14 Se amable

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∘◦༺ L O H A N E ༻◦∘

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L O H A N E

Las cubricas del vidrio destellaron en el aire. Una botella se abalanzó y luego vino el estallido. El golpe fue certero, denotaba una profunda rabia; y al cabo de cinco minutos, Aiden resollaba en el asiento trasero del coche de Sarah. Sus quejidos eran similares al de un animal herido. La sangre le brotaba de la frente y los labios le temblaban de dolor. Micky sostenía un paño de agua fría sobre sus sienes y Edmond le hacía preguntas acerca de sí mismo para que no se durmiera. Temíamos que perdiera la conciencia de camino al hospital.

—Estaciona aquí. Estaciona aquí —le indiqué a Sarah, moviendo el dedo índice con exaltación—. Nos bajamos con él.

El coche frenó de golpe, provocando un horrible chirrido en las ruedas. Los cinco nos sacudimos de adelante hacia atrás y Sarah volteó a verme con una expresión decidida. Estaba preocupada por Aiden, pero temía que su tío la viera dentro del hospital, ya que además de trabajar como enfermero, era chismoso con inclinaciones a la mitomanía.

—Los espero afuera —declaró, alzando una botella de agua que estaba apresada entre sus muslos. La botella con un poco más de un tercio de agua pareció temblar de camino a la boca de la castaña.

Asentí rápidamente con la cabeza y bajé del coche, abriendo la puerta corrediza del lado de Edmond. Él fue arrastrando a Aiden a la par que iba bajándose del coche.

—Creo que voy a vomitar —balbuceó Aiden, ya con las piernas fuera.

Edmond estaba a punto de cruzar los brazos por debajo de los suyos para que se pusiera de pie, pero la inercia se nos había adelantado y Aiden cayó de cara al pavimento. Sarah soltó un grito ahogado y bajó con una exaltación similar a la de Micky. En resumen: preocupadas, pero no lo suficiente como para poder reprimir todas las risas nasales.

—Perdón. Perdón. Se me escapó —dijo Edmond, quien rápidamente se paró detrás del tronco de más de metro ochenta que jadeaba contra el piso. Ahora sí, caló los brazos por debajo de los suyos y resopló con suplicio al lograr levantarlo. Era más viable empujar un coche con freno de mano que alzar a Aiden.

Al chofer de una de las ambulancias libres pareció llamarle la atención nuestro numerito teatral de "Aiden, cabeza rota". Mientras que Edmond acomodaba a Aiden contra su torso para que así caminara a la par de él, yo me giré hacia el señor, viéndolo con las manos en las caderas y la boca torcida. Sarah volvió al auto, aún riéndose, y Micky intentó ayudar a Edmond.

—¿Necesitan ayuda? —preguntó el señor a metros de nosotros, con una de las manos en el bolsillo y la otra sosteniendo un cigarro.

Adiós, extraño ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora