El guionista

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EL GUIONISTA

"¡Me echaron de mi casa a gritos! Siempre ocurre lo mismo. Vago todo el día por la ciudad con la intención de irme lejos y termino volviendo otra vez porque estoy sola. Esta tarde será diferente. Me meteré en el cine. Compraré palomitas y Coca-Cola y me colaré dentro de la primera escena de amor que encuentre"

Estas eran las primeras frases del guion que me había encargado mi amigo Gustavo, productor de cine:

―Si eres capaz de traerme al menos una buena idea, antes de tres semanas, haremos la película― me había dicho.

― ¿Una idea? Te traeré un guion casi terminado― le respondí.

¡Era mi oportunidad, mi primer trabajo serio! ¡No iba a desperdiciarla! Antes de una semana se lo presenté bastante avanzado. Estaba muy ilusionado.

―Eso está muy visto― me dijo. Ya hay una película que toca ese tema, la rosa púrpura del Cairo. Necesitas algo más innovador, diferente.

Me sentí abatido

―¿Y si es el protagonista el que sale fuera de la película?― le dije

―Muy visto también― me respondió.

―¿Y si se mete en una escena Navideña?― pregunté.

―!Por Dios. ¡Más películas de Navidad! ¿Te parecen pocas?― me contesta― ¡Haz el favor y escoge algo que sea menos ñoño!

Seguí dándole vueltas. Me quedaban dos semanas para pensar en el tema y comenzar el guion. Parece mucho tiempo, pero en realidad tener una idea que no se haya explotado ya con anterioridad es muy difícil.

Decidí utilizar alguna de mis fórmulas habituales para encontrar historias. Acudir a un espacio público como un bar, un tren o un autobús y escuchar las conversaciones ajenas, solía darme buenos resultados.

Primero fui a una cafetería donde una vez oí una conversación interesante que nunca llegué a utilizar. Un periodista le contaba a una amiga como se había colado en la casa de un político para conseguir documentos que lo implicaban en un caso de corrupción. Por vagancia no tomé notas y luego se me olvidaron los detalles. ¡Que bien me vendrían ahora!

El lugar donde había escuchado esa conversación era una sala apartada, tenía que descender unas escaleras y la luz era tan tenue que casi no se veía. ¡Un buen sitio para escuchar secretos interesantes! Me coloqué detrás de la única mesa ocupada. En vez de sillas, tenía un confortable sofá con el respaldo alto, que hacía de barrera.

Comencé a escuchar voces procedentes de mis vecinos, pero no llegaba a entender lo que decían. Me asomé un poquito, estaban abrazados besándose, me vieron.

―¿Qué hace usted ahí, espiarnos? ¡Lárguese de aquí pervertido!

Probé suerte entonces con el tren, escogí uno de cercanías, de los que van despacito y contemplas el paisaje. Como los billetes no están numerados, puedes ir cambiando de asiento y escuchar las conversaciones que más te interesan. Me gustó lo que le contaba un anciano a su cuidadora:

__A mi la guerra me pilló en los dos bandos. Tenía dieciséis años cuando el levantamiento militar. Mi pueblo se mantuvo fiel al gobierno y todos los mozos nos vimos obligados a alistarnos en el bando republicano. Cuando llegaron los nacionales, nos cambiaron de uniforme y ¡ala a luchar con los fascistas si no queríamos tener problemas! Yo no tenía ideales, para mí todos los políticos eran iguales, unos aprovechados.

Me pareció un tema interesante, así que me identifiqué y le pedí su número de teléfono para entrevistarle. Le gustó muchísimo que su historia pudiera aparecer en una película.

―Ya tengo muchos años para hacerme famoso ahora, pero sí, si tengo tiempo te lo cuento todo, ¡para que os enteráis los jóvenes de lo que es una guerra!

En este caso, al productor le pareció bien el tema, pero no pude realizar la entrevista. ¡Cuando intenté ponerme en contacto con el anciano, tres días después, me dijeron que acababa de fallecer!

¡Se me terminaba el plazo y no encontraba un tema para el guion! Pensé que quizás cambiando de género ¡las películas de terror se venden muy bien!

Cogí un tren para Santiago, esta vez de media distancia, había oído algunas leyendas de la Santa Compaña que podían serme útiles y necesitaba más información.

Cuando faltaba poco para llegar, noté que algo iba mal, el tren circulaba a gran velocidad, entramos en una curva, las maletas se cayeron, todos gritamos y el tren descarriló. En un segundo el mundo se vino abajo. Se oían gritos y lamentos, veía personas sangrando, con grandes heridas abiertas. Intenté ayudar, pero no pude. En medio de la destrucción y el caos decenas de personas salieron de sus cuerpos y comenzaron a caminar sobre las vías. Les seguí. No pude evitar un pensamiento egoísta ¡aquellos fantasmas por fin me darían mi historia! Pronto me percaté del nuevo inconveniente ¡los muertos, no estamos en la mejor disposición para escribir guiones de cine!

Una historia muy vulgar y otras que no lo son tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora