La muerte en El Valle Sombrío

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Valle Sombrío era el segundo destino de Virginia García como sargento de la Guardia Civil. Llegó ya cumplidos los cuarenta y con muchos años de experiencia en el cuerpo. Allí compartía oficina con Lorenzo un guardia muy joven e introvertido que escondía un oscuro secreto.

Está mañana, mientras se aburrían en la oficina recibieron una llamada. Era Luciano quien les informaba de otro ataque de lobos a su ganado.

Subieron en el viejo jeep. Virginia conducía montaña arriba por la estrecha carretera llena de curvas. El otoño estaba ya mediado y el gris de la calzada se cubría de las amarillas hojas de hayedos y castaños. Poco más se dejaba ver. La lluvia y la niebla impedían la visibilidad de un hermoso paisaje lleno de precipicios, pero allí estaban.

―Vaya usted despacio, mi sargento ―dijo Lorenzo ―por aquí no pasan dos coches y si nos encontramos uno de frente habrá que maniobrar.

―Tranquilo, hombre y confía en mi un poquito ¿vale? ―dijo Virginia con media sonrisa sin apartar la vista de la carretera.

Su compañero era un buen chico y respetaba su autoridad, pero había observado ciertas actitudes en él que por experiencias pasadas le obligaban a ser cauta.

―Pare aquí mi sargento, junto al camino. La cabaña está allí, en el valle, hay que descender a pie.

Estaba embarrado y resbaladizo. La niebla se hizo más espesa y no distinguieron al hombre hasta que les salió al paso y les saludo. Mientras se acercaban al lugar de los hechos, Luciano explicaba:

―A la muerta de hoy, también le han arrancado la cabeza ―decía, mientras señalaba los restos esparcidos por el prado.

Aquello no era normal en otros ataques de lobos. Además, estos siempre actuaban en manada y no había en el barro más que huellas de cuatro patas.

Mientras el ganadero se explayaba con los elogios a la vaca fallecida, la sargento García le lanzaba miradas inquisitivas a su compañero que negaba moviendo la cabeza de modo imperceptible. Virginia sabía del peligro de Lorenzo López en noches de luna llena, pero le creía. Presentía que está vez otra bestia mitológica mucho más cruel amenazaba la comarca.

Se centro en su conversación con Luciano:

― ¿Ya le ha ocurrido más veces? ¿lo del ataque de los lobos?

―Si, esta es la tercera ¡No tendría que haberlas dejado solas esta noche!

― ¿No durmió usted en la cabaña?

―No, yo ya me fui ayer a dormir a casa y a ellas, pensaba bajarlas esta mañana. Sé que es pronto aún, pero esto cada vez se pone peor. Llevamos en el puerto casi tres meses. Bueno, yo no quedo siempre, claro. Pero ya no puede uno esperar al invierno, con tanto bicho.

― ¿Ha oído usted aullar a los lobos últimamente?

― No la verdad. Llevaban bastante tiempo callados. Por eso me confié.

―La Marela no era una vaca cualquiera ¿sabe? ―le dijo con los ojos llorosos ―Está nació en casa ¡Y mire que guapa era! ¡Para concurso! ¡Y más cariñosa no la había...!

Miró la desmembrada vaca. Difícil discernir en aquel macabro espectáculo a la cariñosa Marela. Supuso que el nombre era por el pelaje castaño, más amarillo y menos rojizo de lo común. La abultada barriga indicaba que o estaba muy gorda o estaba preñada. Era muy extraño que el o los animales no le hubiesen mordido el vientre para comer sus vísceras. Aunque parecía haber desgarros y quizás dentelladas en sus partes traseras, no parecía ni mucho menos un animal devorado. Las patas y la cabeza estaban separadas del cuerpo y diseminadas por el prado, pero enteras. Parecía más el juego absurdo de una criatura asesina que otra cosa.

"¿Quién te hizo esto Marelita? ¿y para qué?" pensó.

Se acercó a la cabeza. Sus ojos estaban abiertos y rodeados de una sombra gris, de la boca, también abierta, salía una lengua sonrosada.

Se agachó y la acarició entre los cuernos. Necesitaba motivarse. Siempre había trabajado con muertos humanos y necesitaba sentir afecto por esta nueva víctima si quería involucrarse en este caso que parecía peliagudo.

Se levantó y vio a su compañero que la miraba fijamente con los brazos cruzados y cara de preocupación. Sus misteriosos ojos parecían inquietos.

Entonces tomó una decisión. Seguiría el caso con una doble vertiente. De manera oficial la vaca había sido atacada por los lobos, sería injusto que el hombre se quedara sin su indemnización, pero ellos seguirían investigando por su cuenta otras posibilidades.

― Lorenzo, le dijo al guardia ―Necesitamos fotos para entregar a la Consejería de Medio Rural y acreditar el ataque de los lobos y también necesitamos fotos para nosotros. Fotografía todo lo que creas necesario. Confío en tu instinto.

Lorenzo sonrió agradecido y comenzó su trabajo.

Mientras, la niebla fue despejando y Virginia pudo ver que se encontraban en un inmenso y bello valle de un color verde botella. Las altas cumbres que lo rodeaban mezclaban el verde con el dorado de las hojas. Aunque ya no llovía la humedad llenaba el ambiente. A lo lejos escondidas entre los arbustos se veían cinco vacas rojas.

― ¿Ningún otro animal salió dañado? ―preguntó Virginia.

―No, pero mire las pobres que asustadas quedaron. Escaparon y no soy quien para vuelvan.

― ¿Ya ha llamado al consejo rural?

―Si, dijeron que estaban en camino.

―Ellos le ayudarán a deshacerse de la vaca y con el papeleo de la subvención. Nosotros ya poco tenemos que hacer por aquí. Le llamamos cuando estén las fotos. Si necesitase cualquier otra cosa ya sabe...

Ya en el coche Virginia le dijo a Lorenzo:

―Sabes que no fueron lobos ¿verdad?

―Pues un hombre lobo tampoco fue, señora.

―Si tu lo dices... ¿Qué crees que fue entonces?

―Yo vi zarpas, zarpas enormes.

― ¿Un oso? No puede ser. Los osos no atacan a las vacas.

―Un oso normal no, pero uno gigante tal vez. Aquí hay una leyenda la de la diosa Artio que se convierte en un oso gigante...

―Jajaja, no me hagas reír ¡eso no lo cree nadie!

―Ah! ¿No cree en diosas que se convierten en oso, pero sí se cree en los hombres lobo y no para de insistir para que le diga, le confiese según usted, que soy uno de ellos?

―Es que te vi medio transformado Lorenzo y ya te dije, no eres el primero que tengo cerca.

―Mire no se lo que vio, pero me ofende. Los hombres lobos no existen y si sigue con estas locuras, terminaré enfadándome de veras.

― Está bien, está bien, no voy a insistir ¡Ataque de lobos y punto!

― ¡O un oso enorme, mi sargento! ―reiteró Lorenzo con sonrisa lobuna.

!No lo olvidéis vuestros y comentarios son muy importantes para mí!

Una historia muy vulgar y otras que no lo son tantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora