31 Sólo estoy cansado

81 26 99
                                    

∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

Mi psiquiatra se fijó en la hora que marcaba su teléfono, suspiró con desdén y volvió a alzar la vista hacia mí. Ella apretaba los labios cada vez que nuestra sesión culminaba. Nos encontrábamos en su oficina al menos dos veces por semana, y en el peor de los casos, tres.

—Nos volvemos a ver el viernes. —Me sonrió, extendiendo sus manos hacia las mías.

Yo le regresé la sonrisa, dejando que ella tomara mis manos entre las suyas. Acarició el dorso de mi diestra con su dedo pulgar.

—Priscila —murmuré, viéndola a los ojos—. ¿Me notas mejor?

La mujer, sin dudar ni por un segundo, asintió rítmicamente con la cabeza. Sus arrugadas comisuras dibujaron una sonrisa que transmitía orgullo, e indudablemente, me hizo sentir una felicidad plena.

—Veo que ya dedujiste mi respuesta. —Rió al percatarse de que ahora mi sonrisa era casi tan grande como la suya—. La paciencia no es lo mismo que hacer nada. Revertir todo esto que sientes toma tiempo. —Apartamos las manos y nos pusimos de pie casi que al mismo tiempo. Su palma se posó en mi hombro, acompañándome hasta la puerta de su casa—. Tengamos paciencia. Sigue esforzándote como lo has estado haciendo hasta ahora y... —Abrió la puerta, pero se detuvo para poder verme a los ojos—. Disfruta de este día. Cómprate un vestido lindo y muéstraselo a tu novio.

Asentí con la cabeza, sonriendo con los labios apretados.

—Nos vemos, Priscila —dije, caminando de espaldas.

—No olvides tomar tus pastillas. —Me señaló con su dedo índice—. Y saluda a tu mamá de mi parte. —Su mano se despidió de mí y del coche estacionado de mi mamá.

Le hice un saludo militar y asentí varias veces con la cabeza antes de abrir la puerta trasera del coche. Primero metí mi mochila y luego me senté. Mamá volteó a verme por encima de su hombro y me sonrió con entusiasmo, a diferencia de papá, quien me vio mediante el espejo retrovisor y alzó sus oscuras cejas en señal de saludo.

—No había de ketchup —aclaró papá, pasándome una bolsa de papas fritas desde el asiento del copiloto.

En las vacaciones de invierno, luego de navidad, fuimos a casa de la abuela para pasar Año Nuevo juntos. Las cosas seguían sin ser consideradas "normales", había mucha tensión en la familia; y los silencios de papá ya no eran hirientes, sino incómodos. Pasamos mucho tiempo a solas, obligados a ceder ante una conversación padre e hija. Y una noche, antes de dar inicio a Enero, entendí que no todas las malas personas son totalmente malas, como tampoco las que son buenas son totalmente buenas: existen matices. Nos pasamos una tarde entera comiendo papas fritas de bolsa, él no sabía que a mí me gustaban. Sé que esto sonará tonto, pero me hacía feliz que papá comenzara a notar esos pequeños detalles a los que yo no le daba tanta importancia.

Adiós, extraño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora