Epílogo.

733 73 69
                                    


Allison descansaba tranquilamente en el pórtico de la casa de quien fue su novio en el pasado. Zenith había insistido en quedarse a pasar un par de días en Beacon Hills, a pesar de sus constantes respuestas negativas, así que no tuvo otra opción.

No era que estuviera escapando... en realidad estaba evadiendo algo.

El tema de cómo había logrado sobrevivir a la espada de aquel Oni que había atravesado su cuerpo era algo desconocido para ella. No recuerda más que el haber despertado sin prenda alguna en el bosque, recostada sobre el tocón del Nemeton. Era de noche, hacía frío, y ella solo sabía que no quería eso.

No quería regresar. No quería volver a ver la cara de Scott, no podía hacerlo tampoco. Mucho menos podría volver a ver la cara de Isaac, o Lydia, o su padre.

Temblando de frío, recordaba haberse encaminado a su casa y tomado un bolso con ropa y algo de dinero. Se había marchado a Francia, como si aquello fuera poco, y había encontrado a Zenith en un bar de la ciudad en la que residía. Cuando él supo su historia, se negó a abandonarla, y la llevó con su manada.

Ella no esperaba volver a encontrarse con sus viejos amigos, ni volver a la ciudad en donde todo el caos de su vida se había desatado. No estaba mirando atrás, solo hacia adelante... hacia su futura boda con Zenith, quien le gustaba mucho. Y podría ser estúpido que una cazadora con toda una historia familiar detrás como ella fuese a liderar a toda una manada de hombres lobo, pero no le parecía del todo malo. Los Filkas eran buenos.

Con una mano suavemente acomodada en su vientre, Allison tarareó una melodía que no salía de su cabeza desde la primera vez que la había escuchado. Cerró los ojos, sintiendo cada latido de vida dentro de su cuerpo, hasta que el sonido de un auto acercándose la sacó de su tranquilidad.

Alertada, cubrió su vientre con ambas manos disimuladamente y se levantó, siguiendo con la mirada a la camioneta que avanzaba lentamente hasta detenerse frente a la casa de Scott. Allison dejó de respirar cuando se dio cuenta de quien se trataba.

Chris bajó del asiento del conductor y cerró la puerta tras tomar su bolso de viajes; ese que su hija recordaba a la perfección. Ella tragó saliva pesadamente, sintiendo un nudo en su garganta, y sus ojos se llenaron de la prueba líquida de su dolor en cuanto su padre puso su vista en ella.

—Allison —murmuró el hombre, consternado a no poder más.

—Papá —contestó ella de la misma forma.

Y a pesar de que ninguno de ellos podía escucharse por la distancia, sabían que eran ellos, porque Chris reconocería esos ojos avellana en donde fuese, y Allison nunca lograría olvidar la manera en la que los ojos azules de su padre pasaban de ser severos a darle una mirada tan suave como la seda.

Casi por inercia, las piernas de Chris se movieron solas. Avanzó hacia su hija y la rodeó en un profundo abrazo que unió sus corazones, provocando una risa inconsciente en ambos.

Argent se alejó apenas un milímetro, y tomó las mejillas de su única hija; tan suaves como las recordaba, y acarició su cabello con la dulzura que solo un padre puede derrochar.

—Creí que...

—Lo sé. —interrumpió Allison, apretando los labios. —Y lo lamento, papá. Debí... decir algo.

ɴᴏᴛ ᴀɴᴏᴛʜᴇʀ sᴏɴɢ ᴀʙᴏᴜᴛ ʟᴏᴠᴇ [thiam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora