capítulo dieciocho

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— A veces... siento como si el oxígeno se me acabara, es-, es como si mis pulmones se encogieran en tamaño y me mareo... otras veces miro la puerta del baño y siento que está él viéndome del otro lado; a través de las rendijas, o en el hueco pequeño del cerrojo. Puedo imaginar su ojo oscuro y lleno de sangre siguiéndome. Si cierro la cortina es peor... porque... —jadeó— algo en mí dice que atravesó la puerta sin que yo lo escuchara... y ahora sólo nos separa un plástico delgado... y me da tanto miedo.

— ¿Hay algo que lo ocasione?, ¿un olor? ¿color?

— No lo sé, no creo... yo-, sólo- sólo siento que está ocultándose para verme, pero no tocarme. Cuando ocurre sólo... trato de convencerme que no es así, y..., termino de bañarme más rápido. —Recordó la forma en la que cerraba la llave con fuerza para tomar la toalla y envolverse, sintiendo escalofríos y parpadeando rápido queriendo evitar las lágrimas, sentía que quería cerrarlos y oprimir sus manos contra sus oídos, pero sabía que eso sólo le daría la sensación de que su pesadilla fuese tangible. Resumía su conducta en tratar de acompasar su respiración agitada con el ardor le corroía el cuerpo, uno que asemejaba a la lava.

— ¿Te ocurre a menudo?

— A veces...

— ¿Cuánto es "a veces"?

— No lo sé... —negó no queriendo saberse ni sentirse débil— en la casa no es tan fuerte, así que cuando voy a la sala... lo olvido.

En esas ocasiones sólo hacía falta salir del pequeño eco del baño para encontrarse con el amplio espectro del pasillo entumecido por la tarde, respiraba el aire de la comida, quizás la cena o el hervor de un té o café, ello lo traía a la realidad, le recordaba a la parte más primitiva de su cerebro que no había peligro ahí. Así que mientras sus pies bajaban por cada escalón, iba dejando la estela de su pasado, lo podía sentir deslizándose entre sus dedos, hasta que la mirada del alfa, que siempre lo veía con felicidad, le imposibilitaba el paso al fantasma de su padrastro.

— Entonces también te ha ocurrido en la calle.

Dudó un poco, apresó el cojín pero asintió.

— Sí.

— ¿Qué haces en esas ocasiones?

JiMin ladeó el rostro pensando que las dos veces más trágicas había tenido a personas amables junto a él, en la segunda, de hecho, había llamado al alfa que lo había abrazado hasta que su corazón terminó de estremecerse. No había tenido muchas oportunidades de estar solo en espacios desconocidos desde que había llegado a esa casa, si recordaba momentos previos a su llegada sólo se ocultaba entre calles esperando que su corazón terminase de bailar como un pajarito enjaulado, y continuaba con su día.

— No lo sé... trato de calmarme.

— ¿Funciona?

Se instauró un silencio corto que sirvió como respuesta a ello. Era claro que funcionaba al momento, ayudaba saber que no moriría de nervios, de falta de aire o el cuerpo no entraría en un estado de combustión espontánea..., pero ignorar el problema sólo hacía que la bola de nieve rodara sobre sus propias emociones desatendidas para expandirse más, añadiéndolas a su voluminoso cuerpo conforme los días pasaban hasta reventar contra él, aplastándole el pecho de nuevo, deteniéndolo y apresándolo para darle otro ataque.

— Dime... JiMin, ¿Qué textura te gusta?

El omega parpadeó confundido, pensó que quizás habían terminado con el tema.

— Alguna tela... peluche, algo que te produzca calma.

— Oh... —Comenzó a pensar en las cosas que podrían gustarle, como el calor de una taza, el peso de una cobija, el aroma del té, los grillos que resonaban en la madrugada, el sabor y lo crujiente de las galletas de avena. YoonGi. Ah..., él. La acolchada voz de YoonGi, el olor de su ropa mezclado con el de su piel, la tibieza de su cuerpo, la seguridad de sus ojos, la forma de sus manos amplias de dedos firmes y nudillos rojizos, la suavidad de su cabello largo, lo tierno de sus labios que se extendían con sonrisas juguetonas... eso lo calmaba, pero no podía decirlo— creo que..., el algodón. —El alfa siempre usaba ropa de algodón, eso quizás podría servir.

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