La cueva del escritor

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No me importa quedarme a oscuras desde que tengo teléfono móvil. Antes no era así, cuando era pequeño me aterrorizaba la negrura. De noche, en la habitación que compartía con mis cuatro hermanos solo se oían los gritos de mi padre y el televisor. A veces, cuando en la tele discutían era difícil distinguir entre unos y otros. Temblando intentaba no moverme, pensaba que unos monstruos vendrían a devorarme y me escondía bajo las sábanas.

¡A dormir! decía mi madre, pero yo no podía. No lo hice hasta que tuve veinte años y comencé a mezclar pastillas con alcohol. La primera vez le dije a mis amigos muy alterado que me había quedado inconsciente durante la noche y no podía recordar nada. Se rieron.

Ahora he dejado de beber y también la medicación y vuelvo a no dormir, pero no me importa, tengo mi teléfono mágico. Con el puedo leer historias todas las noches. Sumergirme en sueños sin perder la consciencia. He decidido ponerlos en orden y me apunté a un taller de escritura. Ahora me mandan que apague la luz y busque en una caja no se que herramienta. No tengo donde buscar, pero soy obediente y apago la luz. A tientas dejo el teléfono apagado sobre la mesita de noche.

Sin molestar a mi compañero de cuarto busco y calzo las zapatillas y me dirijo hacia el baño. Hace mucho frío. Había dejado una bata sobre una silla pero me resulta imposible localizarla. Mis pasos se hacen diminutos y la distancia inmensa. Es difícil, con la mano toco la pared y decido seguirla a ver donde me lleva. La pared está también fría y es rugosa. No la recordaba así. Tengo miedo a darme con algo en la cara. Intento ir hacia atrás ¡este juego es una tontería! quisiera dejarlo pero ya es demasiado tarde, no sabría dar la vuelta. He conseguido dar con la puerta. Es la equivocada. No da al baño de mi residencia de estudiantes sino al pasillo de casa de mis padres. Vuelvo a ser un niño.

Estoy en el dintel de la puerta del dormitorio de mi infancia. Al fondo del pasillo veo la televisión. ¡Por fin algo de luz! Vuelvo la cabeza y veo mi viejo cuarto en penumbras. No me resulta muy difícil encontrar una silla. La colocó sin hacer ruido para que ellos no noten que estoy allí y me pongo a ver una película. Lo hago a menudo sin que se enteren. Siento que tengo seis años. Si estiro mis piernas llego al suelo con las puntas de los pies. Estoy descalzo ¿No me había puesto antes las zapatillas?

Mi padre chilla, mi madre llora. Siento como agua caliente que corre entre mis piernas. Huele mal. Acabo de mearme encima.

De nuevo estoy en la cama de mi residencia de estudiantes. Cojo mi teléfono móvil y comienzo a escribir este texto para mí taller de escritura. Tengo que llegar a las seiscientas palabras, pero no me apetece nada volver a cerrar los ojos. Quizás mañana...

Son las seis, aún estoy en la cama, está húmedo y sigue oliendo mal, tendré que cambiar las sábanas, pero si enciendo la luz despertaré a Miguel. Mañana todos se enterarán y se reirán de mí. Con la luz del teléfono consigo retirarlas. El colchón está húmedo. Guardo mis sábanas en una bolsa y ésta en la maleta.

Me visto y salgo de la habitación. Sin hacer ruido abandono el edificio. Las calles de Madrid aún en penumbra me reciben con alegría. Es maravilloso ser joven, estar vivo y lejos de mi casa. El bar está lleno de gente tomando chocolate con churros. Entro. No está oscuro ni hay paz, pero quizás deba ser está mi cueva del escritor.

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Una historia muy vulgar y otras que no lo son tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora