Después de discutir acaloradamente con mi madre cogí el coche y me lancé a la carretera sin rumbo fijo.
Era un noche oscura y fría, sin estrellas. Los faros del coche hacían brillar el hielo.
Iba tan ofuscada en mis pensamientos que no percibía lo que ocurría a mi alrededor. Sin darme cuenta me encontré en un lugar desconocido, una carretera sin vehículos, edificios, ni luces, conduciendo a una velocidad excesiva para las condiciones climáticas.
De pronto, el coche comenzó a deslizase por el hielo sin control. Intenté frenarlo pero era demasiado tarde. Saltó volando por un precipicio. Debí quedar inconsciente, pero viva gracias a Dios.
Cuando desperté y salí, me aparté del auto que no tardó en estallar. Me di cuenta de que estaba sola. La carretera principal se veía muy alta y sin forma de subir, para pedir ayuda. Busqué mi móvil, pero había quedado dentro. La luna llena brillaba mostrándome un camino, decidí seguirlo, a algún lado me debía de llevar.
El camino se internó en un bosque de árboles enormes. Robles y abetos se disputaban el espacio sin orden ni concierto. Las ramas desnudas simulaban brazos que se extendían orando hacia la luna. El viento soplaba siseando una plegaria.
Caminaba con dificultad. Los árboles habían extendido sus raíces por el suelo formando una maraña de tejido entrelazado cubierto por el musgo.
Bajo los árboles habían crecido setas y las hojas caídas de los robles, ya casi desechas, se habían mezclado con el barro y otros restos orgánicos produciendo un suelo resbaladizo y un olor nauseabundo.
Quise dar la vuelta, pero al girarme vi una luz intensa y anaranjada tras de mí. Aún lejana. Debía de seguir hacia adelante y rápido. Aligeré el paso, trotando más que corriendo. Me caí, pero volví a levantarme.
Pronto los susurros se transformaron en crujidos. Pájaros que no podía ver y otros animales gritaban desesperados. La luna se fue tornando oscura. El aroma iba cambiando. Sobre el suelo comenzó a llover la muerte negra. Era inútil correr, no había salida.
Comencé a ahogarme y a toser. Entendí a los robles que rezaban y antes de morir levanté mis brazos a la luna.
Me sentí desfallecer y así muriendo, sentí que unos brazos me agarraban y me llevaban a otro lado. Aquí donde ahora habito, alejada del mundo y de las sombras.
!Un votito por el amor de Dios, para esta pobre escritora!
ESTÁS LEYENDO
Una historia muy vulgar y otras que no lo son tanto
Storie breviRelatos cortos de diferentes temáticas sobre todo cuentos fantásticos o de humor, pero también alguno de miedo. Son muy irregulares en su extensión, los hay de un par de páginas, de veinte y de seis capítulos. En realidad sólo tienen dos cosas...