en su clase y que hasta ahora, no he tenido un problema o desacuerdo con el, al contrario de muchos de mis compañeros. La mayoría son hombres, si bien estamos en una época de "igualdad", y las mujeres podemos estudiar lo que sea que se nos antoje, aún sigue siendo poco común un gran número de féminas en carreras como estas.

Que por supuesto, no tienen género exclusivo.

Somos sólo seis mujeres en el grupo, la mitad siempre estamos juntas en las clases que compartimos. Diana, Solange y Caroline son mis nuevas amigas y mis futuras compañeras de proyectos. Las otras chicas son más unidas a los varones y entre ellas, de hecho se conocen desde antes de entrar a la universidad. Camino a la par de ellas por el pasillo del edificio para salir al vestíbulo exterior.

—Creí que la clase nunca terminaría—se queja Sol, recargándose contra mi cuerpo. Suelto una risa junto con ellas mientras la rodeo por la cintura.

—No fue tan malo—comento divertida. Todas me miran mal.

—Eso lo dices porque eres su favorita—se queja Caroline acomodando sus mechones de colores detrás de las orejas.

Su cabello es negro y corto hasta debajo de la mandíbula, tiene mechones de color verde limón dispersos en toda su melena. El maquillaje negro resalta sus ojos verdes y las pecas en su nariz y mejillas regordetas. Es preciosa, un poco retraída, pero muy amigable cuando te permite conocerla. Diana y Solange, al contrario de Care, son rubias, una más que la otra. La primera posee ojos mieles, claros y bonitos bajo pestañas rubias y largas, la segunda posee unos alucinantes ojos grises cubiertos por pestañas largas y rubias oscuras. Son esbeltas, delgadas, altas y hermanas mellizas.

—No soy su favorita. A él no le agrada nadie—me defiendo.

—Ajá, si. O le agradas o le gustas, no hay otra razón que explique porque eres la única a la que no humilla con sus estúpidos ejercicios—Diana rueda los ojos. Hago una mueca de asco.

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