15._La Residencia

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La residencia de ancianos La alegría, no tenía nada de especial, habitaciones compartidas, salones pequeños y balcones con vistas exteriores, siempre cerrados. El personal era amable y todo estaba limpio ¡Un sitio como otro cualquiera para terminar la vida!

Pero Sergio se había propuesto hacer de esta residencia algo distinto, que los ancianos se fueran de este mundo con una sonrisa y no podía hacerlo de otra forma más que como sabía, cocinando para ellos.

Cada día antes de ir a trabajar pasaba por el mercado a buscar productos frescos de temporada, seleccionaba los que tenían mejor relación calidad precio y los más adecuados para sus elaboraciones, pero siempre entre aquellos de mejor sabor y exquisito aroma.

Luego repasaba sus recetas y las fichas de cada uno de los residentes en donde tenía apuntadas sus carencias nutritivas, sus enfermedades y especificaciones dietéticas: con o sin sal, con o sin azúcar, triturado, gelificado...y también sus gustos, sus pasiones y odios: ama el chocolate, detesta las alcachofas... Después elaboraba uno a uno los diferentes menús y se acercaba cuando comían para ver el grado de aceptación y en qué tenía que mejorar para hacer de cada comida una experiencia perfecta. Pensaba, que si quizás para alguno de ellos llegara a ser la última, mejor si ésta era sublime.

Cuando llegaba a casa se derrumbaba. Aunque se sentía bien y orgulloso de si mismo por dar con su trabajo todo lo que podía, aquella felicidad efímera, no podía olvidar que el sufrimiento seguía allí. Escuchaba los lamentos y sabía que ese dolor no tenía otro fin más que la muerte.

¡Si pudiese encontrar en el mercado un producto eficaz, uno que curase las enfermedades, uno que de verdad sanara, que devolviera a sus clientes la juventud y la vida!

Y así cansado del trabajo y soñando con quimeras, se dormía cada noche y más animado ponía de mañana rumbo de nuevo hacia el mercado.

Una tarde, mientras ajustaba en el despacho los detalles de un menú, una mujer llamó a la puerta. Con un traje de pantalón negro, una cola de caballo y un maletín e imaginó que sería la comercial de alguna empresa ofreciendo nuevos productos o exigiendo el pago de alguna factura.

―Buenos días ¿Qué desea? ―dijo Sergio.

La mujer, posó el maletín sobre la mesa, lo abrió y extrajo de él una bolsa cerrada de plástico transparente que parecía llena de algún tipo de hierbas aromáticas.

Lo colocó sobre la mesa y dijo:

―Lo que desee yo no importa. Aquí le traigo lo que desea usted. El ingrediente que necesitaba, la especia que otorga la vida eterna, el Grycelín.

"Lo que me faltaba" ,pensó Sergio, " una listilla vendiéndome yuyos raros".

―Lo siento señora, pero aquí no cocinamos con cosas de ese tipo"― le dijo mientras se levantaba para indicarle que se fuera.

―Déjeme que me explique, por favor. De verdad que puedo ayudarle― dijo ella.

La mujer era guapa y ya era tarde. Sergio había terminado su jornada. Había elaborado el almuerzo y había dejado avanzada la merienda y la cena que terminaría su ayudante.

En realidad no tenía nada importante que hacer así que decidió seguirle la corriente a la muchacha a ver hasta donde llegaba.

―Está bien, cuénteme― dijo Sergio.

―Ya sé que no me creerá pero vengo del futuro, exactamente del dos mil cuatrocientos veinticuatro. Me llamó Sandra Ríos y trabajo para la empresa farmacéutica Rochalchild, que comercializa el Grycelín ―dijo ella.

Una historia muy vulgar y otras que no lo son tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora