La tradición.

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Maratón 6/6

Me dejé caer en la cama después del largo turno en PEPE'S. Había pasado una semana desde lo ocurrido con Marcus y no le había vuelto a ver el pelo y sinceramente lo agradecía.

Me zafé el moño y gemí ante el dolor que me dejó por lo apretado que lo había llevado.

Menuda mierda.

Me incorporé y me pasé las manos tratando de disminuir el dolor que se calmó después de unos minutos.

Me di un baño y me puse a hacer los deberes. Cuando terminé bajé a la cocina y me preparé algo para cenar.

Mientras esperaba que el agua hirviera para echar los espaguetis, tocaron la puerta. Caminé lentamente hasta el salón y bostecé agotada.

Abrí la puerta y contemplé frente a mi a la persona que menos quería ver en ese momento: Luka Ackerman.

Mi sangre hirvió como el agua en el caldero de la cocina y sentí unas ganas terribles de cerrarle la puertas en las narices, pero alguien tenía que actuar con madurez y esa sería yo.

Hablando de madurez, ¿no llevas puesta su sudadera?

Sentí mis mejillas arder ante aquel recordatorio. Por supuesto que llevaba puesta su sudadera, se había vuelto mi pijama favorito, aunque me costara admitirlo.

Su mirada recorrió mi cuerpo lentamente y me removí incómoda cuando se detuvo en la prenda.

Mierda.

—¿Esa es mi sudadera? —Preguntó con una sonrisa de lado.

—Levanté la barbilla con toda la dignidad que pude recoger y lo miré a los ojos. —Si…digo no, vale, si, pero es porque es muy cómoda. —Dije con nerviosismo.

Rio por los bajo y me miró a los ojos. Respiré hondo y me atreví a preguntar.

—¿Que haces aquí?

—Quería verte. —Susurró y un escalofrío sacudió mi cuerpo entero.

Dos palabras, las mismas, pero en la boca de otro. El pinchazo de dolor al recordar a Marcus se disipó cuando recordé como se había comportado la última vez que nos habíamos visto.

—Pues ya lo hiciste ahora lárgate. —Bufé e intenté cerrar la puerta, pero interpuso su pie.

Y ahí la diferencia. A Marcus le dije que se fuera y ni intentó insistir, simplemente desapareció otra vez. Luka, sin embargo, no se rindió y eso me hizo sentir un aleteo en el estómago, que me aterró.

—No me iré, no sin que hablemos. —Dijo abriendo la puerta, a pesar de que traté con todos mis esfuerzos cerrarla.

—No tenemos nada de que hablar. —Dije curzandome de brazos.

—Por supuesto que sí —Dijo con rotundidad, —pero no pienso explicártelo mientras me congelo aquí afuera.

Entró en la casa y cerró la puerta. De repente toda la seguridad que había sentido antes se desvaneció. Sabia que con solo tenerlo cerca, terminaría actuando como una idiota y caería en un pozo sin fondo.

Buscando refugio fui hasta la cocina y me puse a preparar mi comida. Pero terminé haciendo el ridículo cuando me puse a cortar una papa.

¿Una papa en serio?

¿Que tiene?

¡Odias las papas!

Suspiré resignada, pero no dejé de cortar las papas, si iba a hacer el ridículo lo haría hasta el final.

¿Cuánto vale un sueño?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora