Una nueva versión

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Holaaaa, llevo mucho tiempo sin subir algo sobre Luka y Broadway y sé que fue irresponsable de mi parte, pero aquí les dejo mi disculpa jajaj ;)

El amor duele, duele mucho.

Siempre nos han dicho que el amor es lo más bonito que nos puede pasar, pero no mencionan la parte en la que te desgarra el alma.

Cuando el amor no es correspondido es como clavarte un hierro ariendo en la piel, te quema, de hiere y te deja una cicatriz.

Por supuesto, las personas no tienen un cartel en la frente que diga «no te enamores de mi», pero hay señales, con el paso del tiempo hay señales que te advierten que no debes enamorarte de esa persona.

Pero de eso se trata el amor, de aceptar a la persona con todo y defectos. Es el paquete completo, si quieres sus virtudes debes aceptar sus defectos.

Aún así piensas que va a cambiar, que lograrás cambiarlo, pero te das cuenta demasiado tarde de que las personas no cambian, ni por amor y mucho menos por las personas.

Aunque ames a alguien con todo tu corazón debes aprender que el amor debe ser mutuo, es algo que das pero que debes recibir de vuelta. Tienes que darte cuenta de que si no es así, simplemente no es amor, al menos no por su parte y lo mejor que puedes hacer es dejarlo ahí antes de que las cosas se compliquen más.

Pero una vez más nadie te advierte sobre lo josidamente doloso que es dejar a la persona que amas. No porque no te ame como tú a él es más fácil y más porque en tu cabeza la idea de poder cambiarlo sigue rondando.

Duele, de verdad duele.

El amor sana, el amor hace girar el mundo. Pero, ¿qué pasa con los que les toca el dolor?

No pasa nada. La mayoría se resigna a quedarse en el agujero donde su pareja no les corresponde como es debido, simplemente por la rutina y los pocos que salen del círculo vicioso, tardan en superarlo y a veces se cierran al amor de tal manera que no vuelven a creer en él.

Yo en cambio, me encontraba en el segundo grupo y para mi desafortunada desgracia llorando en un callejón repleto de ratas y con sustancias de olores sospechosos. Todo porque hacia unos pocos minutos había tenido la mayor discusión con ese que no me correspondió.

Lloraba a moco tendida después de prometerme que no volvería a llorar por ese imbécil, pero mi mente me había jugado una mala pasada y lamentablemente.

¿Por qué soy yo la que siempre tiene que sufrir?

¿Ley de la vida? O tal vez le caes mal al universo.

Apostaré por la segunda.

A pesar de todo seguí moqueando como una adolescente de quince años a la que le acaban de romper el corazón. Algo bastante irónico teniendo en cuenta que si me pasó.

Me traté de calmar después de unos minutos más de lloradera. Me limpié las lágrimas y los mocos con el dorso de la mano y cuando me puse en pie vi a alguien acercándose a mi.

Mierda…que no sea él.

Como lo sea le damos un patadón.

Mhum.

Me coloqué en posición defensiva al instante y apreté los puños. Pero mi mente no estaba preparada para lo que pasó después.

Marcus se quedó a pocos metros de mi, detallando mi expresión.

—¿Estás mejor? —preguntó con cautela.

Vale no necesité más que eso para saber que me había visto moquear hace rato.

¿Cuánto vale un sueño?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora